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‘Arrivederci’, Silvio

Después de dos décadas de escándalos, corrupción y decadencia, el primer ministro Silvio Berlusconi se desplomó estrepitosamente. Pero en su caída, se lleva a su país y posiblemente a Europa.

12 de noviembre de 2011

El 22 de noviembre, el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, tenía una cita de suma importancia. No era ni una reunión con líderes europeos, ni una jornada en el Parlamento, ni un encuentro con sus ministros. Ese día era el lanzamiento de Il vero amore (El verdadero amor), su último disco con “un toque de samba y de ritmos latinoamericanos”. Perdido en sus delirios de ser un gran cantante, Berlusconi no quiso ver que la economía italiana ardía y que su final, después de veinte años de decadencia y corrupción, era inevitable. Trató de ser il Cavaliere (el Caballero), el gran reformador. Pero pasará a la historia como un empresario que arruinó a su país mientras se enriquecía y que, al final, acorralado por una crisis económica que alimentó, no tuvo otra opción que renunciar el martes pasado.

Su caída, como la de todos los perdedores, fue solitaria. Primero la Iglesia católica, uno de sus baluartes, le retiró su apoyo en septiembre. Ese mismo mes, Cofindustria, la organización patronal italiana, le dio un ultimátum. En su mayoría parlamentaria las deserciones se multiplicaron. En Italia ya solo lo apoyaba el 20 por ciento de los ciudadanos. Y en el G-20, el grupo de las economías más poderosas del mundo, todos los líderes le huyeron, como si tuviera peste.

Llegó el 8 de noviembre, día fatídico del voto en el Parlamento de la rendición de cuentas de 2010. Berlusconi solo logró 308 votos frente a un bloque de 321 opositores y tránsfugas. Ya no tenía la mayoría para gobernar a Italia. Aún lleno de rabia, se entrevistó con el presidente Giorgio Napolitano e hizo lo único que aún estaba en su poder: renunciar.

La agonía de Il Caimano, como apodan a Berlusconi por sus artimañas, fue para Italia interminable y dejó a su economía profundamente herida. Paralizado por sus quimeras, los juicios en su contra y sus arreglos politiqueros, llevó a su país al abismo. Con una deuda pública que sobrepasa el 120 por ciento del PIB, unos dos billones de euros, las reformas tenían que ser urgentes y radicales. Pero no hizo nada, y cuando renunció, ya era tarde y el pánico había contaminado a toda la eurozona. Los mercados saben que la economía italiana, la tercera más importante de la zona euro, es demasiado grande para ser rescatada. Y muchos temen que Italia se lleve a Europa al fondo.

Lo peor de todo es que la deuda es solo el problema más urgente. El berlusconismo, esa alianza entre el capitalismo salvaje, la corrupción y el nepotismo que mandó por casi dos décadas en Roma, dejó un país con una enfermedad crónica. Italia tiene un crecimiento estancado, un cuarto de sus jóvenes desempleados y el índice de corrupción está por encima del de Ruanda. Y según una encuesta del Banco Mundial, es más interesante hacer negocios en Albania que en Italia.

La reconstrucción del país va a ser difícil. Pues como le dijo a SEMANA Vincenzo Susca, autor de A la sombra de Berlusconi, “va a ser muy difícil reformar a Italia. Berlusconi se inventó el sistema político moderno, por 30 años la derecha y la izquierda se construyeron en torno a él”. Ya se barajan varias opciones para reemplazarlo, desde una unión nacional con todos los partidos hasta un gobierno liderado por tecnócratas para tranquilizar los mercados. Pero nadie sabe cuál va a ser la próxima jugada de Berlusconi, que siempre ha logrado salir adelante cuando todas las apuestas están en su contra. Por ahora jura que se va a retirar para siempre de la política, pero cuando se mira su vida, queda claro que con Berlusconi todo es posible.

Hijo de un matrimonio de clase media, se ganó sus primeras liras vendiendo aspiradoras y cantando baladas en cruceros por el Mediterráneo. Pero su carrera en los negocios fue creciendo vertiginosamente. A finales de los sesenta llegó a las grandes ligas. Cerca del aeropuerto de Milán, su ciudad, compró un enorme terreno baldío a muy bajo precio, pues nadie quería vivir ahí por el tráfico aéreo. Nunca se supo cómo, pero logró que los aviones cambiaran de ruta. Berlusconi construyó ahí el complejo Milano Due, y se volvió multimillonario.

En ese mismo lugar construyó los estudios de Canale 5, la primera piedra de su imperio mediático. Gracias a sus excelentes relaciones con Bettino Craxi, primer ministro socialista que huyó a Túnez por un escándalo de corrupción, logró que en 1984 se tumbara el monopolio del Estado sobre la televisión. Una ley que, como muchas de las que después se votaron en la península itálica, parecía hecha a su medida.

Ya para final de los ochenta, Berlusconi era uno de los hombres más ricos de Italia, con inversiones en tres canales de televisión, constructoras, bancos, el periódico Il Giornale, el equipo de fútbol AC Milan y Mondadori, la editorial más grande del país. Berlusconi también ya tenía un rosario de problemas legales, investigaciones por fraude fiscal, corrupción de jueces, falso testimonio, contabilidad adulterada, malversación e incluso sospechas de complicidad con la Cosa Nostra siciliana.

Por esos años, la democracia italiana convulsionó. Dominada desde el final de la Segunda Guerra Mundial por dos grandes partidos, la Democracia Cristiana y el Partido Comunista, a principios de los noventa la política se atomizó en una multitud de movimientos. Berlusconi fundó en 1993 Forza Italia y un año después, con la promesa de estabilidad, libertad y respeto a las tradiciones italianas, fue elegido primer ministro. Pierre Musso, autor de Berlusconi, el nuevo príncipe, le dijo a SEMANA que “Berlusconi supo cómo usar los símbolos, las pasiones y las emociones. Importó técnicas de ‘marketing’ y comunicación a la vida política italiana para presentarse como un hombre que se hizo solo, un presidente-empresario, el gerente de Italia”. Vincenzo Susca dice, por su parte, que Berlusconi encarnó la búsqueda de los italianos por lo espectacular, por el hedonismo, por el goce. Impulsos primarios que terminaron manteniéndolo durante años dirigiendo el país.

En los 17 años siguientes Berlusconi fue tres veces primer ministro y siempre se mantuvo rondando cerca del poder. Fue la mejor manera para huir de los procesos que le abrieron. Según sus propias cuentas, en los últimos 20 años visitó 2.500 veces una corte, para enfrentar más de 106 juicios. Pero nunca nadie ha podido condenarlo.

Voraz, Il Caimano puso el poder a su servicio. Dueño de los tres grandes canales privados, también controlaba la RAI, la red de televisión pública, con lo que dominaba el 90 por ciento de los medios italianos. Impulsó leyes que lo volvieron inmune a la persecución judicial, limitó la autoridad de los magistrados e instaló en el Parlamento a sus abogados, su médico de cabecera, dirigentes de su imperio económico, su consejero fiscal y periodistas de sus medios. Y claro, el Estado también se volvió una dependencia de sus care donne, sus queridas mujeres, con las que coqueteaba en público sin ningún rubor. Según Musso, “Berlusconi convirtió a los ciudadanos en espectadores de su vida, la Italia política se volvió un espectáculo y terminó como una democracia televisiva”.

Bronceado, con implantes capilares y cirugías, el sexo y la seducción siempre hicieron parte del magnetismo de Berlusconi. Pero con el escándalo del Bunga Bunga, muchos dijeron que Italia se había vuelto una pornocracia. En 2009, su esposa, Veronica Lario, anunció el divorcio porque a su marido le gustaba “estar rodeado de vírgenes” y se comportaba “como un hombre enfermo”. Según se descubrió después, con la ilusión de conseguir algún favor, decenas de mujeres jóvenes pasaron por la cama del primer ministro. Y cuando Italia pensó que había conocido lo peor, llegó Ruby Rubacuori, una marroquí que fue a orgías en las villas de Berlusconi con solo 17 años. Il Cavalieri ya no era solo un septuagenario decadente y adicto al Viagra, sino posiblemente un delincuente que corrompió a menores de edad.

Como en el ocaso del Imperio romano, el final de Berlusconi es una hecatombe para Italia, salpicada de sexo, traiciones y corrupción. El futuro del país es sombrío y la salida, incierta, pues como explicó Massimo Franco, del periódico Corriere della Sera, en una de sus columnas: “La agonía es larga, ya que no es el final de un gobierno, sino el de un sistema en el que una persona subordinó todo a su propia supervivencia”.