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Un retrato de la filósofa española María Zambrano (1904-1991). ©Effigie/Leemage

Lista Arcadia 2019

La única filósofa de la Lista Arcadia: María Zambrano

El pensamiento de María Zambrano es poético, de la vida. Es el anuncio de una filosofía que se desvía del relato oficial, que renuncia a las formas masculinas de la razón, al logos.

Luciana Cadahia*
4 de diciembre de 2019

El vértigo evocado desde el futuro

Así como la naturaleza se nos hace presente, aquel que somos se nos esconde
Persona y democracia, María Zambrano

Hace unas semanas tuvo lugar un simposio de mujeres filósofas en la Universidad Nacional de Colombia, un encuentro organizado por un grupo de estudiantes interesadas en pensar en el rol de la mujer en la filosofía y nuestro papel como pensadoras en la academia colombiana y latinoamericana. Cuando el evento estaba casi por finalizar, una estudiante levantó tímidamente la mano e hizo una pregunta que todavía sigue rondando mi cabeza: “¿Qué voz resuena dentro de ti cuando lees filosofía?”. Al principio no entendí muy bien hacia dónde apuntaban sus palabras, pero después de darle un par de vueltas me di cuenta de todo lo que se jugaba en su pregunta. De repente, descubrí cómo resonaba dentro de mí la misma palabra “filosofía” entonada con voz masculina, una voz que era el resultado de todas aquellas voces que habían forjado mi educación filosófica.

Para mi sorpresa, las demás colegas habían tenido una experiencia similar y todas nos miramos con cierta perplejidad al descubrir esa voz masculina que dictaba nuestro vínculo con la filosofía.

Es curiosa esta asociación mecánica entre la filosofía y lo masculino y no sé si exista alguna otra invención humana que haya expulsado de manera tan sistemática la voz femenina. Pero no se trata de cualquier invento, sino de aquel por el cual asumimos la tarea misma de pensar. Incluso podríamos llegar a preguntarnos si no hay una incompatibilidad constitutiva entre la filosofía y lo femenino. Pero esto significaría aceptar que lo femenino no puede participar del pensamiento o, al menos, de ese pensamiento que busca hacerse carne desde dentro del lenguaje. Por eso prefiero desplazar la cuestión y preguntarme qué hay de impensado en el pensamiento cuando excluye lo femenino de su quehacer cotidiano. Es decir, qué ha sacrificado la filosofía –y nosotros como humanidad– cuando se autorizó el ingreso exclusivo de la voz masculina al ámbito público de la razón y se ató la voz femenina, como hizo Hegel cruelmente en la Fenomenología del espíritu, a los dioses domésticos de la reproducción silenciosa y sumisa de la vida.

Y aquí es cuando María Zambrano debe entrar en escena y recordarnos el vértigo que le produce al pensamiento una filosofía anunciada con voz femenina. Es el vértigo que nace de constatar los distintos tipos de sacrificios que la historia de la filosofía debió hacer para garantizar un puñado de certezas que hoy amenazan, desde dentro, nuestra existencia en la Tierra. Se trata del sacrificio de la poesía ante la filosofía, de la sensibilidad ante la razón, de lo femenino ante lo masculino, de la naturaleza ante lo humano, de un hermano ante otro hermano, de la vida ante el concepto. A fin de cuentas, nos dice Zambrano, es la terrible decisión de haber apartado la filosofía de la vida, al punto de convertirla en la forma misma del sacrificio.

Por eso, para esta pensadora española –que llevó una vida de exilio por su defensa de la República contra el franquismo y su rechazo declarado a las fuerzas de la reacción–, vida y filosofía deben volver a encontrarse mediante un nuevo vínculo no inmunitario, es decir, donde una no implique una amenaza o dominio sobre la otra. Y es mediante esta búsqueda que Zambrano nos va a hablar de una razón poética. Esta expresión, explorada en toda su radicalidad en Claros del bosque (1977), no es otra cosa que el anuncio de una filosofía que se desvía del relato oficial. Una apuesta filosófica que renuncia a las formas masculinas de la razón, el logos, la historia y la vida social. Pero esto no significa renunciar a ellas; implica, por el contrario, asumirlas desde otro ángulo, a saber: como lugar de enunciación femenino. Esto se observa claramente en Poesía y filosofía (1939), cuando se propone aunar sin suprimir la razón con la sensibilidad, la vida con el concepto, lo femenino con lo masculino. Pero se descubre con mucha mayor claridad en su ensayo La tumba de Antígona (1967), donde Zambrano aborda, a través de la tragedia de Sófocles, el secreto vínculo entre ley y sacrificio. Allí explora la tensión trágica entre dos formas de leyes que pujan por regir la vida social (o el sentido de lo humano). En un caso, representada por la figura masculina de Creonte, encontramos la ley sacrificial de quien asume que para gobernar es necesario que una parte del cuerpo social sea sacrificada. En el otro, a través de la figura femenina de Antígona, aparece la ley del amor como el delirio de quien renuncia al acto fundacional del sacrificio para imaginar la vida junto a los otros. Esta última es una ley, nos dice Zambrano, que viniendo del futuro clama dentro de nosotros y nos arrastra hacia lo que todavía no es.

*Filósofa, investigadora de Flacso-Ecuador y subcoordinadora de Calas-Andes. Entre sus publicaciones más recientes cabe resaltar Mediaciones de lo sensible (FCE, 2017) y El círculo mágico del Estado: populismo, feminismo y antagonismo (Lengua de Trapo, 2019).