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Al rojo vivo

Mientras la comunidad internacional demuestra ser incapaz de parar la sangría, Israel sigue adelante con su campaña. Las cosas ya pasaron el punto de no retorno.

22 de julio de 2006

No se sabe qué es peor: si la destrucción y la muerte que Israel ha causado con sus ataques contra Líbano, o la indiferencia de la comunidad internacional ante la muerte de civiles libaneses. Como si lo sucedido en las dos semanas anteriores no fuera suficiente, el viernes las tropas israelíes se concentraban en la frontera de los dos países, lo que hacía pensar en una invasión terrestre. El ataque era tan inminente, que al cierre de esta edición el Ejército israelí había llamado a 5.000 reservistas, mientras lanzaba miles de volantes sobre el sur de Líbano, en los que instaba a la población a abandonar de inmediato la zona. La tan esperada guerra abierta era un hecho.

Si bien los cohetes de la guerrilla libanesa han causado muerte y destrucción en Israel, hay una evidente desproporción entre los daños causados por uno y otro. La virulencia de los ataques israelíes comenzó a levantar protestas desde todas partes del mundo. Aunque se habla de unos 300 muertos civiles libaneses, nadie puede decir con certeza cuántas víctimas yacen bajo los escombros de centenares de edificios de vivienda destruidos en el sur de Beirut y en las decenas de poblados arrasados en el área cercana a la frontera con Israel. La situación humanitaria llegó a su límite el viernes, cuando por fin las tropas israelíes permitieron abrir un corredor de suministros, mientras miles de personas, tanto libaneses como extranjeros, intentaban desesperadamente dejar el país o al menos buscar refugio.

El secretario general de la ONU, Koffi Annan, se dirigió el martes al Consejo de Seguridad en busca de que se adoptara una fórmula que permitiera un cese inmediato del fuego. Pero el embajador de Estados Unidos, John Bolton, expresó lo que sería la posición oficial de su gobierno, refrendada por su secretaria de Estado, Condoleezza Rice: mientras exista Hezbolá, no hay posibilidades de paz en la región. Lo cual significa, en plata blanca, que a Estados Unidos no le interesaría trabajar por la paz en la región sino cuando la victoria de Israel esté suficientemente confirmada.

Pero ese objetivo, que para Israel es fundamental, ya no parece posible sin que haya de por medio una invasión que culmine el trabajo de los bombardeos de aviones y artillería pesada. “Si llegamos a la conclusión de que una operación terrestre es necesaria, la emprenderemos”, dijo el jueves el ministro de Defensa, Amir Peretz. Y el viernes, Dan Halutz, comandante del Ejército, pareció confirmarlo: “La fuerza aérea no puede por sí sola neutralizar a Hezbolá, por eso siempre se necesitará a las fuerzas de infantería para lleva a cabo esta misión”.

Pero lo cierto es que las cosas no les han salido tan bien a los israelíes como esperaban. Muchos creen que el alto mando de Tel Aviv nunca pensó que Hezbolá estaba tan bien preparaba para resistir, y lo que es más, que contraatacaría con misiles que han demostrado capacidad para llegar, al menos, hasta ciudades como Haifa. Un alto oficial británico declaró en el diario londinense The Times que “estamos preocupados porque las operaciones de Israel causarán más muertes y destrucción civil sin que consiga hacer un daño proporcional a Hezbolá”.

Y es que las fuerzas de ese grupo están desplegadas en complejos y búnkeres construidos sobre toda la frontera. Según los últimos informes, las milicias estarían armadas con misiles antitanque y arsenal antiaéreo. Además, para alcanzar el objetivo de acabar con su enemigo, Israel tendría que llegar hasta el propio sur de Beirut, desde donde opera el comando central del grupo radical chiíta.

En caso de que Israel haga una incursión profunda sobre Líbano, Hezbolá tiene la posibilidad de cortar sus líneas de abastecimiento en la retaguardia y causarle un gran número de bajas, algo que los militares israelíes siempre tratan de evitar, pues su escasa base de población no les permite asumir grandes pérdidas humanas. El comunicado del viernes, en el que Hezbolá acusaba a Israel de tener miedo de iniciar combates terrestres, hace presagiar que este grupo se ha estado preparando para ello.

Así las cosas, en este momento la crisis es un asunto de geopolítica en el cual la defensa del territorio es la prioridad de Israel. De hecho, nadie puede asegurar que si Hezbolá entregara a los dos soldados israelíes que secuestró hace dos semanas, Israel replegaría a sus tropas. Muchos ven en las acciones de este país intereses estratégicos. “Lo que Israel está haciendo no tiene nada que ver con la liberación de sus soldados, sino con la creación de un estado vasallo en Líbano”, le dijo a SEMANA David Barsamian, periodista estadounidense que acaba de regresar de ese país.

La política interna del propio Estado judío también juega un papel importante. El primer ministro Yehud Olmert apenas está consolidando su imagen ante la opinión pública y los demás grupos de su país, y este es el primer gran reto de su administración. Todos están pendientes de la manera como se hará cargo de la situación y sin duda le cobrarán que desaproveche esta oportunidad para neutralizar a Hezbolá. También es el primer gran reto que tiene que asumir el ministro de Defensa, Amir Peretz, a quien se le ha criticado su falta de experiencia militar. El gobierno, simplemente, no tiene mucha capacidad de maniobra.

Diplomacia fallida

“Israel ha luchado contra Hezbolá por dos décadas y tiene el derecho de defenderse. Pero al mismo tiempo, la respuesta israelí ha agredido al pueblo libanés y destruido su infraestructura. La fuerza militar no resolverá el problema, lo que se necesita es ejercer la diplomacia”, dijo a SEMANA Judith Kipper, analista del Council of Foreign Relations. Pero la resolución del conflicto por vías políticas o diplomáticas no parece una opción, porque ni las negociaciones bilaterales entre Israel y Líbano, ni la intervención de fuerzas extranjeras lograrían el desmonte de Hezbolá, condición innegociable para Israel.

Para nadie es un secreto que el gobierno de Beirut no tiene ninguna influencia sobre el grupo radical como para negociar un cese del fuego por medios políticos y que tampoco cuenta con el poder militar necesario para imponerse con las tropas regulares y restablecer el control sobre el sur de su territorio. Pero tampoco parece lógico que, si Israel espera que el débil ejército libanés asuma ese papel, parte de sus ataques de las últimas dos semanas se hayan dirigido contra sus bases en Beirut.

Por otro lado, muchos se preguntan por qué la comunidad internacional ha permanecido impasible ante la matanza de civiles, especialmente en Líbano, y por qué las fuerzas de la ONU no han hecho presencia sobre el terreno para detenerla. Y todo pasa por la actitud de Washington. “La comunidad internacional no tiene poder para detener los ataques de Israel sin el apoyo de Estados Unidos. Es claro que Washington le ha dado luz verde a Israel y la ONU no puede pasar una resolución mientras Estados Unidos aplique su poder de veto y Kofi Annan sólo puede hacer críticas aisladas”, afirmó a esta revista el periodista y escritor Robert Dreyfuss.

Israel no estaría interesada en que una fuerza pacificadora llegue a la zona, porque esto si bien podría traer un cese del fuego transitorio, no significaría la eliminación de Hezbolá, un grupo que le niega el derecho a existir, ni de su capacidad de ataque. Por el contrario, según los israelíes, crear zonas de seguridad permitiría a las milicias abastecerse para futuras avanzadas y recibir refuerzos desde Siria e Irán, países que las patrocinan. A esto se le atribuye que Estados Unidos, el aliado número uno de Israel, haya ejercido su poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU y haya bloqueado las resoluciones en su contra.

Así, no parece que la paz vaya a llegar por la mediación de terceros. Y lo que más impresiona a los observadores es la actitud del gobierno de Washington. En efecto, en los conflictos del Oriente Medio al menos aparentaba estar por la búsqueda de una solución pacífica y equilibrada, pero ahora muestra una indiferencia sin precedentes ante el drama humano que se desarrolla. Al cierre de esta edición, se esperaba por fin que la secretaria de Estado de Estados Unidos, Condoleezza Rice, viajara a la región. Pero sus palabras tampoco hacen prever que una salida diplomática sea posible. “El cese del fuego en las actuales condiciones, será una falsa promesa”, dijo en rueda de prensa el viernes. Sobre esa actitud está haciendo carrera la tesis de que el gobierno de George W. Bush está aprovechando el conflicto para aclimatar su siguiente movida internacional, el ataque contra Irán, que es, con Siria, uno de los dos grandes patrocinadores de Hezbolá. Ello aunque hasta ahora nadie haya probado que el país de los ayatolás haya tenido algo que ver en la decisión de Hezbolá de provocar a Israel.

La permisividad con que el mundo ha reaccionado ante la guerra es especialmente grave en momentos en que se empieza a hablar de crímenes de guerra por parte del Ejército judío. Josh Ruebner, miembro de una organización en contra de la ocupación Israelí, dijo a SEMANA que “Israel está atacando deliberada e indiscriminadamente objetivos civiles en Líbano y la Franja de Gaza. Esto es una grave violación al derecho internacional humanitario y debe ser considerado crimen de guerra”.