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Así no se puede

A menos de dos meses de las elecciones, Mitt Romney pierde fuerza por una serie de metidas de pata. Solo los debates pueden salvar su aspiración a la Casa Blanca.

22 de septiembre de 2012

Con sus acciones en la campaña presidencial, el candidato republicano Mitt Romney ha demostrado que el mayor enemigo de su triunfo en noviembre es él mismo. Declaraciones vergonzosas, salidas en falso reiteradas y pugnas internas en la campaña: todo eso ha abierto grietas profundas en las aspiraciones del hombre que pretende derrotar al presidente Barack Obama el 6 de noviembre para tomar posesión del cargo el 20 de enero del año entrante. Las encuestas lo dejan claro.

La primera de esta cadena de metidas de pata se produjo el 12 de septiembre pasado, un día después de que se supo la muerte a manos de una turba en el consulado norteamericano, en Bengazi, Libia, del embajador estadounidense en ese país Christopher Stevens. Un video con una parodia de Mahoma, hecho en Estados Unidos, había generado supuestamente el descontento, y un comunicado del consulado norteamericano en Egipto, divulgado antes del ataque, había rechazado enseguida ese tipo de burlas. Y Romney, en vez de pedir justicia como el propio Obama, dijo que era "una vergüenza" que su país estuviera "ofreciendo disculpas".

La siguiente equivocación vino menos de una semana después cuando la página web Político desnudó en un informe la pelea interna que se vive en la campaña republicana. Los autores del artículo contaron cómo el principal estratega de Romney, Stuart Stevens, hace muchas veces lo que le da la gana, encarga discursos que nadie pronuncia y da indicaciones contradictorias, con lo cual termina por sumir a los asesores del exgobernador de Massachusetts en un mar de confusiones, como la que condujo a la desastrosa presentación del actor Clint Eastwood en la convención de Tampa. Tal vez por eso nadie ha podido tener claro cómo es en verdad Mitt Romney ni qué piensa realmente.

Lo peor de todo, sin embargo, sucedió a mediados de la semana pasada cuando la revista Mother Jones reveló un video filmado el 17 de mayo en Boca Ratón (Florida) durante un acto en el que Romney se dirigía a un grupo de donantes a su campaña. Las imágenes, captadas desde una de las sillas de atrás, muestran al candidato hablando con franqueza. Y es sorprendente. Al referirse a los votantes de Obama, Romney dice esto: "Hay un 47 por ciento de la gente que está con él, que se sienten víctimas, que creen que el Estado debe cuidarlos y darles salud. No voy a convencerlos ni a darles instrucciones si no quieren asumir sus propias responsabilidades".

Pese a que quiso dar marcha atrás, semejantes declaraciones, en las que un hombre que aspira a gobernar a todo un país desprecia prácticamente a la mitad de la población, prendieron la mecha del escándalo en Estados Unidos. No solo porque los demócratas, encabezados por Obama, les salieron al paso, sino porque desde la entraña misma del partido republicano y de la prensa que lo apoya le mandaron un sablazo. La columnista Peggy Noonan, célebre porque redactaba los discursos de Ronald Reagan y figura respetada de la derecha gringa, no tuvo empacho en sostener que las toldas de Mitt Romney son "incompetentes". Y el senador republicano de Massachusetts, Scott Brown, que busca la reelección en noviembre, subrayó que él no ve el mundo de esa forma. Para rematar, The Wall Street Journal sugirió que si no hay un golpe de timón en la campaña, Romney perderá merecidamente.

Por si fuera poco, el aspirante republicano ya no seduce a la mayoría del electorado ni siquiera en lo que parecía ser su fortaleza: el manejo de la economía. Con un desempleo superior al 7,5 por ciento desde hace más de 40 meses, su objetivo era centrar la campaña en ese aspecto donde Obama no puede sacar pecho. Pero con tanto traspiés, con ese comportamiento errático y esas declaraciones en las que se exhibe como un hombre insensible a las angustias de la clase media, una encuesta de The New York Times y CBS News le pone al presidente un punto por encima a la hora de conducir la situación económica. Y si el candidato sigue dando bandazos, los republicanos corren el riesgo de que en noviembre, cuando también se eligen los 435 miembros de la Cámara de Representantes, un tercio de los 100 senadores, pierdan las mayorías en esta última.

El viernes, en una jugada que pareció tardía y desesperada, Romney publicó por fin sus declaraciones de impuestos según las cuales en los últimos años pagó un promedio de 20 por ciento de sus ingresos y donó el 13 por ciento. Fue un intento por mejorar una semana desastrosa y por quitarle a Obama municiones de cara a los debates.

En efecto, el candidato republicano es consciente de que el todo por el todo puede jugarse en los tres debates que se transmitirán por televisión, el primero de los cuales se llevará a cabo en la Universidad de Denver el 3 de octubre. También sabe que en su campaña hay mucho dinero y que la publicidad negativa puede hacerle daño a Obama. Y que una crisis política nacional o internacional afectaría más al presidente. Romney no tiene de otra. El promedio de las últimas seis encuestas, según RealClearPolitics, le dan a Obama una ventaja del 48,3 por ciento contra el 45,2 por ciento. Y las de los swing states, es decir los estados que pueden votar a favor de uno u otro, como Ohio o Virginia, y que son claves para los comicios, empiezan a favorecer al presidente. Romney no lo tiene fácil, Y Obama tampoco. Faltan seis semanas en las que medio mundo estará con la respiración contenida.