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Los estudiantes no han descansado en todo el país, pero con ellos protestan grupos de vándalos que sólo quieren destruir todo lo que encuentran

Francia

Adiós al idealismo

Las protestas de las últimas semanas han sido comparadas con las de mayo de 1968. ¿Es válida esta mirada?, 78139

1 de abril de 2006

Ríos de estudiantes por París, la Universidad de la Sorbona cerrada, consignas al unísono y enfrentamientos con la Policía son las imágenes que recorren el mundo desde Francia. Las marchas, que comenzaron congregando a miles, llegaron a su punto más alto el martes, cuando se movilizaron en el país dos millones de personas. Las universidades públicas pararon, el transporte público estuvo suspendido e incluso algunos medios de comunicación se unieron a los jóvenes.

Pero, a pesar de la inevitable comparación con el mayo francés, los motivos de las dos son opuestos. Las marchas de aquel 1968 cuestionaban a la sociedad. Las de las últimas semanas se deben a la inconformidad ante la nueva ley conocida como el Contrato del Primer Empleo (CPE), que reglamenta las condiciones laborales de los jóvenes franceses. Es decir, las marchas modelo 2006 se deben al ansia de los jóvenes por tener un lugar digno en la sociedad que 30 años antes criticaban.

El CPE les permite a los empleadores despedir sin causa justa a los menores de 26 años durante los dos primeros años. La medida fue presentada por el primer ministro, Dominique de Villepin, al Parlamento, sin antes haberla negociado con las organizaciones juveniles y los sindicatos. Según De Villepin, el objetivo de la medida es reducir el desempleo entre los jóvenes, que llega al 23 por ciento.

Por eso los universitarios se unieron, salieron a las calles y durante semanas han logrado poner a Francia en jaque. “Para los estudiantes esto es una fiesta, igual que en 1968, hay que verlos marchar con sus tambores y sus carteles,” recordó en diálogo con SEMANA Wolfgang Thormann, quien estuvo en las marchas de 1968 y hoy es profesor de la Universidad de Goucher en Maryland.

La situación llegó al punto que De Villepin debió suavizar su posición de cero diálogo. “De Villepin habría podido hacerlo antes de presentar la ley y evitarse el costo político,” sostiene Thormann. Hasta el ministro del Interior, Nicolás Sarkozy, ha cuestionado la medida. La falta de ese apoyo es una muestra del peso que ha alcanzado el problema de las marchas. Tanto Sarkozy como De Villepin buscan reemplazar a Jacques Chirac en las elecciones del próximo año.

Según las encuestas, 62 por ciento de los franceses apoyan las marchas y 83 por ciento cree que el CPE es una mala medida. Sin embargo, el Consejo Constitucional lo declaró legal y sólo falta la firma de Chirac. Aunque éste ha ofrecido revisar la norma, los manifestantes sólo aceptan su derogación, por lo que la protesta del 4 de abril sigue en pie.

La magnitud de las manifestaciones y el apoyo popular han hecho que lo de estas semanas se compare con el legendario mayo francés. Considerado el hito de los movimientos sociales de la segunda mitad del siglo XX, los jóvenes se manifestaron contra lo que no funcionaba en el mundo. Las libertades individuales, la revolución sexual, la causa comunista y el rechazo a la guerra de Vietnam fueron las banderas de aquella primavera.

Pero esta vez hay fenómenos nuevos. No sólo se trata de una aspiración poco idealista, como la estabilidad laboral, sino de la aparición de los casseurs o revoltosos, que se mezclan en las protestas con el objetivo de destruir todo. Ellos son quienes han causado los destrozos e incluso han atacado a los estudiantes que participan de las marchas.

O sea que al lado de los que marchan porque quieren trabajar, van los que ya ni siquiera tienen esa esperanza. Como sea, los jóvenes que se movilizan ahora tienen mucho más en común de lo que parece con los que protagonizaron los graves disturbios en los suburbios parisienses en noviembre pasado. Todo esto habla mal de la sociedad francesa, que está lejos de cumplir sus principios revolucionarios de libertad, igualdad y fraternidad.