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Soldados paquistaníes disparan contra los combatientes talibán en medio de la ofensiva para sacarlos de un distrito cerca de la capital, Islamabad. A la derecha, combatientes talibán huyen después de que el gobierno advirtió que iba a usar la fuerza

PAKISTÁN

Alerta roja

El avance de los talibán a pocos kilómetros de Islamabad, la capital, recordó que ese país, que tiene bombas atómicas, está cada vez más cerca del precipicio.

2 de mayo de 2009

El Ejército paquistaní declaró el miércoles con bombos y platillos, después de una semana de fuertes críticas, y gracias a intensos ataques aéreos, que había recuperado el control de Buner, una ciudad estratégica a sólo 100 kilómetros de Islamabad. La región había caído la semana anterior en manos de militantes talibán, quienes nunca habían llegado tan cerca de la capital, lo que encendió todas las alarmas sobre la estabilidad de un país con bombas atómicas que parece cada vez más cerca del caos.

Y es que el parte de victoria no es muy prometedor. Varias fuentes hablan de por lo menos 30.000 desplazados y, sobre todo por lo tardío de la reacción, las hipótesis de un Pakistán 'talibanizado', toda una pesadilla para Washington, volvieron a tomar fuerza. Incluso hay quien afirma que la retirada de los fundamentalistas es táctica, pues se repliegan en sus santuarios de las montañas, pero siguen al acecho.

El actual episodio comenzó una semana atrás, cuando una milicia talibán cruzó desde el valle de Swat, donde en febrero un cese al fuego entre el gobierno y los fundamentalistas puso a regir la sharia o ley islámica, hasta un distrito vecino a pocas horas de Islamabad. Los militantes armados patrullaron las calles, impusieron su ley y la televisión mostró imágenes de estos apropiándose de los carros de organizaciones humanitarias. De la Policía no se vio ni rastro por varios días.

En ese contexto, la secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, alertó sobre peligro inminente para Pakistán, Estados Unidos y el mundo. De paso, acusó a los líderes paquistaníes de "básicamente abdicar a los talibán y los extremistas" por haber firmado ese acuerdo de cese al fuego.

Como escribió Simon Tisdall, analista internacional del diario inglés The Guardian, "parecía una buena idea en su momento. En lugar de comprometerse sin fin en una guerra no decisiva con los insurgentes talibanes, las fuerzas de seguridad paquistaníes hicieron un trato. Los islamistas tendrían un control administrativo de facto, incluida la implementación de la 'sharia'. A cambio, ellos aceptarían la autoridad del gobierno federal, cesarían de luchar y depondrían las armas". Pero el trato no trajo más que problemas. Las historias de los talibán, que incluían ejecuciones sumarias, muy pronto indignaron a la población. Aunque están armados hasta los dientes, estos no cuentan con gran apoyo popular.

A eso se sumó que los líderes rebeldes no cumplieron su parte del trato y, según las palabras de un clérigo local, pretendían crear un "sistema islámico completo" para todo el país. De allí su avance. "El presidente Asif Zardari no entendió qué tan serio era esto", dijo a SEMANA Anita Weiss, profesora de la Universidad de Oregon, Estados Unidos, y autora de varios libros sobre Pakistán. "No es un Estado que patrocina el terrorismo, simplemente no sabe cómo actuar contra el terrorismo", asegura la experta.

Algunos comentaristas paquistaníes advierten similitudes con lo ocurrido en 1971, cuando un movimiento separatista terminó en una guerra civil que desmembró al país y dio origen a Bangladesh.

La situación es tan seria, que Richard Holbrooke, el representante especial del presidente estadounidense, Barack Obama, para la región, admitió que en este momento estaban más preocupados por Pakistán que por su vecino Afganistán, considerado el frente central de la guerra contra el terrorismo. Las zonas tribales entre los dos países son desde hace tiempo una preocupación para la Casa Blanca, pero la amenaza parece extenderse cada día más.

El gobierno paquistaní defendió el trato con los talibán, y argumentó que era su única opción y que era similar a las alianzas locales que el Ejército estadounidense ha hecho en Afganistán e Irak. "El modelo era la exitosa pacificación de Fallujah en Irak, donde los acuerdos con los elementos más moderados los separaron de los nihilistas de Al Qaeda", escribió en las páginas de The Wall Street Journal el embajador paquistaní en Estados Unidos para justificar a su gobierno. Pero el resultado fue desastroso. Y de paso, recordó que Pakistán está al borde del precipicio.

No se trata sólo de los talibán. Durante nueve años, el general golpista Pervez Musharraf fue el hombre fuerte del país, hasta que la agitación política lo obligó a ceder el poder. Pero el regreso de la democracia no ha sido precisamente un camino de rosas. Desde el magnicidio, a finales de 2007, de Benazir Bhutto, la entonces favorita para liderar un gobierno democrático, la turbulencia paquistaní no ha cesado.

Después de la muerte de Bhutto, su viudo, Zardari, con antecedentes de corrupción y desequilibrios mentales, se convirtió en presidente, aunque no parece el líder capaz de sacar a su país del atolladero. Cuando ya se había restablecido la democracia, llegó el atentado contra el hotel Marriot en Islamabad, considerado como el 11 de septiembre paquistaní, que dejó más de 50 muertos. Aquel día, Zardari iba a cenar en ese lugar junto al primer ministro, Rusuf Raza Gilani, pero en el último momento cambiaron de planes.

La lista de eventos desafortunados es extensa. El atentado contra el equipo de cricket de Sri Lanka volvió a poner el país en los titulares de la prensa internacional y después vino el asalto a una importante estación de policía en Lahore. Por si fuera poco, los sangrientos atentados de Mumbai, en India, fueron perpetrados por terroristas paquistaníes, lo cual avivó una vez más la tensión entre dos poderes nucleares que son enemigos históricos.

De hecho, uno de los mayores retos para el Ejército paquistaní es cambiar sus prioridades. Según su doctrina fundacional, con más de 60 años, India es el enemigo número uno. Washington pretende desde hace tiempo un giro, pues considera el ascenso del fundamentalismo en la frontera con Afganistán el problema más apremiante. Y es probable que ese sea el mensaje que Zardari más escuche cuando se reúna esta semana con Barack Obama.