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Testigo de un siglo

Los personajes de la historia reciente de Colombia son descritos por Alfonso López Michelsen en una antología publicada por Villegas Editores.

27 de octubre de 2003

Con 90 años son muchas las historias que Alfonso López Michelsen ha tenido la oportunidad de vivir y de contar. Desde una posición privilegiada como sobreviviente de una generación que marcó el siglo pasado y que gradualmente ha ido desapareciendo, el ex presidente ha tenido la costumbre de dejar por escrito su visión de los grandes personajes del país, muchos de los cuales fueron tanto sus amigos como sus contradictores. Estos perfiles han sido recopilados por Villegas Editores en el libro titulado Visiones del siglo XX colombiano a través de sus protagonistas ya muertos. "Mis juicios sobre los dirigentes que conocí y con quienes tuve frecuente trato están consignados en esta colección que, lejos de ser la crónica completa de mi época, es, apenas, un testimonio sobre el impacto sicológico que a este autor le producían", asegura López. SEMANA reproduce algunos de sus apartes.

Eduardo Santos

Fue, desde los años 20 hasta su muerte, el hombre más poderoso de Colombia y la más persistente influencia sobre el modo de ser, llamémoslo, el talante, nacional. La identificación entre el temperamento del doctor Santos y la forma de reaccionar nuestras gentes ante determinados episodios llegó a un tal grado de afinidad que, aún hoy en día, es difícil establecer si se trataba apenas de un intérprete, que daba evasión en todos los casos a un estado de alma colectivo, o de una influencia tan poderosa que conseguía hacer maleable, como la cera, la opinión pública.

Alfonso López Pumarejo

Era festivo, espontáneo, afectuoso, le interesaban los jóvenes, le aburrían los viejos. Detestaba las personas solemnes. Si hubiera vivido en la edad de los hippies, hubiera tratado de comprenderlos. El daño que procuraron hacerle sus enemigos, presentándolo como un bohemio, de corazón ligero, lo protege todavía contra el transcurso del tiempo.

Mariano Ospina Pérez

No tuvo el presidente Ospina la carrera fulgurante ni el brillo deslumbrador de algunos de sus contemporáneos y copartidarios. Tampoco conoció los altibajos abismales de otras carreras políticas, en donde, para emplear la frase de Julio Arboleda, lo mismo se hace el tránsito al solio de los presidentes que a las playas del exilio. No. Su ascenso fue rectilíneo y sin estrépitos porque las gentes experimentaban en su presencia la convicción de que, siguiéndolo, no perderían el camino. Su palabra disipaba, de antemano, cualquier asomo de aventurismo, cualquier rasgo de inmadurez.

Alberto Lleras Camargo

No sería exagerado afirmar que por más de 20 años su poder no conoció límites. El sólo hecho de no dilapidarlo con conductas abusivas, lo consagraba como el paradigma del demócrata para todo el liberalismo colombiano (.) Su nombre permanecerá siempre unido a los grandes episodios de la Colombia del siglo XX, y yo me atrevo a aventurar la hipótesis de que estos últimos 50 años quedarán cobijados con el nombre de La era de Lleras.

Carlos Lleras Restrepo

La muerte mantenía con el ex presidente una relación tan íntima que a veces yo solía asociarlo con las pinturas de los primitivos flamencos como Bruegel que se complacía en dibujar macabros cuadros sobrehumanos (.) Como huésped indeseable golpeó dos veces a su propio hogar arrebatándole a sus dos hijas en menos de tres lustros. El estoicismo con que recibió estas pérdidas una persona que no tenía una gran fe religiosa, acabó acrisolando su carácter revistiéndolo de una coraza de resignación ante adversidades como pocos colombianos habían conocido. El humor sarcástico que él había tenido frente a sus adversarios políticos lo fue aplicando a sí mismo, renunciando a un rasgo tan característicamente colombiano como es la autocompasión.

Enrique Santos Castillo

Murió en el mismo día en que una firma norteamericana le dio a conocer al mundo el éxito de un primer experimento de clonación humana. Pienso que, si se nos preguntara por el colombiano a quien hipotéticamente quisiéramos clonar, no vacilaría en escoger a Enrique Santos. Con que pudiéramos tener mil colombianos idénticos a él, desprevenidos y joviales, este país sería otra cosa. Su capacidad de aglutinación era infinita. Era un líder nato (.) Con el transcurso de los años 'el loco Santos se fue transformando en un patriarca, el papá quique', que se refugiaba en su tribu para esperar alegre y serenamente el fin de su trayectoria vital".

Misael Pastrana Borrero

Opita hasta los huesos, cautivaba fácilmente a su interlocutor y se adueñaba de cualquier tertulia con un sorprendente dominio del tema que se sometiera a su consideración. Quienes lo conocimos hace 30 años o más, podemos recordar algo que sorprendería a las nuevas generaciones: una cierta dificultad para hablar en público, a la cual se fue sobreponiendo en el curso de los años hasta convertirse en un orador e improvisador de garra al que no sin razón le temían sus enemigos.

Jorge Eliécer Gaitán

Era un ídolo y un dominador sólo comparable a un Hitler o a un Perón democrático, que con el uso de la palabra podía conducir a las muchedumbres arrebatadas a cualquier parte, inclusive a una guerra civil, si así lo hubiera querido. Con justicia puede afirmarse que Gaitán fue el precursor de Fidel Castro, como seductor de multitudes, simplificando los problemas e invocando toda clase de sentimientos latentes, hasta identificarse por completo con su pueblo.

Alvaro Gómez Hurtado

El desgarramiento que me produce la desaparición de quien para muchos fuera mi constante contradictor, pero para mí un amigo de infancia, me induce retrospectivamente a redescribir nuestra trayectoria vital. ¿Será oportuno decir ahora que a Alvaro lo perjudicó la excesiva protección con que su padre quiso cubrirlo en todos los momentos? (.) Sus asesinos dispusieron de la vida de uno de los grandes de Colombia y, si su propósito era atemorizar a la sociedad, acertaron en el blanco que escogieron porque a Alvaro Gómez podía amársele u odiársele, pero jamás subestimársele.

Hernando Santos

Su verdadera dimensión humana y política se irá valorando más con su ausencia que con el ejercicio excesivamente discreto que de su inmenso poder de orientación hizo en la vida. Con Hernando Santos, desaparece un estilo de orientar a la opinión en favor o en contra del gobierno, sin pasión, sin vehemencia, con un gran espíritu de tolerancia y comprensión con el punto de vista ajeno, rasgos que van desapareciendo de nuestras costumbres políticas (.) Su afán por la estabilidad institucional lo llevó a ser el mejor aliado del presidente Samper y el pilar que le permitió culminar su período presidencial, ahorrándonos a los colombianos los quebrantos que posiblemente hubieran generado su dimisión.