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Foto por: Daniel Reina

CRÓNICA

La segunda oportunidad de nuestra estirpe

El 26 de septiembre pasará a la historia como el día que Colombia cerró la página de la guerra y abrió la puerta a un futuro sin violencia política.

27 de septiembre de 2016

Generosidad, perdón y esperanza. Esos tres sentimientos recorrían la Plaza de Banderas del centro de convenciones de Cartagena en el inolvidable 26 de septiembre de 2016, cuando se firmó la paz bajo un atardecer de arreboles, con la Ciudad Amurallada y un mar tranquilo como telón de fondo. 

Generosidad entre dos hombres que hasta hace poco se combatieron a muerte. El jefe de las Farc, Timochenko, y el presidente Juan Manuel Santos se reconocieron honorablemente los mutuos esfuerzos por la paz. Perdón, porque esta palabra, pronunciada por Timochenko, se convirtió en el bálsamo que suavizó cualquier duda o desconfianza que subsistiera sobre las intenciones de la guerrilla.

Y esperanza porque en Cartagena se selló el pacto tácito que el gobierno y la guerrilla tienen de aplicar este acuerdo con toda la seriedad que implica, bajo la mirada de un mundo que observa con alegría e interés el nuevo destino del país.

Todo empezó con una puerta. El 7 de agosto de 2010, cuando Juan Manuel Santos asumió la Presidencia, dijo que las llaves de la paz no estaban en el fondo del mar. Y no lo estaban. El lunes pasado Santos las sacó para abrir la puerta a una nueva Colombia.

La ceremonia solemne de la firma comenzó con esa puerta de fondo en el escenario por la que entraron los invitados internacionales, en total 15 jefes de Estado, el rey emérito de España, el secretario general de la Organización de Naciones Unidas y las delegaciones de paz del gobierno y las Farc. Al frente, una plaza donde vibraban emocionadas más de 2.000 personas venidas de todos los lugares de Colombia, de todos los estratos y culturas, que vestidas de blanco ondeaban pañuelos.

Desde el primer momento dos espíritus empezaron a deambular por la plaza. El de las víctimas del conflicto, con toda su dignidad y sufrimiento y el de Gabriel García Márquez y Macondo.

Luego del Himno Nacional, interpretado por los niños de Baranoa, Atlántico, las notas desgarradoras de una trompeta sirvieron de fondo para el minuto de silencio en homenaje a todos los caídos en esta guerra de medio siglo. La alegría de la paz no podía opacar la memoria del largo sufrimiento de tantas personas. Siguieron los dramáticos alabados de las cantaoras del río Pogue, de Bojayá, Chocó, víctimas directas del conflicto. Diez mujeres que por primera vez en quince años abandonaron el luto que llevan desde que un cilindro destruyó la iglesia de su pueblo y mató a 79 personas que esperaban encontrar misericordia protegidas por el altar.

La tarde del lunes se vistieron de blanco y con sus notas clamaron para que nunca nadie olvidara a las víctimas. Sus voces desgarradas le dieron una nota de solemnidad a todo el acto.

Luego ambos, Santos y Timochenko firmaron protocolariamente con el balígrafo, esa pluma que alguna vez fue una bala de fusil. Primero lo hizo el líder guerrillero, a quien la presentadora llamó por su nombre de pila: Rodrigo Londoño. Sin embargo, él puso su rúbrica simplemente como Timo. Luego lo hizo el presidente Santos. La gente gritaba: “abrazo, abrazo” con el deseo de que ambos protagonistas de ese momento histórico se dieran más que un apretón de manos. No llegó a tanto, pero sí hubo un acercamiento efusivo y largo, como corresponde a dos personas que hacían el compromiso más importante de sus vidas.

El público no dejaba de gritar el mantra de la tarde: “sí se pudo, si se pudo”, y bajo el cielo azul oscuro del ocaso, una bandera de Colombia, a la que le agregaron una franja blanca, ondeaba victoriosa.

Primero tomó la palabra el secretario general de la Organización de Naciones Unidas, Ban Ki- moon, quien destacó antes que nada que este acuerdo puso en el centro a las víctimas. Felicitó a las partes por los actos de reconocimiento que han hecho de su responsabilidad en la tragedia de tantos colombianos, y destacó la generosidad de las víctimas que han dado ejemplo con su capacidad de otorgar perdón y abrirse a la reconciliación.

Ban pidió mostrar muy pronto los dividendos de la paz para generar confianza. Por si había dudas, reafirmó que este acuerdo ha suscitado el interés del mundo entero por su audacia, su minuciosidad y cuidado. Y terminó con voz emocionada recordando que Colombia solo ha conocido el dolor y ahora debe pasar la página y mirar hacia el futuro. Con gran sentimiento y en español terminó con un “¡Viva Colombia en paz!”.

Las palabras más esperadas eran sin embargo las del jefe de las Farc. Durante los preparativos de la ceremonia entre el público había incertidumbre sobre el tono y el mensaje que enviaría. Pero superó las expectativas de todos. Empezó con una frase corta y contundente: después de firmado este acuerdo de paz, “nuestra única arma será la palabra”.

Su discurso estuvo lleno de alusiones a la seriedad con la que las Farc toman este proceso. “Nosotros vamos a cumplir y esperamos que el gobierno cumpla”, dijo. También que donde plante pies un excombatiente de las Farc encontrarán a alguien “decente y con tranquilidad en el corazón”. Le envió también un agradecimiento a su guerrillerada, e hizo un pequeño homenaje a todos sus muertos.

Timochenko no escatimó en elogios para el presidente Santos, de quien destacó su valor para enfrentar a los que se oponen a la paz, y su gran voluntad para lograrla. Recordó que alguna vez, hace ya cinco años, cuando murió Alfonso Cano en un bombardeo, le había escrito lleno de dolor diciéndole, “Así no es Santos, así no es”. Esta vez le dijo: “Así sí es”.

Pero también advirtió que ahora no es que capitalismo y socialismo se abrazaran entre sollozos. Las diferencias ideológicas continuarán. “Aquí nadie ha renunciado a sus banderas y nuestra voz retumbará contra las injusticias” dijo. Una idea que Santos retomó en su discurso para decir que efectivamente, de eso se trata la paz, de que haya garantías para que quienes piensan diferente estén en la democracia. 

Pero vino el clímax del evento. Sorpresivamente Timochenko dijo: “En nombre de las Farc les ofrezco perdón a las víctimas por el daño que pudimos haber causado en el conflicto”. El público estalló en júbilo. Esta palabra era la otra llave que se creía perdida en el fondo del mar. Una señal de confianza, de cambio de actitud, de humildad. La prueba de que de verdad, las palabras pueden más que las balas, y que las Farc están definitivamente preparadas para encarar un futuro en la civilidad.

Cuando el jefe de las Farc avanzaba hacia el final de su discurso lo interrumpió el estruendo aterrador de cinco jets de combate que surcaron el cielo.

Hubo cierto desconcierto en el público. Si era en símbolo de paz, nadie entendió muy bien su significado, aunque luego se supo que cada uno representaba una década de guerra. Una mala idea que Timoleón tomó en chiste, cuando dijo que por lo menos esta vez no era un bombardeo, lo que obligó luego a Santos a decir que era un saludo de paz.

Y como el espíritu de García Márquez se respiraba en todos los costados, Timochenko terminó al citar aquella frase final de Cien años de soledad, diciendo que nuestra estirpe sí tiene una segunda oportunidad sobre la tierra, y esta es la de la paz.

Santos, por su parte, empezó su intervención citando el himno nacional. “En surcos de dolores el bien germina ya”. Posiblemente será difícil volver a ver al presidente más emotivo que esa tarde. Su discurso estuvo lleno de agradecimientos a la comunidad internacional, tanto a los presidentes como a los 27 cancilleres que asistieron; a los garantes y acompañantes, y luego le hizo un muy significativo reconocimiento a la Farc. Recordó que los había combatido con toda la contundencia que pudo en el pasado, pero “ustedes entendieron el llamado de la historia”. Y en un hecho significativo, cuando lamentó los muertos de la guerra, incluyó a los guerrilleros.

A medida que fue avanzando se le notó pletórico, al punto que finalizó secándose las lágrimas.

Dedicó buena parte de su discurso a hablar sobre el plebiscito. Llamó sin titubeos y de manera apasionada a votar por el Sí, para que, de nuevo, como dijo García Márquez, y ya lo había recordado Timochenko, la estirpe de Macondo tuviera una segunda oportunidad sobre la tierra. Destacó el poder de cambio de los acuerdos y ratificó que las diferencias políticas e ideológicas continuarán pero que él hará todo para garantizar que ellos puedan ingresar a la política, a ampliar la democracia. Santos fue varias veces ovacionado, especialmente cuando a todo pecho gritó: “Cesó la horrible noche”.

Sin embargo, la lluvia de aplausos vino al final, cuando el presidente señaló a su equipo negociador, sentado a la izquierda. Humberto de la Calle, Sergio Jaramillo, Óscar Naranjo, María Ángela Holguín y el general Jorge Enrique Mora. Los aplausos y los pañuelos blancos que ondeaban se extendieron por varios minutos, así como los gritos de “gracias, gracias” a quienes sacrificaron tanto de su tiempo y su vida para darle vida a este acuerdo.

La ceremonia terminó con las notas de Beethoven y su canción de la alegría. Los asistentes, desde los más importantes hasta los más humildes, se fueron felices. Convencidos de haber vivido el momento histórico e irrepetible en que desapareció por fin la maldición de una estirpe que parecía condenada a vivir en guerra por siempre.