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La popularidad de Angela Merkel se encuentra en su nivel más bajo desde 2011. Menos de la mitad de los alemanes aprueban su gestión. | Foto: Getty Images

ALEMANIA

Las dos pesadillas de Angela Merkel

La crisis de los refugiados y el surgimiento de la extrema derecha tienen a la canciller alemana atravesando su peor momento.

8 de octubre de 2016

“¡Traidores!”, “¡Merkel debe irse!”, “¡Afuera!”, “Vete a Siberia”. Con palabras de ese calibre, cientos de manifestantes recibieron el domingo a Angela Merkel en la plaza principal de Dresde. No se trataba de una jornada normal, pues la canciller alemana y el resto del gobierno se encontraban allí para conmemorar el Día de la Unidad, que este año marca el aniversario número 26 de la reunificación nacional. “Hay nuevos problemas y yo, personalmente, deseo que los solucionemos juntos”, reconoció en la Ópera Semper, donde 1.000 personas acudieron al acto de celebración de esa jornada histórica.

Las brechas que hoy dividen al país no se parecen a las que lo separaban hasta la reunificación. Pero el abucheo que sufrió Merkel es el síntoma más visible de una nueva realidad política. La popularidad de la canciller se encuentra en su nivel más bajo de los últimos cinco años, como lo reveló un sondeo de Infratest dimap, según el cual solo el 45 por ciento de los alemanes está satisfecho con su gobierno. De hecho, la gobernante y su partido, la Unión Democrática Cristiana (CDU, por su sigla en alemán), ha retrocedido en las cinco elecciones regionales que se han celebrado este año.

Según cifras oficiales, sus candidatos han perdido en promedio más del 5 por ciento de sus votantes y en algunas de esas circunscripciones su caudal electoral es hoy inferior al 20 por ciento. Ese fue el caso en el estado de Mecklemburgo-

Pomerania Occidental, donde nació Merkel, y en el de Berlín, donde la CDU obtuvo su peor resultado desde la Segunda Guerra Mundial. Una verdadera paliza para un partido acostumbrado a recibir el respaldo de un tercio de los votantes y a marcar el rumbo de la política nacional.

Pero el mal momento por el que atraviesan Merkel y su gobierno no se debe al desgaste de llevar 11 años en el poder, ni a un escándalo de corrupción ni mucho menos a una desaceleración económica. Como dijo a SEMANA Ubaldo Villani Lubelli, autor del libro Enigma #merkel, “el debate político alemán está dominado hasta la saciedad por el tema de los refugiados, en particular por su capacidad de adaptarse a la sociedad de ese país”. Y en efecto, desde que la canciller anunció a finales de 2016 su política de puertas abiertas, la llegada de más de un millón de personas que huyen de las guerras de Oriente Medio se ha convertido en el karma de la mandataria.

Aunque al principio la opinión pública respaldó masivamente esa medida, la percepción de que los refugiados eran los principales responsables de los ataques sexuales del 31 de diciembre en Colonia y otras ciudades alemanas cambió el escenario, lo que ha favorecido el ascenso de la formación ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD por su sigla en alemán), liderada por Frauke Petry (ver recuadro). “Hoy, la derecha tiene contra las cuerdas a la coalición de Merkel por no haber previsto los desafíos que la llegada masiva de refugiados planteaba en cuanto a asistencia humanitaria, tramitación de solicitudes de asilo o ayuda a las comunidades que tienen que integrarlos”, dijo a esta revista Daniel S. Hamilton, director del Centro de Relaciones Transatlánticas de la Universidad Johns Hopkins.

Así lo reconoció el lunes la propia Merkel, quien tras la derrota de la CDU en Berlín dijo en una reunión con líderes del partido que “si pudiera, retrocedería en el tiempo muchos, muchos años para prepararme mejor y también a todo el gobierno alemán para la situación que nos cogió desprevenidos a finales del verano de 2015”. Y es que las turbulencias políticas por las que atraviesa la canciller tienen un trasfondo social inquietante.

En efecto, la población de uno de los países más seguros del mundo está aterrada por los cuatro ataques terroristas cometidos a finales de julio. Entre el 18 y el 25 de ese mes, un joven afgano hirió con un hacha y un cuchillo a cinco pasajeros de un tren al sur del país; un germano-iraní de 21 años obsesionado con las armas mató a nueve personas en un centro comercial de Múnich; un muchacho sirio asesinó con un machete a una mujer embarazada al suroeste de Alemania; y un hombre de 27 años de la misma nacionalidad hirió a 15 personas al hacerse explotar en un festival de música en Baviera.

Como dijo a SEMANA Cas Mudde, autor del libro On Extremism and Democracy in Europe, “hay una creciente polarización sobre los temas socioculturales en Alemania. Y en particular, todo aquello que tiene que ver con la inmigración y la integración está dividiendo a los alemanes”. Los ataques terroristas en suelo teutón no se pueden comparar con las decenas de muertes que han dejado las masacres cometidas por Estado Islámico (EI) en París, Bruselas o Estambul. Pero dos de los atacantes pertenecían a ese grupo y tres eran refugiados, lo que ha radicalizado a muchos electores, ha empoderado a los neonazis y disparado los ataques violentos.

Según el Informe sobre el Estado de la Unidad Alemana, publicado a finales de septiembre, el año pasado se registraron más de 1.400 ataques xenófobos, es decir, un 42 por ciento más que en 2014, y en lo corrido de este año, ya van 700. En la gran mayoría de los casos, los atacantes han puesto la mira en los centros de acogida para los refugiados, que en 2015 sufrieron 50 incendios. Y según el jefe de la Policía, Holger Münch, esa cifra podría aumentar este año. A ese fenómeno se agrega que los políticos de derecha usan con creciente frecuencia palabras asociadas a la terminología nazi, y también que proliferan los discursos de odio y las teorías conspirativas en las redes sociales.

Sin embargo, aunque se trata de un fenómeno nacional, los ataques se han concentrado en los estados de la ex República Democrática Alemana, y en particular en Sajonia, donde se encuentra Dresde. Allí también nació el movimiento islamófobo Pegida, cuyas reivindicaciones ha canalizado el AfD, cuya intención de voto es de casi el 20 por ciento en esa región.

Aunque los analistas consultados por esta revista dan por descontado que el AfD entrará al Parlamento federal en 2017 y que a la CDU de Merkel no le logrará formar una coalición de gobierno con tanta facilidad como durante los últimos 11 años, es muy poco probable que alguien la reemplace en el cargo de canciller. Como dijo el experto Eric Langenbacher, de la Universidad de Georgetown, “ella eliminó a la mayor parte de sus rivales y puso a sus aliados en puestos clave. Por supuesto, si los ataques terroristas continúan, si aumenta la violencia xenófoba o si hay nuevos casos de violaciones masivas, el escenario puede cambiar. Pero hasta entonces, hay que contar con que seguirá en el cargo”.

La nueva cara del racismo

Frauke Petry, la líder del partido Alternativa para Alemania, ha logrado normalizar los discursos de odio en el país que cometió el Holocausto.

Inteligente, fotogénica y oportunista. Así es la líder del partido de extrema derecha más exitoso de la historia reciente de Alemania. Nacida en Dresde hace 41 años, esta graduada en química supo aprovechar durante 2015 el espacio que dejaron Merkel y su partido al desplazarse hacia el centro político. Hoy, Alternativa para Alemania (AfD) está presente en 10 de los 15 Parlamentos regionales, y las encuestas indican que en las elecciones de 2017 superará con facilidad el umbral del 5 por ciento necesario para entrar al Parlamento federal (algunos sondeos le dan hasta el 15 por ciento de la intención de voto). Aunque un grupo de periodistas y de economistas fundaron en 2013 la AfD para recoger el descontento por el rescate financiero de Grecia, bajo el liderazgo de Petry esta agrupación se ha convertido en la referencia de la ultraderecha alemana. Su figura y su discurso se han vuelto un vehículo para impulsar posiciones políticas que hasta hace poco eran tabú en Alemania, como los sentimientos nacionalistas, el rechazo a otras culturas y la discriminación racial basada en argumentos pseudocientíficos.