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Los héroes del conflicto armado

Después de más de medio siglo de combates, Colombia le puso fin al capítulo más oscuro del país. Estas son algunas de las historias que nunca deberían repetirse.

24 de septiembre de 2016

Una familia de héroes

Aunque su corazón estaba roto y no encontraba explicación para lo que le estaba sucediendo a su familia, Florinda Páez Sánchez no dejó en todo el año 2014 de visitar y darles ánimo a sus dos hijos en el Hospital Militar de Bogotá. Se trata de los pilotos Gustavo y Miguel Ángel Malagón Páez, quienes en situaciones diferentes resultaron heridos ese año en enfrentamientos con las Farc.

El drama de su familia empezó el 20 de enero de 2014, cuando el mayor Gustavo Malagón, piloto de un helicóptero Black Hawk, realizaba una operación contra el frente décimo de las Farc en Puerto Rondón, Arauca. Cuando entregaba armas a sus compañeros en tierra, se vio sorprendido por el fuego de los guerrilleros. En 17 oportunidades impactaron el helicóptero, y una bala hirió al mayor en su pierna derecha. Sin rendirse ante el dolor, logró sortear las balas y pilotear durante 40 minutos más para proteger a toda la tripulación y llegar a la brigada en Arauca. Una vez en tierra, perdió el conocimiento, lo trasladaron hasta Bogotá y le extrajeron el proyectil de su músculo gemelo. El dolor de la señora Florinda fue muy grande, al igual que el de Miguel Ángel, que en ese momento se encontraba en operaciones en La Macarena y no podía visitar a su hermano.

Pasó el tiempo y la recuperación de Gustavo parecía satisfactoria, pero llegó otra noticia angustiosa. El 14 de noviembre de ese mismo año se presentaron fuertes combates entre el Ejército y el frente tercero de las Farc, y un soldado había quedado herido. Miguel Ángel sabía en carne propia la importancia de ir a socorrer a un compañero; de inmediato acudió al rescate y, mientras intentaba descender con su helicóptero, fue sorprendido por fuego enemigo. “Uno de los disparos me pegó en el codo izquierdo y me desprendió el brazo; con ayuda del copiloto logramos salir, pero no pudimos buscar al soldado”, narró Miguel Ángel.

A pesar del dolor de esa nueva noticia y de la tristeza que generaba para los hermanos ver el rostro de su madre lleno de lágrimas, afrontaron su recuperación con gran entereza. Gustavo, de 39 años, trabaja en el Comando de Transformación Ejército del Futuro y Miguel Ángel, de 33, pertenece a la División de Asalto Aéreo del Grupo de Investigaciones de Accidentes. Ambos son muestra clara de lo que significa ser un héroe.

El don de la vida

En su labor en el Ejército, el cabo primero Luis Álvaro Moreno ya había rescatado a varios soldados y comandantes heridos en hostigamientos, había presenciado los horrores de la guerra y creía estar listo para afrontar todo lo que se vive en combate. Pero desafortunadamente fue otra víctima de la lucha armada, aunque ya estaban en marcha las conversaciones para terminarla.

Con información de que en una zona cercana a Pradera, Valle del Cauca, se encontraban algunos guerrilleros de las Farc, Luis Álvaro y 15 soldados más fueron a inspeccionar y asegurar la zona. En medio de los enfrentamientos que comenzaron a las cuatro de la tarde del 2 de diciembre de 2013, el cabo primero pisó una mina que le arrancó su pierna derecha y le dejó la izquierda en malas condiciones. “Cuando pude reaccionar, me pregunté qué hacían todos de pie y yo en el piso. Y al mirarme la pierna derecha ya no había nada: todo estaba quemado”.

Solo a las cuatro de la madrugada pudo entrar un helicóptero a socorrerlos. En esas 12 horas Luis Álvaro no tuvo tiempo para el dolor, pues debió dedicar toda su concentración a dar las coordenadas para su rescate y el de sus compañeros, pues él era el único que sabía leer el GPS. Más tarde, en el proceso para recuperarse, lo más difícil fue asimilar que no podría realizar las mismas tareas que antes. El cabo siempre fue un hombre responsable y trabajador, y esos valores inculcados en casa lo motivaron para seguir adelante. Actualmente está retirado del Ejército pero forma parte de la Liga de Discapacidad de las Fuerzas Armadas en la disciplina de levantamiento de pesas.

“Ver a mi madre llorando a escondidas fue lo que más me dolió”: teniente Jair Hernando Pérez

En noviembre de 2012, en medio de un enfrentamiento contra el frente 52 de las Farc, el teniente Jair Pérez fue víctima de la explosión de un cilindro que le destrozó su pierna izquierda y acabó con la vida de otro soldado. Solo por el valor de sus compañeros, quienes nunca lo desampararon, logró sobrevivir. Pero ese solo sería el comienzo de una larga batalla con su dolor físico, sus recuerdos y el sufrimiento de su familia.

La palabra que mejor define a Pérez es fortaleza, porque en medio de las situaciones por las que pasó siempre tuvo la convicción de ser útil para la sociedad. Él mismo reconoce que ahora, con 28 años, es diferente a quien era antes de su lesión, pues tuvo que superar momentos realmente duros. “Ver a mi madre llorando a escondidas fue lo que más me dolió, porque aunque siempre me mostró su apoyo, también a veces era notoria su tristeza”, cuenta.

El teniente Pérez tiene 38 tornillos en su cuerpo producto de las operaciones y no le pueden quitar las esquirlas que tiene en la cabeza y la columna porque corre el riesgo de quedar parapléjico. Sigue sirviendo a su país y sabe que puede ser útil para la sociedad. Terminó la carrera de Administración de Empresas y va en séptimo semestre de Comunicación Social; además, trabaja como subdirector administrativo del Departamento de Inteligencia y Contrainteligencia Militar.

Sucios artefactos de muerte

Los balones bomba consisten en explosivos improvisados rellenos de metralla, puntillas y alambres de púas; algunos dicen que pueden tener químicos y hasta materia fecal para infectar las heridas. Varios de estos sorprendieron al capitán Javier Augusto Suárez y su grupo de soldados del Batallón de Infantería n.º 10, que tenían la misión de desbloquear la vía que de Medellín conduce a la costa. Los guerrilleros del frente 58, al ver que los soldados empezaron a subir la loma donde ellos se encontraban escondidos, empezaron a lanzar esos balones.

Era el 6 de noviembre de 2002 a las siete de la mañana, en Puerto Valdivia, Antioquia. Los soldados oyeron el estallido donde se encontraba el capitán Suárez, las esquirlas le atravesaron el pie izquierdo y le generaron una herida de gravedad en su rodilla, pero como los enfrentamientos duraron hasta mediodía, solo entonces lograron salir de la zona con apoyo aéreo. La recuperación del capitán fue dolorosa, pero con empeño pronto pudo volver a sus labores, esta vez en Cimitarra, Santander.

Pero la guerra volvió a lastimarlo, en esta ocasión en un enfrentamiento con el ELN. En esa batalla recibió tres disparos, uno a la altura del ojo izquierdo que le destrozó el hueso malar, uno en el hombro y otro, de nuevo, en la pierna izquierda.

Para el capitán la parte más dolorosa fue la tristeza de su mamá, aunque eso le sirvió de incentivo para mejorar. En este momento es coordinador del Área de Gestión del Conocimiento en el Comando de Transformación Ejército del Futuro. Además, es abogado especializado en Alta Gerencia y su meta es ser general de la república.

“Volví a caminar por mi hijo”: teniente coronel Mauricio Medina

Papi, ¿por qué no juegas fútbol conmigo?”. Esa simple pregunta de su pequeño hijo Juan David motivó al teniente coronel Mauricio Medina para tratar de levantarse de la silla de ruedas en la que se encontraba tras las heridas sufridas en combate. El aguerrido militar tomó fuerzas, agarró las muletas que su esposa había guardado en un clóset e intentó ponerse de pie. “Empezamos con mi hijo a intentarlo, me caí varias veces, se desordenó la casa y hasta el televisor se rompió, pero siempre me levanté. Finalmente pude pararme con mucho esfuerzo. Al verme así, Juan David me dijo: ‘Listo, papi, salgamos a jugar’. Volví a caminar por él”, relató Medina.

El 15 de octubre de 2006, en medio de un asalto aéreo en La Cooperativa, Meta, contra el frente 27 de las Farc, Mauricio Medina casi pierde su pierna. Junto con su tropa había capturado a varios cabecillas de las Farc y, hasta ese momento, todo parecía un triunfo. Eran las cinco de la mañana y solo tenían que esperar en tierra a un helicóptero, pero el tiempo pasó y las condiciones del clima no permitieron su llegada. Empezó el fuego cruzado y un artefacto explosivo causó la muerte de uno de los soldados y graves heridas a varios, él incluido. Aguantaron como pudieron hasta que llegó su rescate.

El teniente coronel quedó con varias heridas en su tronco y una esquirla en la femoral que lo tuvo a punto de perder la pierna derecha. El año pasado, en un sorprendente caso de recuperación, dejó los bastones, aunque no tiene completa sensibilidad en su pierna. Con 39 años, hoy es director de Educación del Ejército.

No más minas antipersonales

En junio de 2012, el frente 33 de las Farc se encontraba derrumbando torres de energía en varias partes de Norte de Santander. El sargento segundo José Luis Ramírez llegó con otros soldados a controlar una zona cercana al municipio de Tibú. A las cuatro de la mañana del lunes 11 de junio empezó el enfrentamiento y el sargento comenzó a moverse respondiendo al fuego, pero activó una mina llena de clavos y grapas. El estallido le fracturó el fémur, la tibia y el peroné y le perforó un tímpano.

“Cuando caí herido, esa misma noche dejé de creer en Dios porque yo todos los días rezaba para que me fuera bien. En ese momento hasta ahí llegó mi vida”, dijo el sargento segundo. Solo pidió una vez en el hospital que no llamaran a su madre, pues no quería causarle dolor en ese momento y prefirió esperar hasta después de la operación.

Luego de la intervención tuvieron que abrirle de nuevo la pierna y lavarle los huesos pues su herida estaba otra vez infectada por el contenido de la mina. Poco a poco le tocó ser más fuerte que su dolor. Reconoce que las oraciones de su madre le ayudaron y volvió a creer en Dios. Así, a sus 33 años, trabaja en uno de los programas del Ministerio de Defensa.