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TONY, EL VIEJO

Soledad, droga, alcohol y papeles secundarios en la dura vejez de Tony Curtis

17 de marzo de 1986

A mediados de enero, millones de televidentes en Estados Unidos no lo podían creer: mirando la nueva película "Princesa de la mafia" y contemplando al actor de pelo blanco y ojos azules apagados y caminar cansado y sonrisa forzada que interpretaba al capo San Giancana, no podían aceptar que esos restos humanos correspondieran a la imagen alegre, extrovertida, romántica y ambiciosa que en los años cincuenta y parte de los sesenta formaba parte de un mito con nombre propio: Tony Curtis.
Millones y millones de adolescentes y señoras maduras suspiraron, soñaron y se enamoraron de ese hombre arrogante, quien, entonces, tenía una esposa llamada Janet Leigh, era el rey de Hollywood, el galán, el espadachín, el conquistador, el más taquillero. Todas las compañeras de rodaje querían besarlo eternamente, mientras él hacía un guiño imperceptible a la cámara, el guiño que lo convertía en el más irresistible en una época en que el cine dependía más de una cara bonita y un cuerpo atlético que de un buen método de actuación.
Ahora, ese mismo Tony Curtis tiene que aceptar papeles cortos en series de televisión y películas baratas, y cuando le dan la oportunidad para algo más grande como esta saga sobre la mafia, producida con gran inversión por la cadena NBC, los conflictos se hacen sentir porque el actor está inseguro, olvida los diálogos, quiere que revisen su papel todos los días, discute las tomas con el director, llega tarde y es un símbolo inequívoco de cómo la droga, el alcohol, los problemas conyugales, los excesos sexuales y otros conflictos acaban aun con la más hermosa y costosa de las leyendas.
Soledad y hastío
Lo mejor de todo es que, a diferencia de otras estrellas en decadencia, a Tony Curtis no le molesta hablar de esto, se explaya con la prensa en detalles sobre sus problemas y acepta, con un gesto de valor y honradez, que está acabado, y lo que es peor, solo, con el pasaporte en el bolsillo y un pasaje a París para cuando amanezca más confuso que de costumbre, capaz de largarse y abandonar cualquier rodaje por muy costoso e importante que sea. Como en Hollywood, al fin y al cabo un pueblo, lo chismes vuelan entonces los productores no lo llaman con frecuencia porque temen que esa mañana cuando vayan a buscarlo a su trailer o al hotel, descubran que el actor se ha fugado porque la soledad y el hastío lo están destrozando.
Dicen que la fama cobra caro sus dividendos, y en el caso de Tony Curtis todo cuando gozó treinta años atrás, ahora lo está pagando. Aunque algunos sostienen que aparenta 45 años a los sesenta, que el pelo aunque gris todavía lo tiene abundante y sedoso, que sus ojos siguen siendo picaros, en el fondo lo que la pantalla devuelve es la imagen de un hombre desintegrado, acabado, arruinado, con muchos amigos muertos o disgustados. Por eso el rodaje de "Princesa de la mafia" fue toda una aventura porque todas las mañanas un siquiatra y un médico no se despredían del teléfono esperando la llamada del estudio, por si acaso el actor amanecía de mal humor. En la mayoría de los casos tenían que salir disparados a ayudarlo.
Sin embargo, el director de esta película para televisión tiene un comentario curioso sobre este comportamiento: "Es insoportable mirarlo cómo llega tarde, cómo atrasa el rodaje, cómo olvida los diálogos, pero cuando se encienden los reflectores, cuando la cámara comienza a rodar, cambia se transforma, sus ojos son como látigos, su cuerpo se tensa y uno contempla el espectáculo de un actor que tantos años después sigue siendo eso, un actor, real, no como los de ahora".
Irónicamente "Princesa de la mafia", más que una crónica de delincuentes, trata de las relaciones difíciles de un hombre poderoso con su hija, y Tony Curtis siempre tuvo problemas con sus dos hijos y sus cuatro hijas, además de los tres divorcios que lo acabaron de arruinar. Una de las hijas, Jamie Lee Curtis, es actualmente una de las actrices mejor pagadas en Hollywood (pronto la veremos al lado de John Travolta en Perfection, una sátira a los clubes de gimnasia), y con ella hasta hace pocos años siempre tuvo dificultades. Ella tiene una explicación: "Nunca hablaba con él, nunca lo veía y sólo en los últimos años tuvimos el primer contacto. Lo que pasa es que en el fondo no sabía quién era, tenía que mirar sus películas, preguntarle a la gente, decirle que me hablaran de él, siempre me sentí resentida con él, quizás porque debía sentirme así, ya que abandonó a mi madre, acabó con nuestro hogar, nos abandonó mientras todos sabían en qué clase de aventuras andaba. El problema básico es que yo tenía una idea conservadora de lo que debía ser un padre, alguien que te cuida, que te acuesta por la noche y él nunca interpretó ese papel, por eso nunca lo busqué, hasta cuando supe que andaba muy mal y eso ya era demasiado".
Atrapado
Mientras fue estrella, mientras fue uno de los mejor pagados de Hollywood, devoraba todo cuanto se le ponía por delante: mujeres, automóviles (llegó a tener uno por cada día de la semana, entre los más costosos y también los más ostentosos, enormes con colores chillones), casas, viajes, películas (llegó a filmar cerca de 150 títulos, la mayoría ya olvidada por los espectadores), amigos, licores, drogas, ropa y todo lo que en esa época representaba la gloria del cine. Cuando todas las revistas hablaban de su matrimonio con Janet Leigh como el símbolo de la estabilidad y la perfección cuando estaba en la cima, comenzó a salir con infinidad de estrellitas y el deterioro se hizo sentir. La hija tiene una explicación: "Pienso que se sentía atrapado por las cosas domésticas, la rutina le fastidiaba, quería la excitación de los cuerpos nuevos, no quería sentirse amarrado, y por eso se alejó de ella y de nosotros, quería ser libre y lo consiguió, perdiéndolo todo".
Janet Leigh tiene otra explicación: el ex marido quería olvidar su infancia desgraciada, el llamarse Bernie Schwartz y haber nacido en el Bronx hijo de inmigrantes húngaros, combatiendo el antisemitismo de las calles, la muerte de un hermano en un accidente, la enfermedad mental de otro hermano y la forma como la madre los tiranizaba y se ensañaba con él, con su hermoso rostro, tratando de desfigurárselo, obligándolo a escapar de la casa a los 16 años.
Cuando la fama lo cegó, comenzó la adicción a las drogas y al alcohol, que compartió con otra víctima, Marylin Monroe, confió en algunos amigos, lo engañaron y lo robaron, se casó, se divorció, tuvo más hijos, se separó, se quedó solo, y cuando decidió entrar a la clínica Betty Ford para desintoxicarse, nadie lo visitó. Sólo la hija fue, cuando él estaba próximo a curarse, e hicieron las paces. Ahora no le importa hablar de sus conflictos, mientras acepta pequeños papeles, mientras sale a comer con la hija, mientras en la calle una señora madura se voltea y descubre con nostalgia que él, es el mismo que treinta años atrás la hacía tener sueños inquietos.
Lo sabe y sonríe, solitario.--