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Armas a discreción

El Consejo de Seguridad de la ONU lanza el esfuerzo de pacificación más grande de su historia. Pero hay dudas.

6 de abril de 1992

CATORCE MIL BOINAS AZULES PARA YUGOSlavia y 22 mil para Camboya son apenas el comienzo de la nueva ofensiva de paz de la ONU. Proscribir la guerra por la fuerza de las armas puede parecer una contradicción en los términos, pero a falta de mejores mecanismos de convicción, la Organización de Naciones Unidas está dispuesta a interponerse militarmente en los "puntos calientes del planeta". Pero los altos costos, el poco éxito de misiones pasadas y la composición del Consejo ponen en duda que el militar sea mecanismo idóneo para los fines.
El nuevo secretario general, Boutros Boutros-Ghali, tiene frente a sí un reto muy diferente del que enfrentó Javier Pérez de Cuéllar hace 10 años. La razón es que el panorama geopolítico ha cambiado. La ONU es hija de la terminación de la Segunda Guerra Mundial, y sus órganos son el reflejo de una época pasada. Los miembros permanentes con veto del Consejo de Seguridad (compuesto por 15) son los cinco países que predominaron al final del conflicto: Estados Unidos, la Unión Soviética (reemplazada hoy por Rusia) Francia, Gran Bretaña y China.
El antagonismo de Estados Unidos y la URSS nunca permitió que el Consejo consiguiera sus objetivos. Pero la inexistencia actual de confrontación no parece mejorar las cosas. Hoy nadie está en capacidad de ejercer el veto: la URSS ya no existe y el presidente ruso Boris Yeltsin se ha declarado aliado de Occidente. China está necesitada de integración económica y no quiere confrontaciones.
Como consecuencia, libre de las ataduras de la Guerra Fría y sujeto a la influencia única de Estados Unidos, el Consejo de Seguridad ha dado los pasos para aumentar su presencia militar antibélica. Esos pasos tienen su origen inmediato en la primera cumbre de jefes de Estado del Consejo celebrada el último día de enero. Allí se solicitó al Secretario General presentar el primero de julio sus recomendaciones "para la revitalización de la capacidad del Consejo para la consecución y mantenimiento de la paz". El documento final ordena buscar el cumplimiento de los objetivos originales, sobre todo en cuanto a la ilegalidad de la guerra. En particular se solicitó la aplicación del artículo 43, lo que permitiría la virtual constitución de un ejército permanente de la ONU.
Lo decidido en las últimas dos semanas es un abrebocas. El Consejo acordó enviar 14 mil soldados a Yugoslavia para supervigilar el cese al fuego de la guerra civil y para proteger a la minoría serbia en la independizada Croacia. Unos días más tarde el organismo dispuso también despachar a Camboya un contingente mixto de 22 mil efectivos entre 15.900 militares, 3.600 policías y 2.400 administradores civiles.
Esta última es la misión más ambiciosa de la historia de la ONU, en uno de los países más ensangrentados de la segunda mitad del siglo. Según el plan de pacificación de Camboya, Naciones Unidas se convertirá en la práctica -durante un término máximo de 18 meses- en el gobierno provisional del país, encargado de desarmar y separar físicamente las cuatro facciones rivales, eliminar las minas explosivas subterráneas, reubicar a los refugiados y controlar las actividades administrativas y de policía, para asegurar que las elecciones se lleven a cabo limpiamente y se efectúe el empalme con el gobierno definitivo.
Ambas operaciones serán seguidas por otra en el Sáhara Occidental, donde el Frente Polisario libra hace años una guerra de independencia contra Marruecos.
Pero un incidente reciente hizo pensar que la presencia militar no es necesariamente decisiva. Los tanques israelíes que invadieron el Líbano para vengar una incursión guerrillera, pasaron por encima de las barricadas de los cascos azules, que resultaron con un herido grave y con nuevos interrogantes sobre su eficacia. El hecho demostró que una fuerza de interposición no es más que un equipo de observadores calificados. Pero la alternativa de enviar fuerzas equivalentes a la agresión que se enfrenta, podría hacer que la ONU terminara sin querer involucrada en la guerra que trata de evitar.
Por otra parte, todas esas aventuras tienen un costo que ha puesto a pensar a más de un observador. La pacificación de Camboya tiene un presupuesto preliminar de 1.900 millones de dólares, sin contar los 850 millones adicionales para reubicación de los refugiados. La de Yugoslavia, con todo y ser menos ambiciosa, podría presentar una factura de 700 millones anuales. Una y otra -sin contar con la del Sáhara Occidental- equivalen a cuatro veces lo que se pagó el año pasado por todas las operaciones del mundo.
Quienes defienden la presencia militar de la ONU en las zonas de conflicto sostienen que es mucho más barato prevenir la guerra que detenerla y que reconstruir los países. Para la muestra, afirman que la guerra del Golfo Pérsico costó 1.500 millones de dólares por día y que las facciones camboyanas han recibido más de tres mil millones en subsidios y armas.
Pero las cuentas de la ONU no cuadran por ninguna parte. No se trata solamente de los 800 millones de dólares en contribuciones normales que permanecen en cartera. La Organización tiene también cuentas pendientes por 377 millones sólamente por fuerzas de interposición, de los cuales 140 corresponden a Estados Unidos y 127 a la desaparecida Unión Soviética, sin saberse quién va a asumir esa parte.
El otro problema que se señala es que las misiones de la ONU suelen durar más de lo planeado. El Continente de Supervisión de la Tregua que llegó al Medio Oriente en 1948 al final de la guerra árabe-israelí, todavía está en funciones. Lo mismo sucede con el patrullaJe de Cachemira. que está en pie desde 1949. Desde 1965 la ONU está interpuesta entre turcos y griegos en Chipre, una fuerza de control está en las alturas del Golán (Israel) desde 1974 y la Fuerza "Interina" de la ONU en Líbano está allí desde 1978.
Con el Consejo de Seguridad bajo el efecto de una sola influencia, la ONU podría verse también bajo la acusación de ser el brazo armado y legal de la única potencia militar que queda en el mundo. Hay quienes argumentan que Estados Unidos, incapaz de asumir el costo de ser el policía mundial, pretendería repartirlo a través de la ONU. La declaración hecha a finales de enero por la cumbre añadió nuevos elementos a la controversia. Allí, los presidentes ampliaron la definición de la amenaza a la paz, para incluir "la proliferación de todas las armas de destrucción masiva", así como "las fuentes no militares de inestabilidad en el campo económico, social, humanitario y ecológico".
La definición es tan amplia que justificaría la intervención armada de la ONU en cualquier parte. ¿Quién definiría cuándo se dan esas premisas por ejemplo en campos tan difusos como el "humanitario"? Esos interrogantes son paralelos a los clamores por la democratización de la ONU y del Consejo en particular. En la última Asamblea se sintieron tendencias favorables a la eliminacion del veto, a la representación equitativa del Tercer Mundo y la participación permanente en el Consejo de Alemania y Japón derrotados en la guerra mundial, pero vencedores económicos de la posguerra.
Se trata de que la estructura de la ONU reconozca que el actual es en realidad un mundo multipolar en el que la búsqueda de la paz no tiene necesariamente que estar equipada para la guerra. Porque tal como está, el organismo no es más eficaz que en el pasado.
Sin apelación
TANTO VA EL CANTARO AL agua que al fin se rompe. La semana pasada la diplomacia norteamericana logró un nuevo triunfo al conseguir por segunda vez consecutiva que la Comisión de Derechos Humanos de la ONU aprobara una resolución de condena a Cuba. El documento expresa la "alarma" por "contínuos informes de abusos sobre los derechos humanos en Cuba, que incluyen prisión, acosamiento y ataques de turbas organizadas por el gobierno contra los defensores del cambio pacífico".
Veintitrés de los 50 países miembros de la Comisión. encabezados por los industrializados, votaron a favor de la condena. Yugoslavia y 20 naciones del Tercer Mundo se abstuvieron. Entre éstos estuvo el Grupo de los Tres (Colombia, México y Venezuela) con una posición concertada, al lado de Brasil y Perú. En el grupo latinoamericano votaron a favor de la condena Argentina, Chile, Costa Rica y Uruguay.
El resultado no sorprendió a nadie, pues aunque en los últimos años ese foro había sido testigo de una batalla política entre Washington y La Habana, la correlación actual de fuerzas favorece hoy en forma amplia a Estados Unidos. Para la muestra, el proyecto de resolución tuvo partidarios que hasta hace poco hubieran sido incondicionales de Cuba. El más ostensible de ellos es Rusia, que heredó de hecho el escaño de la URSS en la ONU. A su lado, votaron en contra del gobierno de Fidel Castro, Bulgaria, Checoslovaquia y Hungría, países que hasta hace poco integraban con Cuba el bloque comunista.
Lo que pareció demostrar la naturaleza política de la resolución, es que al día siguiente se rechazó un proyecto de condena a la China, un país que tiene un récord poco presentable en materia de derechos humanos. Allí se señalaba el genocidio sufrido por el Tíbet, cuyos habitantes están bajo el control de China desde 1951 y son testigos de la supresión de su cultura milenaria. Coincidencialmente el presidente norteamericano George Bush vetó el mismo día en Washington una resolución congresional que quitaba a China el estatus de "nación comercialmente más favorecida". Eso hace pensar que en la medida en que ese país sea un mercado potencial de más de mil millones de personas, el problema del Tíbet, o por ejemplo la masacre de Tiananmen, serán para Estados Unidos y por consiguiente para la ONU, sólo un "asunto interno".