| Foto: AP Photo/Ariana Cubillos

VENEZUELA

Chávez perdió donde le duele

Cuando antes sólo con el endoso de Hugo Chávez se ganaban elecciones, ahora su poder queda tocado con los reveses sufridos por sus candidatos en importantes ciudades luego de las elecciones ayer. Por Ewald Scharfenberg, especial para Semana.com desde Caracas.

24 de noviembre de 2008

A punto de cumplirse una década de su primer triunfo electoral, que llevó al teniente coronel Hugo Chávez Frías a la Presidencia de la República en 1998, la revolución bolivariana de Venezuela parece haber tenido que replegarse desde anoche a las zonas menos urbanizadas del país, luego de conocerse los resultados iniciales de las elecciones regionales para Gobernadores, Alcaldes y órganos locales de gobierno.

Aunque en horas de la madrugada el propio Chávez se apresuró a destacar los triunfos de sus candidatos en 17 de las 22 gobernaciones en juego, incluyendo las “recuperaciones” de los estados Aragua, Guárico y Sucre –hasta ahora regidos por antiguos aliados que desertaron del oficialismo-, sus palabras no pudieron mitigar la pérdida a manos de candidatos opositores de los tres estados que más votantes aportan al padrón electoral: Zulia, Miranda y Carabobo.

También pesaron en el saldo simbólico de la jornada las victorias opositoras en la Alcaldía Mayor de Caracas y el Distrito Sucre del área metropolitana, donde se aloja el mayor barrio popular de todo el país, Petare, así como en la gobernación del estado Táchira, fronterizo con Colombia.

Algunos de los pupilos predilectos del Presidente, entre ellos su presunto delfín, Diosdado Cabello –quien aspiraba a retener la gobernación de Miranda-, y Jesse Chacón Chacón –superado en el Distrito Sucre por Carlos Ocariz, joven dirigente del centroderechista partido Primero Justicia-, sufrieron derrotas. Cabello y Chacón, ambos ex oficiales del ejército, son señalados con frecuencia como cabezas visibles del ala tecnocrática-militar del chavismo, germen de una “derecha endógena” en el seno de la revolución. Sus descalabros anuncian pases de facturas y reacomodos al interior del oficialismo.

Mientras tanto, en el estado llanero de Barinas, el hermano del presidente, Adán –ex ministro de Educación, ex Secretario de la Presidencia, y ex embajador en La Habana- , a duras penas conservó el terruño familiar con una estrecha victoria de cinco puntos porcentuales. Ahora le tocará suceder en la gobernación local a su padre, el maestro Hugo de los Reyes Chávez.


Casi un plebiscito

No hay duda de que las elecciones regionales suelen estar dominadas por temas de gestión local.

En esta ocasión, sin embargo, el presidente Chávez se encargó de que no fuera así.

En distintas intervenciones públicas vaticinó que, de ganar la oposición en territorios significativos del país, el año 2009 “será la guerra… Vendrán por mí”. Durante la recta final de la campaña electoral, a través de cadenas de radio y televisión y de una frenética gira por las principales plazas en disputa, ratificó el dilema: “Donde haya gobernadores contrarrevolucionarios, donde haya alcaldes contrarrevolucionarios, pues yo no puedo enviar recursos (adicionales), ¿para qué, para que se los roben o para que los usen en la conspiración contra mí? Sería yo un irresponsable si lo hiciera”.

Amenazó con “sacar los tanques” si la candidatura que endosaba en el estado Carabobo perdía, y prometió, además de rayos y centellas para la disidencia, la cárcel para los gobernadores, salientes y opositores, de Zulia y Sucre. A los electores de Zulia, de paso, advirtió que de favorecer otra vez a un gobernador de oposición, se vería obligado a “revisar las relaciones” desde la primera magistratura con ese estado, como si de una potencia extranjera se tratara.

Llegada la hora de los resultados y descartadas sus reconvenciones por una importante fracción de los electores, enfrenta la tarea de convivir con gestiones opositoras en localidades que no puede ignorar. Aún si decidiera abrazar la narrativa antiurbana de su venerada revolución cubana, que mira con desdén a las babilonias decadentes y falsamente sofisticadas de las ciudades, Chávez tendría de todas maneras que cazar votos para las próximas batallas electorales en Caracas, Maracaibo, Valencia o San Cristóbal.


¿Ajuste o tendencia?

Queda entonces ahora por ver si el repliegue del chavismo obedece a una antimarea circunstancial de estas votaciones, donde los electores parecen haberse entregado sin más a la lógica binaria de la polarización, en desmedro de candidaturas locales o anecdóticas como las de la ex esposa de Chávez en la ciudad de Barquisimeto, estado Lara, o la del humorista Benjamín Rausseo, “El conde del Guácharo”, en el estado oriental de Anzoátegui.

Los maximalismos de oficialismo y gobernación quedaron frustrados. Ni la oposición obtuvo las ocho gobernaciones que sus pronósticos más optimistas anhelaban, en vez de anunciar; ni el gobierno pudo contener a los factores disidentes en las dos gobernaciones, Zulia y Nueva Esparta, donde había quedado recluida a ambas longitudes extremas del territorio nacional. Con una participación –alta para este tipo de eventos- de 65%, el electorado venezolano parece haber expresado su deseo por un equilibrio donde una trabajosa convivencia, en lugar de los automatismos de la confrontación o de la obediencia ciegas, sirva de expediente para restituir la institucionalidad del federalismo.

No es un mandato que a Chávez se le haga cómodo. La unanimidad es su hábitat. Y aunque durante su breve alocución de trasnocho intentó capitalizar los reveses aceptados como un mentís para cualquiera que en adelante se atreva a decir “que en Venezuela hay una dictadura”, lucía descompuesto –mientras optó por visitar la sede del comando del oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), en lugar del esperado mensaje en cadena nacional- ante la perspectiva de lidiar con enclaves opositores en momentos en los que el gran motor de la revolución, los precios del petróleo, corcovea y se desploma y, con él, también se debilita la capacidad del gobierno de activar los resortes del clientelismo para influir en las preferencias electorales.

Queda tocado además el mito del endoso mágico de Chávez, el portaviones que cualquier candidatura abordaba con rumbo a la victoria y que ahora escora claramente frente a las principales entidades del eje norte-costero. Caros ungidos del mandatario, como Aristóbulo Istúriz, Mario Silva y Giancarlo Di Martino, fallaron en persuadir a los votantes de Distrito Capital, Carabobo y Zulia, respectivamente. En otras palabras, no pudieron replicar con votos la apuesta personalísima del comandante por sus opciones en medio de unas elecciones que Chávez mismo se empeñó en caracterizar como un plebiscito.

En los resultados de este domingo subyace también una interrogante que deberá despejarse en un futuro próximo. Puede que el imaginario de la revolución bolivariana, con su épica de confrontación contra imperios y reminiscencias decimonónicas de una Venezuela profunda y más auténtica, esté fallando en conquistar adeptos en las zonas urbanas que, cada elección, incorporan nuevas legiones de votantes adolescentes que a lo largo de su vida consciente no han conocido otro orden político distinto al chavista y que, sin embargo, no abdican de sus ambiciones –legítimas o perniciosamente trasculturizadas- de modernidad, conexión con lo global y de bienestar.

El éxito político de Chávez en Venezuela lo condena a arrasar en las elecciones para no aparentar fracaso. Ayer fue así, como sin duda lo será en las elecciones parlamentarias previstas para el año 2009: tal es su predominio en gobernaciones y en la Asamblea Nacional, que casi cualquier resultado significará un retroceso.

Sólo el desempeño próximo de la seducción de Chávez en los centros urbanos –sobre todo después de la derrota sufrida en el referendo constitucional de diciembre de 2007, su primera en las urnas- permitirá aclarar si se asiste a un simple ajuste del mercado electoral hacia cotas más acordes con la realidad sociopolítica de Venezuela, o si en cambio las elecciones de ayer constituyen una fase más de contracción de una estrella que alcanzó su zenit con la reelección presidencial de 2006, pero que avanza de manera paulatina pero segura hacia la extinción.