Home

Gente

Artículo

YO ME CONFIESO...

Con una sola respuesta, el príncipe Carlos de Inglaterra dio al traste con un gran documental preparado para mejorar su imagen.

1 de agosto de 1994

FUE UN PROGRAma preparado hasta en el más mínimo detalle. Se trataba de conmemorar el aniversario 25 de la investidura del hijo mayor de la reina Isabel II de Inglaterra como príncipe de Gales, con un gran documental de televisión titulado Carlos: el hombre privado, el papel público. El objetivo era bien claro: mejorar su imagen ante sus súbditos, después de años de escándalos y especulaciones sobre su débil papel como esposo y como heredero al trono. Fue un programa que demandó 15 meses de preparación. Pero todo ese esfuerzo para mostrar un retrato más humano y atractivo del príncipe fracasó. En un momento del programa de dos horas y media, el futuro rey de Inglaterra admitió que había cometido adulterio.
Sentado en un sofá en su estudio de la residencia real de Highgrove, Carlos respondía a las preguntas de uno de los más prestigiosos periodistas británicos, Jonathan Dimbleby, quien durante un año siguió todas las actividades del príncipe. Además de la entrevista, el documental incluía fotografías de Carlos, en todo tipo de lugares y actividades, pero en ninguna de ellas apareció la princesa Diana. En la conversación surgió la pregunta que había llevado a 20 millones de televidentes a sentarse esa noche frente al televisor. "¿Tenía su alteza la intención de cumplir la promesa de fidelidad pronunciada el día de su matrimonio con Lady Diana Spencer, en julio de 1981?".
"Sí, absolutamente", contestó Carlos.
"¿Respetó su alteza esa promesa?", presionó el entrevistador.
"Si", respondió el príncipe. Pero luego de una breve pausa agregó: "Hasta el momento en que estuvo claro que el matrimonio era un fracaso irreversible".
Y de esa frase pende ahora el destino del príncipe Carlos de Inglaterra. Los súbditos parecen escandalizados de haber escuchado de sus labios lo que todo el mundo sabía desde hace tiempo: que Carlos le fue infiel a Diana.
Una encuesta telefónica del periódico The Sun reportó que dos tercios de los británicos creían que el comportamiento del principe lo inhabilitaba para ser rey. Un comentario de The Daily Mirror lo resumió asi: "El no es el primer rey en ser infiel. Pero sí es el primero en aparecer ante 25 millones de súbditos para confesarlo".
No obstante, las mayores críticas no provinieron de los tabloides. Los editoriales de la prensa seria -The Times, The Guardian, The Independet, y Daily Telegraph- han sido duros. Al fin de cuentas no es una obligación del futuro monarca dejar que sus súbditos lo vean como él es. Esto fue algo que él escogió hacer para mejorar su imagen. Y falló. Como dijo la reina madre, "el programa fue una estrategia equivocada". Y de esa opinión son numerosos columnistas: "Señor, usted no debió haber hecho este programa -escribió uno-. Viendo lo que usted ha sufrido por cuenta de lo que se ha dicho y escrito sobre usted yo acepto que la tentación era irresistible. Pero esa tentación, en su propio interés y en el del trono debió haber sido resistida... Nada lo ha agraviado a usted más que la infundada sospecha de que su adulterio con la señora Parker Bowles condujo al rompimiento de su matrimonio. Y en su deseo de poner las cosas en orden, su alteza se metió en una embarazosa conversación acerca de su vida privada que nunca debió ser filmada".
La estrategia de Carlos, de confesar su pecado para ganarse al pueblo inglés tuvo el efecto contrario. Como se dice, "le salió el tiro por la culata". El príncipe desconoció al parecer una regla sagrada en las altas esferas del poder cuando se ve envuelta en un escándalo: "Nunca pida disculpa; nunca explique". El silencio jamás empeora las cosas y sí introduce un elemento de misterio que puede incluso mejorarlas. Aunque se sabía que Carlos había sido infiel con Camila, el silencio hubiera llevado con el tiempo a pensar que todo había sido un chisme levantado por los defensores de Diana. Pero ahora todos saben que fue verdad. Y esa honestidad no ha sido valorada por sus súbditos.
Más que ningún otro miembro de la familia real, el príncipe Carlos es quien lleva sobre sus hombros el futuro de la monarquía. Y si bien es cierto que todos los británicos esperaban que el periodista le preguntara acerca de su vida privada, la opinión general es que Carlos no ha debido responder. Para el común de las gentes fue una locura que Carlos quisiera explicar en unos pocos minutos la falta de su matrimonio. Y aunque esa fue la razón por la cual tantas personas lo vieron esa noche, también saben que el príncipe no estaba bajo ninguna obligación de responder a las preguntas de Dimbleby acerca de su adulterio. Al referirse al tema torpemente y mostrando más insensibilidad que genuino arrepentimiento, Carlos rompió la primera ley de la sobrevivencia política: cuando usted está en un hoyo, deje de excavar.
Todo parece indicar que el documental fue, como su matrimonio, "un fracaso irreversible". Lo único que consiguió el programa difundido en la noche del miércoles 29 de junio por el canal de televisión ITN fue encender aún más los ánimos en contra del heredero al trono. Todos oyeron lo que no querían oír. La Iglesia Anglicana, además del pecado escuchó al futuro rey preguntándose si es necesario que el monarca siga siendo la cabeza de la Iglesia cuando se vería mejor como "defensor de la fe en general". Y afirmando, además, que no veía en un eventual divorcio una barrera para ser rey.
Pero también atizó la hoguera de la prensa sensacionalista al calificar su acoso de "insoportable " y responsabilizarla en buena parte de su fracaso matrimonial. Al día siguiente la reacción no se hizo esperar. Además de los titulares como "Yo engañé a Diana" un tabloide londinense registró así la noticia del accidente en el cual el avión que Carlos piloteaba se salió de la pista: "Carlos estrelló el avión real". Y no pocos publicaron en primera plana una fotografía de la princesa Diana radiante, mientras asistía a una cena durante la aparición de su esposo en televisión. Con su confesión, Carlos también echó por tierra todo el trabajo de un año de la reina para cambiar la negativa imagen pública de la monarquía: haber empezado a pagar impuestos, abrir el Palacio de Buckingham a los turistas para conseguir dinero y restaurar el castillo de Windsor, y anunciar, la semana pasada, que piensa en dos años prescindir del yate Brittania.
Lo cierto es que en ningún momento Carlos apareció en el programa relajado y tranquilo. Constantemente sus tics nerviosos -darle vueltas al anillo, arreglarse el cuello de su camisa llevarse las manos a la cabeza- delataron que no es un hombre seguro de lo que hace. Y aunque las tomas del documental evitaron presentarlo en sus constantes caídas jugando polo o en el confort palaciego, y en su lugar Dimbleby lo mostró como un hombre muy preocupado por su pueblo "y quien ha trabajado duro por hacer del mundo un mejor lugar", nadie lo creyó. Las secuencias del príncipe estrechando las manos de los desempleados de Norfolk, de los aborígenes australianos o de los beduinos en el desierto de Arabia, no mostraban a un hombre cordial y natural sino a alguien cuya actitud parecía estar gritando "¡Sáquenme de aquí!". Incluso en las tomas en que aparecejugando fútbol con sus hijos William y Harry en los jardines de Balmoral, se ve siempre fuera de lugar. Distante y ajeno; no el padre atento y cariñoso que pretende ser.
Para muchos, el momento más revelador del programa no vino con la pregunta sobre su infidelidad, ni en su referencia a Camila Parker Bowels -a quien describió como "una gran amiga" y en quien buscó apoyo cuando se dio cuenta de que su matrimonio no marchaba bien-. Para muchos el retrato televisivo del futuro rey cargó con otro mensaje: el de un hombre aburrido con su papel en la historia y prisionero de un destino del cual le gustaría escapar. Y a los británicos les gusta que sus monarcas se sientan tranquilos y contentos con el decorativo papel que representan. Por eso les gusta la reina. -