Home

Mundo

Artículo

ALFONSIN EN LA MIRA

Muchas versiones y pocos datos concretos alrededor del atentado al Presidente argentino en una zona militar

30 de junio de 1986

Seguramente, el suboficial de Policía, Carlos Primo, nunca pensó que salvaría al Presidente de los argentinos de que una bomba explotara a escasos dos metros de donde pasaría un automóvil.
Mientras Raúl Alfonsín visitaba la sede del III Cuerpo de Ejército en Córdoba, Primo -integrante del Comando Radioeléctrico de la Policía Provincial encargado de la seguridad en la zona- se detuvo a la vera de una senda, cerca del casino de oficiales, a satisfacer sus necesidades fisiológicas. Allí, en la boca de un desaguadero, escondida entre los matorrales, vio una bomba.
Esta es al menos la historia que pudo reconstruir el juez federal, Miguel Rodríguez Villafañe, encargado de investigar el atentado que ocurriera hace unos días contra Alfonsin. Porque lo cierto es que hubo varias versiones encontradas sobre cómo, quién y qué se encontró esa mañana en la unidad militar, durante la inspección presidencial.
En un principio, el comandante del Ejército, general Ríos Ereñu, restó importancia al hecho, calificándolo de "mera provocación, pero sin riesgo, ya que apareció en medio del campo". Luego, el comandante del II Cuerpo, general Aníbal Verdura -quien luego presentara su renuncia y fuera pasado a retiro por considerarse responsable directo de la unidad donde estaba el Primer Mandatario-, declaró que "pecó de inocente, pues no valoró adecuadamente el potencial enemigo que pudiera colocar el artefacto explosivo".
La Policía dijo haberlo encontrado cerca de una alcantarilla, el Ejército dice que estaba junto al camino. No se entiende muy bien qué hacia la Policía Provincial cuidando una zona militar.
Sobre la potencia de la bomba y la posibilidad de que explotara o no, también hay distintas versiones: un proyectil de mortero con 15 kilos de trotyl, pero sin detonante, un proyectil con 3 kilos de trotyl que hubiera sido detonado fácilmente con una pila de alto voltaje, y en fin, un sinnúmero de combinaciones alternativas.
En realidad, detrás de esta confusa polémica se esconde el gravísimo hecho de que se quiso atentar contra la vida del Presidente. Si es sorprendente la calma con que reaccionaron los militares y policías, es aún más inexplicable la parsimonia de sectores importantes de la sociedad, como la Iglesia, la central sindical CGT y las asociaclones de empresarios, que ni siquiera atinaron a repudiar el atentado inmediatamente.
Al juzgar de muchos, el propio gobierno reaccionó con demasiada cautela. Se dijo que habría que esclarecer el asunto y se le entregó el caso al juez. Ningún miembro de las fuerzas de seguridad a cargo fue amonestado. La única renuncia, la de Verdura, fue voluntaria. Voceros oficiales volvieron a acusar a los "desadaptados de siempre"; a los mismos que vagamente han acusado de cometer las decenas de actos violentos que precedieron a éste, desde que asumió Alfonsín en 1983. Sin embargo, no se han encontrado a los autores de ningún atentado: ni de la bomba en el avión de Isabel Perón cuando regresaba a Madrid en junio del 84; ni del sabotaje del avión en que iba a partir el presidente de Italia, Sandro Pertini, de regreso a su país, en marzo del 85; ni de la cadena de bombas y amenazas de octubre pasado que obligó al gobierno a implantar el estado de sitio; ni del estallido de las oficinas de Viente Saadi, presidente del Partido Peronista, en abril; ni de las bombas en sedes partidarias, en las últimas semanas; ni aún, de las pintadas y volantes en las que el "Movimiento de la FF.AA. en la Resistencia" amenazaba a Alfonsín y a su gobierno, dias antes de su visita a Córdoba.
Tanta impunidad hace sospechar complicidad de al menos unos sectores dentro de las fuerzas de seguridad. Es que esta violencia es en gran parte producto del malestar que han generado entre militares y agentes de los servicios secretos, los procesos judiciales a los culpables de violaciones a los derechos humanos durante la dictadura militar. Hay alrededor de 1.700 casos de homicidio, secuestro, tortura, violación, aún pendientes en la justicia que involucran a cientos de militares y paramilitares.
En Córdoba, uno de los lugares en los cuales la represión fue más cruda, es donde hoy hay más resistencia. Según diversas fuentes, el comandante militar que estuvo apostado allí durante el régimen de facto, Luciano Benjamín Menéndez -ahora cumpliendo prisión preventiva mientras se dicta sentencia sobre su caso-, goza aún de amplia simpatía entre la tropa, militares de rango, jueces y civiles poderosos en la capital cordobesa. De ahí que allí haya sido el atentado más osado de todos y donde hay más confusión en las versiones oficiales.
El Presidente ha podido volar en mil pedazos y con él, el principal pilar de la incipiente democracia argentina. Por eso, hay quienes, con razón, dicen que si en este caso no se llega a fondo, el Presidente habrá perdido su autoridad sobre los militares, y entonces la próxima bomba explotará sin que nada lo impida.