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¿AHORA SI?

Las expectativas de una invasión a Haití llegan, de nuevo, a un punto culminante.

17 de octubre de 1994

CUANDO LOS HABITANTES DEL SUR DE LA Florida comenzaron a ver un movimiento inusual de enormes camiones militares ¡por sus supercarreteras, supieron que, de nuevo por fin, la invasión a Haití era inminente. Si quedaba alguna duda, una conferencia de prensa y luego una alocución televisada del presidente estadounidense Bill Clinton, con su aire de profesor de primaria entre bravo y conciliador, demostraron que su capacidad retórica había dado paso a la amenaza pura y simple. Los militares golpistas de Haití tendrían que irse. Y. en la otra cara de la moneda, el hombre fuerte Raoul Cedras, su segundo Phillipe Biamby, y su presidente, el títere octogenario Emile Jonassaint, al frente de unas tropas harapientas e improvisadas, le daban el toque surrealista, mientras pretendían luchar con sus fusiles de la Segunda Guerra Mundial contra la fuerza militar más poderosa del planeta.
Cuando Clinton salió ante las pantallas para defender su decisión de invadir a Haití, tenía en frente a una masa inmensa de conciudadanos que le miraban con escepticismo. El presidente habló de los crímenes de la junta militar, de cómo ejecutaban niños, violaban a las mujeres y asesinaban a inofensivos sacerdotes, y cómo a medida que su situación se hacía más desesperada, sus crímenes ganaban en brutalidad. "Yo sé que Estados Unidos no puede y de hecho no debería convertirse en gendarme del mundo, pero tenemos una responsabilidad de responder cuando la inhumanidad afecta nuestros valores". En otro aparte dijo que "lo que es correcto está claro, el país en cuestión está cerca, nuestros intereses son evidentes. La misión es alcanzable y limitada. Y las naciones del mundo están con nosotros. Debemos actuar". De no hacerlo, "los haitianos seguirán buscando refugio en nuestra Nación".
Desde que se inició en la Casa Blanca, Clinton se ha distinguido como un buen defensor de sus argumentos, y en este caso no estuvo por debajo de las circunstancias. El hombre se enfrentaba no sólo a una opinión pública escéptica, sino a una abierta oposición congresional, e incluso al repudio de sus propios compañeros de lucha pacifista de los años 60. Y, contra todos los pronósticos, logró cambiar la imagen de la acción militar y obtener una rata de aprobación por lo menos suficiente.
Aun con su elocuencia y su eficacia, el discurso de Clinton dejó sin responder muchas inquietudes. Para algunos, como el representante republicano Richard Lugar, no tiene mucho sentido decir que Haití representa peligro para los intereses de Estados Unidos, y tampoco resulta muy razonable sostener que Estados Unidos, ni ningún otro país, tiene el derecho de invadir a otro, reemplazar su liderazgo, y reorganizar su sistema político. Y por otra parte, no hay justificación alguna en poner en peligro las vidas de jóvenes estadounidenses en un país tan insignificante para ellos como Haití.
Ese argumento tiene mucho que ver con otro que se pregunta por qué hay que invadir a Haití para implantar la democracia en un país en el que ella nunca ha funcionado, y por qué escoger a Haití para defender los derechos humanos y combatir las atrocidades, si éstas son parte de la vida diaria de tantos territorios en el mundo. Para los escépticos, el mayor problema no sería ganar la guerra, dada la debilidad del Ejército haitiano, que raya en lo ridículo, sino mantener el orden después y evitar que los seguidores del presidente constitucional Jean-Bertrand Aristide, convertidos en una especie de traidores a la patria, fueran asesinados uno tras otro.
Porque en la figura misma del propio Aristide podría residir el mayor y menos presentable de todos los cuestionamientos. Es cierto que el ex sacerdote fue elegido por voto popular, pero en su contra también se hacen denuncias de atrocidades cometidas por sus fuerzas de seguridad contra la oposición.
Esas dudas parecieron extremarse con un incidente que tiene preocupados a los funcionarios del Departamento de Estado. Estos habían advertido a Aristide que verían con malos ojos el nombramiento del coronel Pierre Cherubin, quien fue su comandante policial en Puerto Príncipe, como su jefe de seguridad. Para esos funcionarios, es claro que Cherubin tiene un pésimo récord de derechos humanos, incluido el asesinato de cinco jóvenes en la capital haitiana, y tiene nexos con el narcotráfico. Pero Aristide no sólo se empecinó en hacerlo, sino que envió a Cherubin a reclutar un contingente de haitianos refugiados en la base estadounidense de Guantánamo para convertirlo en su guardia personal.
Dados los antecedentes, eso confirma los temores de muchos haitianos de que Aristide es un cura loco y sanguinario. Si eso resulta así, el despliegue militar de Estados Unidos, sin importar su éxito o fracaso, se convertiría en uno de los chascos más grandes de la historia militar. -

CON TODOS LOS HIERROS
EN MEDIO de las especulaciones de la hora cero de la invasión de Estados Unidos a Haití, hay una cosa clara, y es que la invasión se hará con todos los hierros, sin escatimar fuerza en equipos y con la idea de que no existen enemigos pequeños.
En el lenguaje del Pentágono la estrategia se conoce como 'Fuerza Aplastante' y se sabe que surgió como respuesta al fracaso de la guerra de Vietnam, donde los soldados no pudieron disponer de una fuerza protectora. Es parte también de la lección de octubre de 1983. cuando un cuartel gringo fue el blanco de un atentado donde murieron 241 marines.
El gran defensor de la estrategia fue el jefe del Estado Mayor Conjunto, Colin Powell, que cada vez que alguien se atreve a cuestionarla cita los casos de Panamá y de la guerra del Golfo Pérsico.
En el primero fueron enviados 2.000 soldados, aparte de los que ya se encontraban en las bases del Canal. Las bajas fueron 23. Y en el segundo 'Operación Causa Justa', participaron 427.000 con un saldo de 293 muertos.
La fuerza invasora de Haití estaría compuesta por unos 20.000 hombres, dos portaaviones nucleares, varios destructores, fragatas y aerodeslizadores, que transportan tanques y camiones.
Algunos piensan que se trata de un despliegue exagerado de fuerza ante un pobre país con un Ejército que no pasa de 7.000 hombres, y que sería mejor llevar af cabo 'ataques quirúrgicos', que son bombardeos aéreos en determinadas zonas.
Estos ataques, dicen sus defensores, obligan al enemigo a sentarse en la mesa de negociaciones sin destruirlo.
"Cuando oigo la palabra quirúrgico corro a refugiarme en el bunker", dijo Powell, convencido del riesgo de esos ataques limitados. Cualquiera que sea la estrategia en Haití, la invasión no ser, una tarea fácil. El propio secretario de Defensa, William Perry, ha dicho que ademas de los 7.000 hombres, el Ejército haitiano tienen una milicia que ha sido calculada en 20.000 ó 30.000 personas bien armadas."Si cierto porcentaje, cualquier porcentaje, decide resistir -díjo Perry-, podrian producirse algunas bajas en ambas partes ".
Estados Unidos confía en que los aliados de Jean-Bertrand Aristide, en su mayoría habitantes de los barrios pobres, apoyarían a las fuerzas invasoras.
A finales de la semana pasada, cuando Clinton anunció que a los dirigentes golpistas haitianos les había llegado la hora, en el Pentágono la mayor preocupación no era la invasión, sino qué hacer después. Existe alli oposición a que los soldados sean utilizados en las labores no militares de reconstrucción del país y a que se conviertan, como en Somalia, en victimas de ataques nacionalistas.
La participación de los militares será, sin embargo, inevitable para hacer posible el principal propósito de Estados Unidos después de la invasión, que es transferir la responsabilidad del orden civil a una fuerza policial interina de unos 3.000 haitianos escogidos de las actuales fuerzas armadas y del campamento de refugiados de la Base Aeronaval de Guantánamo en Cuba.
Mientras tanto, se trata de identificar a los 'chafarotes' del Ejército haitiano para procesarlos penalmente en el próximo gobierno constitucional.-