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Todo por amor

La princesa Sayako, de Japón, renunció a su vida palaciega, su título y sus derechos reales, para casarse con un plebeyo.

12 de febrero de 2006

Durante 36 años, la princesa Sayako, la menor y única hija de los emperadores Akihito y Michiko, tuvo una existencia privilegiada, pero aislada, en el palacio imperial de Tokio. Decenas de sirvientes atendían todas sus necesidades y ella no sabía hacer cosas tan elementales para las personas comunes como usar un cajero automático, manejar carro o ir de compras. Pero, como demostró el 15 de noviembre, estaba dispuesta a cambiar todas esas comodidades por un amor. Ese día, Sayako se casó con el plebeyo Yoshiki Kuroda, lo que significa, según las estrictas reglas de la casa real más antigua del mundo, que ya no será tratada con la consideración reservada a su familia ni habitará las espaciosas y lujosas habitaciones del palacio. Ahora vivirá en un modesto apartamento en un barrio de clase media-alta de Tokio donde pasará la mayor parte del tiempo, pues también decidió abandonar su trabajo como investigadora en el Instituto Yamashina de Ornitología, para poder dedicarse por completo a su matrimonio. La ley que rige la sucesión al Trono del Crisantemo data de 1947. Establece no sólo que las mujeres no tienen derecho a heredar la corona, sino que las princesas que se casen con hombres ajenos al linaje imperial pierden su título. El último episodio de esa naturaleza sucedió hace 45 años, cuando la quinta hija del emperador Showa, Takako Shimazu, se casó en medio de gran conmoción con un empleado bancario. Es que la monarquía japonesa, que tiene más de 1.500 años de existencia, es mucho más tradicionalista y estricta en sus normas que las europeas. Pero Sayako, quien ahora se apellida Kuroda, como su esposo, decidió que el amor era más importante que los títulos y los privilegios. Su hermano, el príncipe Akishino, le presentó a Yoshiki, su amigo y compañero de estudios hace dos años. Ante las dificultades para verse personalmente, el amor creció a través de correos electrónicos y llamadas, hasta que la relación fue formalizada con el anuncio oficial del compromiso, el pasado 30 de diciembre. La víspera del matrimonio la princesa se despidió de sus padres con la tradicional ceremonia Choken-no-gi, en la cual vistió por última vez el junihitoe, traje ceremonial ancestral reservado para las mujeres de la corte. En la despedida ella compartió un sake con los emperadores, lo que no volverá a hacer, y dijo adiós a su antigua vida. El emperador Akihito le aseguró que su relación seguirá intacta, aunque ahora sean muy pocas las oportunidades en que puedan verse. La emperatriz Michiko, que al contrario de su hija- , cambió una vida común por la de palacio al casarse, le dijo que la extrañaría y le deseó la mejor de las suertes. El matrimonio fue sencillo y sólo fueron invitadas 130 personas. La ceremonia se hizo bajo el rito sintoísta, la religión oficial del país del Sol Naciente, y luego se celebró una comida en donde la pareja rompió el protocolo y se sentó a la mesa con los emperadores. La ex princesa recibió una dote de 1,29 millones de dólares para que mantenga un nivel de vida acorde con su linaje. Sayako hubiera podido esperar a que se aprobaran ciertas reformas a la Constitución que modificarán aspectos clave del régimen real y que podrían flexibilizar las normas sobre el matrimonio con plebeyos. La razón principal de esas reformas es que sólo los hijos varones del emperador están en la línea de sucesión, pero no ha nacido un niño en la familia real desde 1960. Las nuevas normas permitirían que el príncipe heredero Naruhito sea sucedido a su turno por su hija Aiko, de 3 años. Pero para Sayako el amor no daba espera. Para prepararse para su nueva vida, tomó clases de conducción y de cocina y entró por primera vez a un supermercado. Probablemente por ahora sólo se atreva a aventurarse a las calles de la capital acompañada por su esposo. Pero quizá, en algunos meses, sea posible encontrarse de manos a boca en el supercongestionado metro de Tokio, a la mujer que renunció a todos los lujos y privilegios de la corte por el abrazo de su esposo.