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ARMERO A LA ECUATORIANA

Sólo una semana después de los temblores, las autoridades descubren que el numero de víctimas supera los 2 mil.

13 de abril de 1987

Después del secuestro del presidente León Febres Cordero, parece que en el Ecuador puede suceder casi cualquier cosa. Incluso que en un país relativamente pequeño, las autoridades sólo se vengan a dar cuenta una semana después de que los sismos del jueves 5 de marzo produjeron cerca de 2 mil víctimas y no 3, como lo anunció el primer informe oficial.
Resulta inexplicable, por no decir inconcebible, que una catástrofe que se ha llegado a calificar como el "Armero ecuatoriano", que sepultó aldeas enteras, derrumbó carreteras y puentes, destruyó 50 kilómetros del oleoducto transecuatoriano, produjo pérdidas por más de mil millones de dólares, afectó una extensión de 1.600 kilómetros cuadrados y dio lugar, según el propio presidente Febres Cordero, "a la más grave catástrofe en la historia del país", haya sido objeto de tantas equivocaciones.
La primera de ellas fue el origen mismo de los sismos. Inicialmente, los dos terremotos y los más de mil temblores menores se atribuyeron a la erupción del volcán Reventador, localizado 90 kilómetros al oriente de Quito, cerca a la frontera con Colombia. Posteriormente se confirmó, sin embargo, que aunque en efecto el epicentro estaba localizado en el volcán, los sismos no tuvieron origen volcánico sino tectónico, es decir que en ningún momento hubo erupción.
Esta equivocación es no obstante insignificante, frente al maremágnum de cifras que se ha ventilado sobre el número de víctimas. De 3 muertos y una veintena de heridos, se pasó luego a 300 muertos; al día siguiente se hablaba ya de 500 y 30 mil damnificados y finalmente se llegó, siete días después, al escandaloso saldo de entre 2 mil y 3 mil muertos, 4 mil desaparecidos y 75 mil damnificados.
En una alocución televisada, después de sobrevolar la zona del desastre, Febres Cordero anuncio los destrozos causados por el terremoto al oleducto transecuatoriano y que como consecuencia, el Ecuador tendría que suspender la exportación de petróleo y solicitar refinanciación para sus compromisos internacionales, que en 1987 representan 1.301 millones de dólares. El Presidente aprovechó también la oportunidad para solicitar la solidaridad nacional, y tratar de limar las asperezas políticas que pululan en el ambiente desde el rocambolesco episodio de su secuestro; "la patria -dijo- tiene que ser salvada, tiene que vencer, lo mismo a los problemas políticos, económicos y sociales que a los desafíos lanzados por la propia naturaleza". Pero ni él, ni su ministro de Información, fueron capaces de hacer siquiera una mediana aproximación sobre el número de víctimas. "Es complicado determinar el número exacto -señaló el ministro Marco Lara-, porque no sabemos cuánta gente vivia en las casas afectadas por los derrumbes".
"Los daños de grandes proporciones" a que hizo alusión Febres en su discurso, refiriéndose ante todo al perjuicio económico, resultaron ciertos, pero principalmente en el número de víctimas.
Aunque ya nadie duda que por lo menos unas 2 mil a 3 mil personas murieron, los razonamientos del prefecto de la provincia de Napo, la más afectada, acerca del porqué de las cifras no resultan menos curiosos. "Nuestra provincia tiene una extensión de 52.020 kilómetros cuadrados; los más recientes informes indican que la habitan 260 mil personas, así que nadie puede dudar que por lo menos 2 mil personas murieron", argumentó el prefecto Jorge González.
Con equivocaciones o, sin ellas, lo cierto es que realmente los sismos, además de dejar un gran saldo de víctimas, contribuyeron a acrecentar la crisis económica del Ecuador. Las reparaciones en el oleoducto, principal arteria de la economía ecuatoriana cuyas exportaciones se centran en el petróleo, durarán alrededor de cinco meses y costarán unos 120 millones de dolares, sin contar lo que el Ecuador dejará de percibir por la exportación del crudo.
Pero como en todo, las tragedias también tienen su lado positivo, por lo menos para algunos. Y en este caso, el más beneficiado será probablemente el propio presidente Febres Cordero, a quien después de la tragedia, la crisis política seguramente se le embolatará por algún tiempo. Como a Belisario Betancur, a Febres Cordero también le llegó su Armero.