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ASALTO AL MUSEO

Conmoción en el mundo del arte por robo de grandes maestros impresionistas.

2 de diciembre de 1985

Los ladrones que irrumpieron tranquilamente en la fría mañana del domingo 27 de octubre en el Museo Marmottan, de París, iban sobre seguro. Las codiciadas telas que los esperaban allí, entre el centenar de obras expuestas ese día, se encontraban más desprotegidas que una tonta en la ventana de un colegio. A pesar de que se valoraban en cerca de 100 millones de francos (casi 2 mil millones de pesos), las nueve obras impresionistas robadas no estaban aseguradas. Además, los vigilantes del edificio se hallaban desarmados y, como si lo anterior fuera poco, el sistema de alarmas, aparecía desconectado. Los cuadros, pues, estaban diciendo "sáquennos de aquí".
Conocedores de las características del Museo -un sobrio palacete en piedra del siglo pasado, ubicado en inmediaciones del Bosque de Boulogne- los ladrones, cinco en total, actuaron como un disciplinado comando: dos de ellas entraron mezclados con los visitantes, luego de pagar devotamente sus entradas. Minutos más tarde, ellos mismos desenfundaron relucientes pistolas y pidieron a la treintena de observadores, con la mayor cortesía, tenderse en el suelo de una de las salas, durante unos minutos. Invitaron al mismo tiempo a los asombrados vigilantes, nueve en total, a permanecer encerrados en una alacena, en compañía de la cajera.
A esas alturas, otros tres miembros del "comando" ya se habían precipitado a la Sala Monet, en el sótano, para descolgar con un sistema de varillas, las famosísimas telas Impresión, sol naciente, de 1872 -que dio origen a la palabra "impresionismo"-; Camille Monet y su prima en la playa de Trouville, de 1870: Campo de tulipanes en Holanda, de 1886; Retrato de Poly; Pescador en Belleisle, y Retrato de Jean Monet. Los óleos de pequeño formato de Renoir: Bañista sentado sobre una roca, de 1882, y Retrato de Monet, fueron también sustraídos por los asaltantes de una vitrina de cristal que tuvieron que quebrar, ya en el camino de salida. Dos cuadros más completaban el botín: La mujer del abanico, de Berthe Morisot, y Retrato de Monet del pintor Narusé. Un automóvil gris con el baúl abierto, esperaba a los hombres cuando éstos salieron con los cuadros bajo el brazo. Cinco minutos había tomado la operación en la que no hubo pasos innecesarios. "Los ladrones conocían perfectamente el local y sabían cuáles eran las piezas más valiosas. Todo estaba perfectamente organizado", se quejó después Yves Brayer, el desplumado curador del Museo.
La movilización policial comenzó el mismo domingo. En una conferencia de prensa, Jean Claude Vincent, jefe del departamento especializado en robos de objetos de arte, indicó que esta modalidad había entrado en desuso desde 1963, por una razón muy simple: las telas conocidas y de gran valor son difíciles de negociar. Y este es el caso. Los cuadros robados del Museo Marmottan son famosos en todo el mundo. No hay catálogo ni libro sobre la pintura impresionista que no incluya reproducciones de ellos. Cualquier coleccionista o el más novel mercader de obras de arte, podría reconocer, de un solo vistazo, estos óleos. "Son invendibles", fue la conclusión de Yves Brayer.
Según el policía Vincent, desde 1963 en Francia se han conocido únicamente tres robos de obras de arte de importancia. El mismo Museo había sido víctima en 1981 de la desaparición de una miniatura, a manos de un hombre desarmado. "La mayoría de estos hurtos se cometen para chantajear a las compañías aseguradoras, aunque en Francia esos esfuerzos no han dado mayores resultados", aseguró Vincent.
¿Qué buscan entonces los ladrones? Aunque la hipótesis del coleccionista fanático, promotor del asalto para quedarse él mismo con las pinturas, es sugestiva, los expertos la descartan. Quien tenga en estos momentos en su poder Impression Soleil Levant, por más amante de la pintura que sea, o precisamente por eso, no se contentará con tenerla en un recinto secreto, a prueba de robos y de curiosos. Finalmente sucumbirá a la tentación de mostrarla a sus amigos, para disfrutar el placer de ser el poseedor de la famosísima tela, y ese será el principio del fin de tal posesión.
Otra idea que se analiza es la del robo a largo plazo, es decir, que los ladrones tienen la intención de ocultar las obras 20 o más años, para después sacarles el jugo, tras una discreta venta. ¿Acaso eso no fue lo que le ocurrió a un pastel de Manet, El sueño, que fue robado en 1890 en Francia y apareció en 1982 en Argentina, 92 años después?
La posibilidad de un robo político tampoco es rechazada, aunque es la más temeraria de las tres. Según ella, las telas habrían caído en manos de un grupo guerrillero de izquierda como Acción Directa -muy activo en estos meses y poco afectado por las investigaciones militares-, quien pretendería más adelante llamar la atención sobre su lucha.
Recuérdese que también en esta modalidad existen precedentes. Una organización de origen anarquista, denominada Grupos Armados Revolucionarios Internacionalistas (GARI), se apoderaron en 1978 de un cuadro del pintor holandés, Jerónimo Bosch, poniéndose en contacto con la prensa para dar a conocer sus intenciones.
Pero esto último no ha sucedido en el caso del Museo Marmottan. Los plagiarios -de apariencia europea, talla media y quienes actuaron con la cara descubierta, salvo uno- se han sumido en un absoluto secreto, hasta el momento de redactar esta nota.
Por lo pronto, todos los puntos de frontera han sido alertados mediante boletines que incluyen retratos de las obras perdidas. Se presume que los sabuesos parisinos han recogido algunas huellas digitales y los testimonios respectivos. La Interpol pondrá también en alerta sus antenas.
El Museo Marmottan es la visita obligada de quienes conocen la casa de Claude Monet, en Giverny, donde fueron pintadas las famosas Ninfas. Los cuadros que allí conservó el pintor y que traspasó a su hijo al morir, fueron donados por éste al Museo, institución fundada por Paul Marmottan, un mecenas e historiador de arte. Santuario, como el renombrado Jeu de Paume, de la pintura impresionista, el Museo Marmottan tiene además una colección de miniaturas de Wildenstein y varios e interesantes juegos de muebles del Primer Imperio.
¿Por qué ni alarmas ni seguros protegían esos tesoros? Los guardianes explicaron que sólo de noche eran encendidos los dispositivos de seguridad electrónicos, pues de día "producen falsas alertas ante cualquier gesto inusual de los visitantes".
La Academia de Bellas Artes, propietaria del Museo, indicó por su parte que en Francia no es habitual suscribir contratos con aseguradoras por el costo enorme que ello implica. El Marmottan, por ejemplo, tendría que haber pagado una prima de 6 millones de francos por año, lo cual es imposible para ellos. En los museos oficiales las obras maestras son consideradas, en cambio, como propiedad del Estado y es éste quien responde en los casos de siniestro.
Esta ausencia de asegurador privado fue quizás el único elemento que desconocían los ladrones, quienes tendrán que dirigirse, entonces, al mismo ministro de Cultura, Jack Lang, si es que quieren negociar a corto plazo las telas. Pero el alto funcionario ya les salió adelante. Declaró el lunes que no "cederá al chantaje" (no se sabe bien por qué utilizó esa palabra) y que ese patrimonio robado "debe ser restituido lo más rápidamente posible". Ojalá ocurra -como en otras ocasiones- que los voleurs admitan la inutilidad de su acción y abandonen en alguna bodega desierta y en perfecto estado, los cuadros, que por ser tan valiosos, dejaron de tener valor para ellos.