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UNA VOZ EN LA CUMBRE

Ana Graciela Tombé, una niña guambiana de 12 años, logró más protagonismo en la cumbre de Rio que muchos jefes de Estado.

13 de julio de 1992

CUANDO EN 1972 Y EN ESTOCOLMO EL mundo decidió que podía ser bueno sentarse a hablar sobre los problemas del medio ambiente, los tópicos que preocupaban a los participantes de la conferencia no pasaban de salvar especies animales en vías de extinción y de diseñar medidas para proteger la naturaleza.
Hoy, 20 años después en la conferencia de Rio de Janeiro, las especies en vías de extinción son una nimiedad frente a la catástrofe ambiental que enfrenta el mundo. En ese lapso, en el que las cosas han pasado de castaño oscuro a negro el efecto invernadero, la destrucción de la capa de ozono, la deforestación masiva, la contaminación incontrolada, los residuos tóxicos, por sólo mencionar los más alarmantes han sobrevivido unas zonas del planeta que tienen una doble característica: el equilibrio de la naturaleza se mantiene y son habitadas por indígenas.
Por esa razón y convencidos -la historia lo ha demostrado- de que han sido ellos los custodios de una sabiduría milenaria que hace posible la convivencia armoniosa de todas las especies de la naturaleza, los indIgenas del mundo se hicieron presentes en Rio. Junto con una conferencia alterna en la que participaron indígenas de todas partes del mundo, se llevó a cabo también una cumbre de niños y en represéntación de los niños indígenas colombianos asistió Ana Graciela Tombé.
El día que Ana Graciela tuvo su turno para hablar y, con una voz dulce y firme, contó a la audiencia lo que sus abuelos le habían contado sobre el cuidado de la naturaleza, recibió la única ovación que se oyó en la cumbre infantil.
Cuando el Consejo Regional Indígena del Cauca se vio abocado a elegir una menor para asistir a la Conferencia de Rio, el nombre de Ana Gabriela Tombé saltó como el más obvio.
Tiene 12 años, forma parte de la comunidad guambiana del Cauca colombiano, y cuenta con unas condiciones y experiencia que no son comunes en los otros niños de su comunidad. Habla perfectamente el español y el namuiwam lengua guambiana ha visitado varias ciudades del país incluida Bogotá, y ha representado a su comunidad en varios encuentros infantiles indígenas. La razón de tanta actividad es que Ana Graciela no sólo no teme, sino disfruta, enfrentarse con audiencias masivas. Extrovertida, espontánea e imaginativa, esta pequeña niña guambiana llamó la atención en la Conferencia de Rio, sobre los únicos habitantes del planeta que han conseguido vivir en él sin destruirlo y que, irónicamente, fueron excluidos de las conversaciones. Llegará, ojalá, el día en que quieran oírlos.