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Iván Márquez, Jesús Santrich, Pablo Catatumbo, Victoria Sandino, Pastor Alape, Carlos Antonio Losada, Marcos Calarcá, Rodrigo Granda, Joaquín Gómez. | Foto: Revista Semana

PERFILES

Los negociadores de las Farc

Estos son los hombres y la mujer que durante cuatro años construyeron con el gobierno el acuerdo de paz. Un solo equipo y varias personalidades.

24 de septiembre de 2016

Si algo demostró el equipo negociador de las Farc a lo largo de estos cuatro años fue una gran cohesión y disciplina. No es de extrañar. Han pasado casi toda su vida juntos, y tienen orígenes políticos similares, pues casi todos empezaron su militancia en la Juventud Comunista (Juco). Casi todos rodean los 60 años y llevan en promedio cuatro décadas en la guerra. Sin excepción, han estado en el campo de batalla tanto como en las lides políticas y organizativas, y vivieron en La Habana una experiencia que los transformó. Sin embargo, tienen historias y personalidades bien diferentes y está por verse cuáles de ellos se mantendrán en la vida pública después de dejar las armas.

Cuando Iván Márquez y Jesús Santrich llegaron a Oslo, Noruega, en octubre de 2012, su discurso cayó como un baldado de agua fría que empañó el optimismo en el comienzo de las conversaciones. La delegación del gobierno sintió que las Farc habían delegado a los más duros del secretariado y el estado mayor. En realidad, designar a Iván Márquez tenía lógica por tres razones. Una, que después de Timochenko era el segundo más antiguo del secretariado, pues está allí desde principios de los años noventa. En segundo lugar, tenía experiencia de negociador no solo en Tlaxcala durante el gobierno de César Gaviria, sino en el Caguán en el de Andrés Pastrana, y durante los años de Álvaro Uribe en Venezuela, desde donde coordinaba con Hugo Chávez y Piedad Córdoba lo relativo al nunca logrado intercambio humanitario. Márquez, o Luciano Marín, su nombre de pila, hoy tiene 61 años. Casi toma los votos sacerdotales, pero terminó de maestro de escuela en El Doncello, Caquetá, de donde pasó a la guerrilla. Durante la negociación de paz con Belisario Betancur se convirtió en uno de los cuadros de la Unión Patriótica, el partido político de las Farc, por lo que ocupó un escaño de suplente en la Cámara de Representantes. Pero cuando comenzó la matanza de los miembros de la UP, su hermano, también militante, terminó cruelmente asesinado. Márquez decidió entonces regresar a la selva.

Estuvo asignado mucho tiempo a Urabá y él mismo narra sus hazañas militares en esta región. Cuenta que “recuperó” 700 fusiles. También un mortero que portaban las tropas del general Jorge Mora Rangel, quien en La Habana le solía decir entre chiste y chanza que se los devolviera. Márquez tuvo mucho que ver con la sangrienta disputa de Urabá con los paramilitares y los desmovilizados del EPL. Tuvo más adelante bajo su mando el bloque Caribe y su retaguardia se inclinó hacia la Sierra Nevada y La Guajira. Y en los últimos años del gobierno de Uribe hay evidencia de que permaneció en Venezuela. Chavista pura sangre y bolivariano convencido, mantuvo una estrecha relación con los militares de ese país. De hecho en algunas fotos se le ve tabaco en mano y hasta en una motocicleta Harley-Davidson en el Fuerte Tiuna.

En la costa colombiana se encontró con Jesús Santrich, de 49 años, o Seusis Pausivas Hernández, su amigo inseparable y llave en la negociación. Abogado, licenciado en Ciencias Sociales y con maestría en Historia, Santrich es de Toluviejo, Sucre, pero estudió y se crió en Barranquilla. De padre costeño y madre pastusa, ambos maestros de filosofía, creció entre libros y música, pintores y juglares. Desde muy joven se hizo militante de la Juco y alcanzó a ocupar cargos públicos como personero de Colosó, en Sucre, y secretario de Educación en Magdalena. Hizo parte de la UP, pero cuando comenzó el exterminio se fue a la guerrilla. Su perfil es sobre todo ideológico y de propagandista. No en vano es uno de los pocos miembros del estado mayor de las Farc que no tiene cargos por ningún delito diferente a la rebelión. Es gran lector, escribe, canta, pinta y toca varios instrumentos musicales. Es contestatario para el debate y como ha demostrado en su cuenta de Twitter, puede ser un provocador. Tiene humor y una rapidez mental que deja sin aire a sus adversarios.

Durante los cuatro años en La Habana nunca se separó de Márquez. Se puede decir que el uno es el estratega y el otro, el ideólogo. A pesar de que prácticamente no ve debido a una enfermedad degenerativa que le arrebató la vista hace cerca de una década, redactaba los textos con Sergio Jaramillo, ayudado por un aparato que le lee todo.

Durante los primeros meses la delegación de las Farc sacaba cada día diez propuestas y en total 100 por cada punto. Cuentan los delegados del gobierno que durante los primeros meses en La Habana fue difícil aterrizar los temas porque los miembros de las Farc hacían recuentos históricos que a veces se remontaban un siglo atrás. Tampoco escatimaron espacio para hablar ante los micrófonos. Santrich en particular tuvo al principio un estilo radical con los medios de comunicación, a quienes tildaba de ser parte del enemigo. En los cuatro años esas posiciones se fueron suavizando. Del Márquez que lanzaba epítetos en Oslo contra la oligarquía, los empresarios y los militares quedaba poco el día en que se alcanzó el acuerdo final, cuando llamó a una reconciliación plena. También sorprendió hace semanas al reconocer en un video que las “retenciones” o secuestros habían causado un gran sufrimiento a muchas familias y que había que proscribir esa práctica.

La llegada a La Habana de Pablo Catatumbo o Jorge Torres Victoria, de 63 años, matizó ese estilo tan ideológico. Nacido en un hogar de clase obrera en Cali, en sus años mozos fue boxeador y gran apasionado de la literatura mientras militaba en la Juco A principios de los años setenta viajó a Moscú y allí conoció a quien sería su amigo del alma el resto de la vida: Alfonso Cano. A su regreso ingresó a la guerrilla, donde tuvo empatía inmediata con varios de quienes después saldrían de las filas de las Farc para crear el M-19: Jaime Bateman, Carlos Pizarro, Álvaro Fayad e Iván Marino Ospina. A su lado aprendió a ser un guerrillero urbano, mucho antes de internarse definitivamente en las montañas de la cordillera Occidental, en las que vivió durante los años previos a La Habana.

El país conoció su rostro durante los diálogos de Tlaxcala, en México, y cuando estos fracasaron a él se le atribuyó la amarga frase “dentro de 10.000 muertos nos vemos”. También participó en los diálogos del Caguán y durante dos décadas se dedicó con Cano a construir el Movimiento Clandestino Bolivariano y el Partido Comunista Clandestino.

Pablo Catatumbo es un gran lector, y tiene gran sentido de la política. Sobre sus hombros pesa de manera muy especial el caso del secuestro y asesinato de los diputados del Valle. Por eso en días recientes, cuando las Farc hicieron un acto de contrición frente a los familiares, fue él quien pidió perdón de todo corazón.

Por esas paradojas de la vida, Catatumbo tuvo que trabajar durante varios meses con el general Óscar Naranjo en el tema de garantías de no repetición y el combate al paramilitarismo. Ambos se conocían como enemigos y, por la mutua inteligencia que se hicieron, se conocen mejor de lo que cada uno admite frente al otro. Lo hicieron con respeto y en sintonía con las necesidades del futuro. Catatumbo en todo caso es considerado un hombre equilibrado y reflexivo, respetado como militar y como estratega político.

De la mano de Catatumbo llegó Victoria Sandino, la única mujer plenipotenciaria. Periodista, de 50 años, logró posicionar un tema nada fácil: el de género. La subcomisión a su cargo trabajó para que todos los acuerdos tuvieran una perspectiva de equidad para las mujeres. También fue clave en las comisiones de redacción y en los actos de confianza y pedagogía.

A finales de 2014 se unió al grupo negociador otro miembro del secretariado: Pastor Alape o Lisandro Muñoz Lascarro, quien llegó al máximo órgano de dirección de las Farc en reemplazo del Mono Jojoy. Alape pasó de ser uno de los más desconocidos a ser posiblemente uno de los rostros más amables de esa guerrilla. Hoy tiene 57 años, y se incorporó a la guerrilla en 1979 en Puerto Berrío, cuando militaba en la Juco y en las ‘zonas rojas’ imperaba el Estatuto de Seguridad Nacional. Pasó sus últimos años de guerrillero en el Magdalena Medio, Antioquia y Chocó, y se le considera uno de los hombres más cercanos a Timochenko. Por eso cuando llegó a La Habana se le consideraba una especie de avanzada del número uno de las Farc.

Alape es un hombre de gran formación política, curiosidad intelectual y muy ligado a los movimientos sociales. Llegó como apoyo a la mesa en diversos temas, pero quizá su papel más importante fue el de sembrar confianza en todos los frentes, tanto en los externos como en los internos. Era quien atendía a buena parte de los visitantes y sobre todo a la prensa. Su carácter afable se conoció por primera vez en la entrega del general Rubén Darío Alzate en Chocó, luego de haber sido secuestrado en un paraje del río Atrato. Alape lo abrazó fraternalmente en la despedida, lo que causó un pequeño escándalo. En adelante Alape protagonizaría varios gestos de ‘confianza’ con el gobierno y también con la sociedad. Fue el encargado del piloto de desminado en El Orejón junto con el general en retiro Rafael Colón, y lograron un trabajo mancomunado que ya daba indicios de la posibilidad de que antiguos enemigos trabajaran juntos por la paz. También le correspondió pedir perdón por la masacre de Bojayá y lo hizo a fondo, con voz quebrada y llanto en los ojos. Así mismo ha sido un hombre clave en mantener la cohesión interna de las Farc y uno de los que más ha venido a Colombia a tareas de pedagogía con los frentes insurgentes.

Junto a Alape llegó Carlos Antonio Losada o Julián Gallo, el más joven del secretariado. Tiene 55 años, es bogotano de familia comunista y también militó en la Juco hasta los 17 años. Hoy se le considera un verdadero jefe militar de las Farc. No en vano encabezó la subcomisión del fin del conflicto, junto al general Flórez. Durante muchos años tuvo a su cargo las redes urbanas y en especial las de Bogotá. Pero después del Caguán se convirtió en un mariscal de guerra. Sobrellevó buena parte de la resistencia guerrillera al Plan Patriota, tanto en Cundinamarca como en La Macarena y Caquetá. Sobrevivió de milagro a un bombardeo donde su computador cayó en manos del Ejército.

En la Mesa de Conversaciones se le consideró una revelación por sus dotes de negociador y político. Con Flórez en la mesa tejió un acuerdo que se destaca por la precisión técnica. Losada tiene ideas claras, es fluido para hablar y sin duda es uno de los que podrían figurar en la política. Se ha rodeado de jóvenes urbanos que asesoran sus temas y es quizá uno de los que más ha insistido en un modelo colectivo de reintegración. Sobre sus hombros recae buena parte de la confianza que depositarán los guerrilleros en el acto de dejar las armas.

Junto a Losada, otro hombre de particular importancia en el campo militar ha sido Joaquín Gómez. Guajiro, de formación comunista, fue profesor de la Universidad de la Amazonia cuando se incorporó a la guerrilla. Su llegada a La Habana transmitió tranquilidad pues enviaba el mensaje de que el bloque Sur estaba en el proceso. Este bloque es el más importante para las finanzas de esa guerrilla, y había dudas de si llegaría a la mesa.

Otros dos negociadores del estado mayor fueron claves: Marcos Calarcá y Rodrigo Granda. Ambos estuvieron en la fase secreta y fueron un hilo conductor de la agenda. El primero actuó siempre en clave diplomática por lo que hoy es el hombre de las Farc en el mecanismo de monitoreo y verificación coordinado por la misión política de la ONU. El segundo ha sido clave en las relaciones internacionales con los movimientos sociales y en el último tiempo, en el manejo del problema de los presos, que es bastante complejo.

Los negociadores de las Farc aquí mencionados, y otros que no lo han sido, pueden decir que cuatro años después de comenzadas las conversaciones cumplieron la misión de lograr un acuerdo de paz. Y que en adelante les espera el mayor reto de sus vidas: convencer al país de que tienen una propuesta política decente, inteligente y pertinente para la Colombia del siglo XXI.