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ADIOS, MR. HAIG

Había cometido tantos errores que no podía durar. ¿Es este el primer paso de Reagan hacia la reconquista del sistema interamericano?

26 de julio de 1982

Era una noticia esperada. Había cometido tantos errores y de tal magnitud que parecía increíble que pudiera continuar al frente de la política exterior de la primera potencia mundial.
Pero a pesar de todo, fue una sorpresa cuando en la tarde del último viernes llegó la escueta noticia telegráfica: el general Alexander Haig había "presentado su dimisión" y el nuevo secretario de Estado norteamericano es George Shultz.
La lista de errores del ya exsecretario del Estado Haig sólo era superada por las quejas y críticas contra él. Estas habían comenzado en el mismo momento en que el presidente Reagan lo propuso como secretario de Estado, después de que Shultz rechazó el puesto. Primero, era un militar que ocuparía un cargo tradicionalmente desempeñado por civiles. Segundo, su única experiencia "diplomática" era como ex-Comandante de la OTAN. Tercero, había ciertas intervenciones "oscuras" de Haig en las operaciones norteamericanas en Vietnam y Camboya. Cuarto, Haig participaba íntimamente de las decisiones en la Casa Blanca en la época de Watergate, hasta el punto de que el propio Ronald Reagan telefoneó a su antecesor Gerald Ford para preguntarle qué papel había jugado el general en el perdón que Ford le otorgó a Nixon en 1974.
En la sala 1.002 del Senado en Washington, Alexander Haig sufrió un verdadero bombardeo cuando fue nombrado por Reagan para dirigir la diplomacia nortemericana, un bombardeo que fue superado por este general que jamás participó en ninguna batalla, aunque es acusado de ser responsable de más de una guerra.
Luego, ya secretario de Estado, los errores afloraron.
Basado en un reportaje fotográfico de "Le Figaro" acusó a los Sandinistas de maltratar y masacrar a los indios miskitos de Nicaragua. En realidad, se trataba de fotos publicadas en tiempos de Somoza. Más tarde "descubrió" un "guerrillero nicaraguense" luchando en El Salvador. Cuando lo presentó a la prensa, como la gran prueba de la intervención sandinista en aquel país hizo el ridículo, porque la prueba resultó ser sólo un estudiante.
No puede ignorarse el intento del secretario de Estado de hegemonizar la conducción de la política exterior de su país durante el período posterior al atentado que sufriera el presidente norteamericano Ronald Reagan a finales de marzo del año pasado, intento que lo llevó a exteriorizar agudos roces con otros funcionarios de la Casa Blanca. Este aspecto llegó a extremos con su colega Caspar Weinberger, secretario de Defensa norteamericano, cuando en febrero de 1981 Haig desautorizó públicamente unas declaraciones de aquel en el sentido de que los Estados Unidos eran partidarios de reanudar el programa de fabricación de la bomba de neutrones aplazado indefinidamente por Carter desde 1978.
Unos meses después, en noviembre, es Weinberger quien le cobra esa desautorización al desmentir unas declaraciones de Haig ante el senado norteamericano, según las cuales entre los planes de defensa que posee la OTAN figura el estallido de un artefacto nuclear a modo de "advertencia" contra cualquier intento de invasión soviética a Europa occidental.
En la guerra de las Malvinas su intervención fue desastrosa y hasta llegó a pelear telefónicamente durante 45 minutos con Jean Kirkpatrick, embajadora de Estados Unidos en la ONU, a quien habría acusado de ser emocional e intelectualmente incapaz de juzgar el conflicto entre Gran Bretaña y Argentina, por estar muy ligada a los regímenes del Cono Sur latinoamericano, y de que sus encuentros "no autorizados" con representantes argentinos en las Naciones Unidas estarían perjudicando la buena marcha de la política exterior norteamericana.
Mientras decía esto, él mismo estaba arrasando, con la estrategia norteamericana de combate a los sandinistas y a los guerrilleros salvadoreños, el principal interés de la política exterior de Washington, al enfrentarse a sus dos aliados continentales básicos: Argentina y Venezuela.
Todavía peor fue su actuación en oriente Medio, donde no consiguió impedir la derrota de Irak, aliado norteamericano en el área, contra su enemigo, el Irán de Khomeini. Por otra parte, levantando el tema de la "autonomía palestina" solo dió pie al belicoso Begín y a su alucinado ministro de Defensa Sharon, para que ayudara primero a combatir a Irak y para que, después, se lanzara a la genocida invasión del Líbano.
Ahora, Ronald Reagan se libra de Haig y coloca en su lugar a George Shultz, su favorito desde el primer momento.
Shultz ocupó la jefatura del consejo económico en la administración de Ford y pasó luego a dirigir la empresa Bechetel Inc. de California. O sea, tras el fracaso diplomático de un "general veterano en desfiles", aguarda ahora una batalla diplomática basada en la ofensiva económica.
Pero no solo esto refleja el relevo de Haig. Funcionarios de la Organización de Estados Americanos han admitivo que la guerra de las Malvinas produjo la mayor crisis del sistema interamericano en sus 34 años de existencia. Restablecer este sistema, y por otra parte, recuperar la confianza de los gobiernos latinoamericanos en la Casa Blanca, para reconstruir su estrategia centroamericana y del Caribe, ha pasado a ser una de las prioridades de la administración de Ronald Reagan.
Pero ¿cómo hacer ese trabajo de recuperación diplomática con un secretario de Estado que pretendía anular a la Kirkpatrick, precisamente el único eslabón personal que le queda al presidente norteamericano con los países latinoamericanos?
Es quizás este el elemento clave de la remoción del explosivo secretario de Estado.