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UNA MUJER LLAMADA JACQUIE

Revuelo en Estados Unidos por libro que descubre intimidades sexuales de los Kennedy.

22 de mayo de 1989

De acuerdo con el último libro de C. David Heymann -escritor de best-sellers con dos nominaciones al Pulitzer-, el difunto John Fitzgerald Kennedy fue también como presidente un funcionario desabrochado que dedicó tanto tiempo al sexo como a los problemas de la Nación y que convirtió a Jacqueline, su esposa, en la más traicionada primera dama de los Estados Unidos.
"Una mujer llamada Jacquie" es un libro de escándalo, investigado con meticulosidad durante cinco años y escrito con decoro a lo largo de casi 400 páginas. Más de 825 familiares, amigos y empleados de la pareja entrevistados, folios del FBI y del Servicio Secreto nunca antes revelados, la correspondencia personal de Jacqueline y hasta los archivos desconocidos de Aristóteles Onassis.
Peter Lawford, casado con una hermana de John Kennedy, fue de los que más hablaron con Heymann sobre la vida interior de sus parientes. Lawford, que como actor perteneció al clan de Frank Sinatra y Sammy Davis Jr., sostiene que su cuñado participaba en orgías y cambiaba de pareja sexual numerosas veces en una misma fiesta. Secretarias, relacionistas y porristas durante la campaña del 60 terminaron de plato nocturno sobre las sábanas del joven candidato que no se molestaba siquiera en seducirlas.
Lawford cuenta a Heymann que en la segunda fiesta de la posesión presidencial, celebrada en el Hotel StatlerHilton de Washington, apenas acababan de sentarse esa noche los Kennedy y los Johnson en su sitio de honor, cuando el flamante Presidente se excusó ante los presentes y se retiró del lugar. Su amigo Sinatra daba una fiesta privada en uno de los pisos altos del mismo hotel, pero Kennedy no subió hasta allá sino que se introdujo en la habitación de la actriz Angie Dickinson. Jacquie lo vio retornar a los treinta minutos batiendo un ejemplar del Washington Post en una de sus manos, fresco y casual, como si hubiera salido expresamente en ese instante a comprarlo.
Las fiestas particulares y cotidianas de John Kennedy en la Casa Blanca se celebraban -como cuentan testigos de primera mano- la mayoría de las veces en el interior y alrededor de la piscina. Kennedy se hacía acompañar generalmente por dos o tres muchachas. El jefe de su escolta se mantenía en contacto con el de la escolta de Jacquie, así que todo estaba bajo control. Si el avión que traía a Jacquie,por ejemplo, aterrizaba sobre la pista de la base Andrews, el Presidente y sus muchachitas continuaban jUgando tranquilamente hasta cuando ella llegaba físicamente a la Casa Blanca.Entonces los sirvientes seguian con ojos asombrados los cuerpos de carnes espléndidas que salian corriendo en lodas las direcciones, mientras se dedicaban a recoger con diligencia las copas de coctel untadas de pintalabio y todas las demás evidencias femeninas del derroche. Kennedy permanecía de cuerpo inocente en las aguas de la piscina, pretendiendo que hacía sus ejercicios de espalda,mientras las muchachas del placer eran espantadas por la puerta de atrás.
Se dice que los mayores disgustos de Jacquie fueron producidos por la atención que su esposo le dio particularmente a Marilyn Monroe, quien disfrazada con una peluca de color castaño, gafas oscuras y un vestido antiguo, viajó junto a él en varias ocasiones de Nueva York a Santa Mónica y viceversa.
Marilyn estaba entusiasmada con John, tenía el coraje de llamarlo a la Casa Blanca y le enviaba copias de sus poemas de amor. Un día le dio la ventolera de llamar a Jacquie. Lawford dice que Jacquie no se sorprendió al escuchar la voz de adolescente sensual al otro lado de la línea. Por lo menos no lo expresó. Y terminó ofreciendo condiciones. Ella se haría a un lado. Ella se divorciaría de John y Marilyn podría casarse con él, pero tendría que mudarse obligatoriamente a la Casa Blanca. Un verdadero chantaje, dado el moralismo de los norteamericanos hacia sus políticos, sobre todo en esa época.
Cuando colgó, Jacquie explotó furiosa y culpó a Sinatra de la amistad de John con la Monroe. Por orden terminante de Jacqueline, el cantante no fue admitido nunca más en la casa presidencial ni en ninguno de los bastiones Kennedy.
A pesar de su elevada posición, no todos los zarpazos eróticos del carismático primer mandatario cobraron pieza, Shirley MacLaine prefirió tirarse de una limousina en Palm Beach y rasparse la rodilla antes que dejarse poner las manos presidenciales encima; y Sofía Loren fue la primera celebridad que mandó al entonces candidato Kennedy a freír espárragos cuando el seductor en campaña tuvo la arrogancia de enviarle un mensajero de su propio rango para invitarla a cenar en su casa, aprovechando la ausencia ocasional de Jacquie y de Carlo Ponti.
Durante una fiesta de postín en la Casa Blanca, Jacquie bebió grandes sorbos de champaña, se alegró, se quitó los zapatos, bailó y flirteó con todos los hombres a su alrededor y Jonh, como el resto de los invitados se dio cuenta. Eran sus pequeñas venganzas. El tiempo la volvió madura y supo duplicar su resistencia. Llegó a bromear con él sobre las otras. Alguna vez, en la Casa Blanca, lo sentó entre dos de sus últimas conquistas de catre, sólo para regocijarse viendo su absoluta incomodidad. Y en otra ocasión, mientras enseñaba el interior de la mansión presidencial al periodista italiano Renno Graziani,Jacquie abrió de pronto la puerta de su oficina donde habían dos muchachas sentadas. Jacquie volteó a mirar a Graziani y le dijo:"... y esas dos son amantes de mi marido".
A pesar del poderoso aventurero que le tocó de marido en la vida, el autor del libro sostiene que Jacquie se portó a la altura de su propia dignidad. Truman Capote, una de las lenguas más bravas y certeras que zarandeó a Nueva York más de cinco décadas y aun más allá de su muerte, dijo en sus escritos que Jacquie fue contra todo, una muchacha pura; que todos sus amores fueron platónicos,incluyendo el del pensador francés André Malraux o el del gay espectacular Rudy Nureyev.
Jacquie era tierna y ultrafemenina. Le gustaban los hombres tanto como a John le gustaban las mujeres. Pero dicen que su voluntad tenía mejores correas. Lo confirma el 99.9 por ciento de quienes la conocieron. Este rastreo inmisericorde de C. David Heymann no pudo encontrar tampoco, en los comportamientos de Jacquie, la más mínima evidencia de infidelidad. Apenas un testimonio, el de un taxista de Palm Beach, Joe Acquaotta, quien jura haberla recogido alguna vez a las tres de la madrugada en las puertas del Biltmore Hotel donde intercambiaba caricias apasionadas con un joven desconocido. Acquaotta dice que él la saludó: "Hola Jacquie, ¿cómo estás?" Y ella le respondió seca:"Yo no soy Jacquie". Pero la dirección que dio, según el chofer, fue la casa del coronel Michael Paul, comprobada residencia oficial de los Kennedy en la ciudad, durante aquella visita.
De todas maneras, así nadie se atreva a poner en duda las reconocidas virtudes de observación que pueda tener a las tres de la madrugada -en el calor de Palm Beach- un taxista, esta declaración no pesa nada frente a la montaña inconmensurable de pruebas físicas que los curiosos de lo ajeno, han logrado recoger en contra de un presidente que se llamaba John Fitzgerald Kennedy.