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BARRIENDO LA CASA

Cristiani acusa a militares por la masacre de los jesuitas, pero persisten las dudas.

19 de febrero de 1990

Que los autores del asesinato de seis sacerdotes jesuitas en noviembre pasado eran militares, era una hipótesis que se barajaba desde la misma mañana en que se descubrieron los cadaveres. Pero que fuera el propio presidente Alfredo Cristiani quien los pusiera a órdenes de la justicia civil, resultó mucho más de lo que los más optimistas esperaban.

Tal vez por esa razón los observadores comenzaron inmediatamente a hacer conjeturas acerca del complejo intríngulis de intereses encontrados que debió enfrentar Cristiani en la toma de su decisión. En el desarrollo de los acontecimientos incidieron, segun todos los indicios, la rivalidad entre dos promociones del ejército, el enfrentamiento entre moderación y extremismo en el seno del gobernante partido Arena y, por si fuera poco, como telón de fondo, la desesperada necesidad de mejorar la imágen del gobierno, ante el cuestionamiento que esta recibiendo la renovación de la ayuda norteamericana al país, cuya economía traspasó hace rato la línea de la bancarrota.

El sábado 13 de enero el presidente Cristiani anunció que las investigaciones adelantadas por un equipo internacional habían llegado a la conclusión de que los autores del asesinato multiple eran nueve miembros de las fuerzas armadas, de los cuales ocho estaban acuartelados en espera de su entrega a las autoridades civiles.
Al mando del grupo estaba, segun el presidente, el coronel Guillermo Alfredo Benavides, comandante de la Escuela Militar.

La acusación contra Benavides resulta casi obvia, ya que el coronel había sido asignado para garantizar la seguridad de la zona del Estado Mayor de la Fuerza Armada, sector occidental de la ciudad, a pocas cuadras de la residencia de los jesuitas en la Universidad Centroamericana, y fue él quien pidió refuerzos al batallón de élite "Atlacatl", al cual pertenecen los demás implicados. Sin embargo, a comienzos de la semana se expresaron algunas dudas basadas en que esa noche se libraron violentos combates en la zona y en medio del caos algunas unidades se encontraban separadas de sus comandantes, por lo que el coronel podría no haber estado al comando operacional de los soldados y tenientes acusados.

Para complicar las cosas, se supo que la detención de Benavides fue precipitada por informaciones dadas a oficiales norteamericanos por otro militar salvadoreño, el coronel Carlos Armando Aviles, jefe de operaciones sicológicas del ejército. Aviles se encuentra bajo arresto domiciliario por su extraña actitud de alertar a funcionarios estadounidenses antes que a sus propios superiores.

Pero los observadores subrayan que Avilés es el líder de la promoción de 1968 de la Escuela Militar, cuya rivalidad con la clase de 1966--denominada la Tandona--es conocida en todos los medios locales. La Tandona, a la que pertenecen los altos mandos militares, es criticada por los oficiales mas jóvenes no sólo por el manejo de los movimientos jerárquicos en la cúpula, sino por la conducción de la guerra contra el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) .
La rivalidad entre ambas "tandas" o promociones hizo que se desatarar rumores durante toda la semana sobre un posible golpe militar contra Cristiani en "El manejo que le de el, gobierno a la acusación contra los militares resultara crucial para la mora, de las tropas", escribió un comentarista venezolano, refiriéndose a las quejas que se han dejado sentir entre los soldados que resienten que sobre los hombros de sus compañeros se esté queriendo hacer caer las responsabilidades de los oficiales. Pero no menos grave para el presidente Cristian es el manejo que le de a las relaciones internas de su partido Arena, cuyo "presidente vitalicio" Roberto D'Abouisson, parece estar en contra de llevar a término las investigaciones, en una posición compartida por el vicepresidente Francisco Merino, quien, segun se dice, pertenece la misma a la extremista de D'Abouisson, a quien se recuerda como el autor intelectual del baño de sangre que recorrió al país al comienzo de los años 80.

La insistencia en echarle el agua sucia a Benavides hace que algunos piensen que podría tratarse de un chivo expiatorio "empapelado" para cubrir a alguien de mayor importancia. Se ha señalado que Benavides no tenía antecedentes de extremismo político y que, tal vez, toda su responsabilidad se limite a haber tratado de encubrir las verdaderas circunstancias del crimen.

Sea como fuere, Cristiani estuvo a punto de lograr su objetivo de frenar las críticas contra su inacción ante la masacre del padre Ignacio Ellacuria y sus compañeros. Pero las reacciones favorables de la Casa Blanca se enfriaron considerablemente unas horas mas tarde, cuando se supo que el dirigente socialdemócrata salvadoreño Héctor Oqueli había aparecido asesinado 24 horas después de ser secuestrado con una copartidaria local en Guatemala. El asesinato de Oqueli se atribuyó a escuadrones de la muerte guatemaltecos que actuarían en coordinación con los de El Salvador.

En esas condiciones resulta muy difícil salvar la imagen de un gobierno que no ha podido prevalecer sobre las tendencias extremistas de sus copartidarios. Lo que más preocupa hoy al Congreso norteamericano es que el batallón A tlacatl es el más profesional de las unidades salvadoreñas.
Eso hace que muchos parlamentarios se pregunten lo que el observador Jim Matlack: "Si esa unidad puede llevar a cabo semejante atrocidad en pleno San Salvador, que no harán en el campo?.-