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Cien días de resistencia anti-Trump

El mayor logro del magnate desde que se posesionó ha sido despertar a los movimientos sociales de su país. Eso ha servido para bloquear sus iniciativas más impopulares, pero también lo habría llevado a buscar sus éxitos en el extranjero.

29 de abril de 2017

Donald Trump le dijo el lunes a AP que los primeros 100 días de su gobierno eran “una barrera artificial”, “no muy significativa”. “Es un criterio ridículo”, había escrito en su cuenta de Twitter algunos días antes. Y, sin embargo, el presidente tuvo una semana frenética en la que lanzó un website para conmemorar esa fecha y publicó un programa con reuniones, recepciones y mítines sobre los logros de su administración. Además, emprendió una andanada de acciones legales de última hora para concretar algunas de sus promesas de campaña, como desmontar el Obamacare, financiar el muro fronterizo con México y bajar los impuestos.

Es comprensible su prisa por mostrar resultados. Aunque los primeros 100 días de una Presidencia no son definitivos y muchos mandatarios se han reivindicado tras comenzar con el pie izquierdo, los de Trump están en el centro de todas las miradas por varias razones. En primer lugar, porque él mismo lanzó en octubre un “contrato con los votantes” con todo lo que iba a hacer durante ese lapso cuando estuviera en el poder. En segundo, porque la lista de lo que juró hacer en ese lapso es tan larga como la de sus promesas incumplidas. Y estas incluyen reformar el sistema tributario, invertir en infraestructura, aumentar el gasto militar, imponer nuevas tarifas arancelarias, abolir y reemplazar el Obamacare, construir el muro fronterizo con México, calificar a China de manipulador de divisas e imponer un veto migratorio.

Y en tercer lugar, porque el hecho más notable de las 14 semanas que el magnate lleva en el poder es el surgimiento de un movimiento de resistencia civil sin parangón en la historia reciente de Estados Unidos. Como escribió el lunes en The Washington Post Eric Liu, especialista en la materia y fundador de la Citizen University, “Trump logró despertar a millones de personas para que se conviertan en participantes activos de la vida civil en vez de espectadores pasivos”.

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Y aunque eso suene paradójico, lo cierto es que la victoria de un candidato grandilocuente, autoritario, sexista y xenófobo como Trump funcionó el 8 de noviembre como un catalizador político. Pues su sorpresiva llegada a la Casa Blanca fue un baldado de agua fría para millones de personas que entendieron de la noche a la mañana que su discurso incendiario podía convertirse en políticas públicas. “En plata blanca, eso significa la deportación de millones de personas, la degradación del medioambiente, el regreso a las políticas de encarcelamiento en masa, un retroceso de los derechos civiles y el desmonte de los derechos reproductivos y de las mujeres”, le dijo a SEMANA Cheryl Greenberg, profesora de Historia del Trinity College y especialista en movimientos sociales.

La primera señal de ese despertar nacional han sido las marchas nacionales, comenzando por la de las mujeres, que reunió más de un millón de personas en Washington un día después de la posesión presidencial. Y a esta le han seguido las de la ciencia, en las que cientos de miles de personas en 600 ciudades exigieron políticas públicas basadas en hechos científicos, y la de los impuestos, para pedirle a Trump que cumpliera su palabra y publicara sus declaraciones tributarias.

En buena medida, esas manifestaciones les han ayudado a muchos norteamericanos a encajar el golpe que significó una victoria que no estaba en las cuentas de nadie. Como dijo en diálogo con esta revista Robert Bulman, profesor de Sociología en el St. Mary’s College de California y especialista en movimientos sociales, “muchas personas no podían creer lo que estaba pasando y sintieron la necesidad de conectarse y comprometerse con la comunidad políticamente amiga. Esto con el fin de hacer algo que los hiciera sentirse mejor y les permitiera expresar su indignación política”.

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Sin embargo, la resistencia no ha sido una simple terapia grupal. Por un lado, el descontento se ha traducido en un aumento exponencial de organizaciones civiles con objetivos concretos. Entre ellas se destacan Indivisible, que se inspira en las técnicas del Tea Party para oponerse a las políticas de Trump y ya cuenta con 4.900 antenas en todo el país. También, Run for Something, que está promoviendo 8.000 candidaturas de jóvenes con proyectos progresistas. O People’s Action, que cuenta con un millón de voluntarios y busca favorecer las acciones directas no violentas y educar a sus miembros sobre temas clave como la inmigración o la salud. Y a eso se agrega el enorme apoyo económico que han recibido la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (Aclu, por su sigla en inglés) o el Centro Legal de Pobreza del Sur, las decanas de la defensa de los derechos civiles.

Por el otro, la resistencia anti-Trump ha tenido efectos concretos, y eso es expresado en varios ejemplos, como en el rechazo al veto migratorio antimusulmán o al recorte de fondos a las ‘ciudades santuario’. Pues aunque fueron los tribunales los que bloquearon esas políticas, la presión popular significó un apoyo político indispensable para que los jueces se enfrentaran al Ejecutivo. Del mismo modo, la resistencia anti-Trump fue clave para el fracaso del desmonte del Obamacare, pues muchos republicanos votaron en contra de los deseos de Trump ante la posibilidad de que sus propios electores los castigaran en las urnas. “También es posible que las protestas masivas mantengan vivas las investigaciones sobre sus conexiones con el Kremlin durante la campaña y sobre los conflictos de interés con los que se está enriqueciendo su familia”, agrega Bulman.

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Sin embargo, la oposición popular también tiene sus límites. En primer lugar, porque el tiempo juega en su contra. “Va a ser imposible mantener este nivel de indignación. Hasta ahora, la Casa Blanca ha hecho algo escandaloso casi a diario, pero esto no puede continuar. La atención va a decaer”, dijo en diálogo con esta revista James M. Jasper, autor de The Art of Moral Protest. Y en ese sentido, para ser sostenible a largo plazo, la resistencia tendrá que adoptar un caballo de batalla que vaya más allá del simple hecho de estar contra Trump. “Eso no ha sucedido aún, y va ser muy difícil reunir a todos esos grupos tan distintos”, dijo a SEMANA Marc D. Dixon, profesor de Sociología de la Universidad de Nueva York. “La prueba de fuego será en las elecciones de 2018, cuando se disputarán 36 Gobernaciones, todas las curules de la Cámara y 33 del Senado”.

Y en segundo lugar, porque la influencia de la resistencia en la política exterior es muchísimo menor que en los asuntos internos. Pues mientras que el Congreso y la Rama Judicial pueden imponerle talanqueras al poder presidencial en los temas domésticos, es poco lo que pueden hacer en el exterior. En buena medida, esa es la explicación de los misiles que Trump lanzó contra Siria, de la bomba de 11 toneladas que hizo explotar en Afganistán y de su retórica cada vez más agresiva contra Corea del Norte. Pues de las fronteras para afuera el presidente no tiene quien lo controle, y esas demostraciones de fuerza suelen ser buenas para su popularidad. Si no, que lo diga George W. Bush, que ignoró a los millones de personas que protestaron por su invasión de Irak y fue reelegido en las siguientes elecciones. n