Home

Gente

Artículo

Andrés Wiesner o ‘el profe’, como lo llaman, usa el fútbol como herramienta para enseñar a los niños a dar lo mejor de sí

solidaridad

Un gol a la violencia

Los niños de Altos de Cazucá tienen 'Tiempo de juego', una fundación que, a punta de fútbol, saca de taquito la vagancia y las drogas de su rutina.

10 de marzo de 2007

"¡Llegaron los profes!" es el grito de alegría que todos los sábados a las 7:30 de la mañana se escucha al frente del colegio Gabriel García Márquez, ubicado en la comuna 4 de Altos de Cazucá, al suroriente de Bogotá. A los niños no les importa el madrugón, ni que a veces la cancha en que juegan a ser Ronaldinho esté llena de polvo y piedras cuando hace sol, o sea un gran pantano cuando llueve. Porque ese día y a esa hora comienza Tiempo de juego, una iniciativa creada por estudiantes de comunicación social de la Universidad de la Sabana. "El fútbol ha sido un pretexto para que niños de entre 6 y 17 años aprendan valores propios de este deporte como el respeto, el trabajo en equipo y la disciplina", explica Andrés Wiesner, entrenador, creador y director de este programa que se acaba de convertir en una fundación sin ánimo de lucro.

Durante horas los muchachos le cambian la cara al lugar. Cuando celebran goles, éste no parece el sector más pobre de Soacha en el que, según Codhes, en los últimos cinco años han sido asesinados 847 jóvenes, ni la zona con mayor desplazamiento después de Chocó. Donde a la pobreza y la violencia intrafamiliar se suma la guerra entre pandillas, y donde los que están creciendo a veces sólo aspiran a ser parte de los grupos al margen de la ley, que los reclutan por unos pocos pesos.

Como periodista de Conexión Colombia, uno de los proyectos sociales más destacados del país, Andrés tuvo la oportunidad de acercarse a la realidad de Cazucá. La primera vez que fue al lugar conoció varios niños. Para su segunda visita, dos de ellos habían muerto de hambre porque su mamá los dejó encerrados cuando se fue a trabajar y no regresó. Otra niña estaba desesperada porque se enteró de que hacía parte de la lista negra de un grupo de limpieza social.

Andrés y sus compañeros, en la clase de comunicación para el desarrollo maduraron la idea de ayudar a esos pequeños, y elaboraron un proyecto que ganó el premio a la excelencia. Pero su verdadera recompensa la reciben cada vez que logran que un joven se aleje de la vagancia y las drogas y ocupe su tiempo libre con deporte o en talleres de fotografía, teatro o lectura. En esas clases aprenden que "Shakespeare nació en Inglaterra, el país donde nació el fútbol y también Beckham". Se encargan de dictarlas los amigos de Andrés, o practicantes de la Sabana que sacrifican los viernes de rumba para poder trabajar en la mañana. Y una vez comienzan esta labor, se dan cuenta de que el compromiso que asumen es muy grande. Les basta oír la pregunta que siempre, sin falta, hacen con cierto temor esos jovencitos: "¿Vas a volver algún día?". Porque, como cuenta Wilson, habitante del sector y entrenador de las porristas de la fundación, "en el olvido de estos barrios, los más olvidados son los niños".

En sólo seis meses de trabajo, lo que empezó con 40 jovencitos se convirtió en una fundación de la que se benefician 270. Con las uñas, gracias a fondos recaudados en una fiesta, y a los aportes de personas naturales y la empresa privada, consiguieron los uniformes, que los pequeños jugadores recibieron de manos de Lucas Jaramillo y del 'Tino' Asprilla. Ese día, el ex jugador de la Selección Colombia se puso la camiseta para medírsele a un partido con ellos y se entregó como si se tratara de un encuentro profesional, quizá porque, como él les dijo con nostalgia, "yo también crecí con muchas dificultades".

Además, los que no conocían más allá de las fronteras de su sector, tuvieron la oportunidad de visitar por primera vez la Plaza de Bolívar y El Campín. "Yo soy hincha del Santa Fe, pero la mayoría de ellos son de Millonarios y gritaron más que las barras bravas. Así que nadie sabe para quién trabaja", bromea Andrés. Esos aguerridos muchachos, a quienes turnarse un único par de guayos talla 38 no les impedía meter golazos, recibieron de Navidad unos nuevos, para cambiar sus tenis rotos. Es difícil imaginar la trascendencia de algo en apariencia tan simple. "Lo importante es que esta iniciativa no se quedó en una carpeta de clase, sino que se convirtió en el proyecto de vida de unos estudiantes. Es cierto que no van a cambiar el mundo, pero sí están logrando pequeñas transformaciones sociales y sensibilizar", anota María Fernanda Peña, docente de la Sabana.

Entre los propósitos de Tiempo de juego para este año está construir una cancha de fútbol en el sector, llevar el programa a los niños de Quibdó y hacer torneos de fútbol en las cárceles del país, acompañados de talleres realizados por Indepaz, para que los reclusos reciban las buenas lecciones del deporte.

Pero, mientras tanto, el trabajo sigue en Cazucá, donde niños que una vez pertenecieron a diferentes pandillas ahora juegan en equipo. Las cosas han cambiado para Jenny, quien a sus 17 años y con una difícil situación familiar sueña con ayudar a la causa y por eso se convirtió en la asistente de la fundación. También para Johan, quien acaba de ser contratado como entrenador de los más pequeños: "Siempre hay opciones, lo importante es que uno las busque".

Quienes comparten su tiempo con estos niños siempre regresan a su vida cotidiana con una sonrisa. Sólo hay que ir para saber por qué.