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El Papa alemán Joseph Ratzinger o Benedicto XVI. | Foto: AP

RELIGIÓN

¿Benedicto XVI contra el concilio?

Un Papa alemán, un obispo negacionista del Holocausto y la comunidad judía, son los protagonistas de un nuevo conflicto entre hebreos y católicos.

Paula Camila Osorio
4 de febrero de 2009

Muy ofendida quedó la comunidad judía al conocer la reciente decisión del Papa Benedicto XVI de rehabilitar a cuatro obispos lefebvrianos que habían sido excomulgados por Juan Pablo II, hace poco más de 20 años. Apenas tres días antes del anuncio, uno de los obispos perdonados, el británico Richard Williamson, había negado públicamente la magnitud del Holocausto nazi. "Las evidencias históricas están inmensamente en contra de que seis millones de judíos hayan sido asesinados en cámaras de gas como parte de una política de Adolfo Hitler", declaró Williamson a la televisión sueca.

Desde que fue divulgado el dictamen papal, las protestas de los judíos no han cesado, y en la última semana la presión contra el sumo pontífice ha alcanzado niveles de escándalo. El Rabinato de Israel y el Consejo Central de los Judíos de Alemania han anunciado el fin de sus relaciones con el Vaticano, con el argumento de que la rehabilitación de un obispo negacionista del Holocausto es “una bofetada” para el pueblo hebreo, a lo que se suma el agravante de que proviene de un Papa alemán. Por su parte, la canciller alemana Angela Merkel ha exigido a Benedicto XVI que se distancie de los obispos. Desde el seno de la iglesia católica también han llovido las críticas, pues el incidente es considerado como el mayor retroceso en las relaciones católico-judías de los últimos cincuenta años.

Además de Williamson, fueron rehabilitados tres obispos: el español Alfonso de Galarreta, el suizo Bernard Fellay y el francés Tissier de Mallerais. Los prelados son seguidores del fallecido arzobispo Marcel Lefebvre, férreo opositor de la modernización que dio al catolicismo el Concilio Vaticano II. Con la aprobación en 1965 de la declaración Nostra Aetate (En Nuestros Tiempos), la iglesia católica dio un importante paso para la reconciliación de judíos y católicos, dos pueblos que tienen más en común de lo que han querido admitir en siglos de rivalidad. El Concilio rechazó la doctrina que culpa a los hebreos de la crucifixión de Cristo, y tomó un camino de diálogo interreligioso que Lefebvre, de posición ultraconservadora, desconoció. El arzobispo fue excomulgado, junto con sus seguidores, y fundó, en 1968, la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, en lo que se considera el mayor cisma del siglo XX en la iglesia católica.

Con la rehabilitación de los lefebvrianos, Benedicto XVI pretende cerrar la brecha entre tradicionalistas y progresistas, pero a costa del deterioro de las relaciones con la comunidad judía. El levantamiento de las excomuniones se suma a una medida anterior que también causó gran controversia entre los judíos: el retorno a la misa en latín, cuya formulación es considerada ofensiva por los hebreos, ya que pide por éstos “para que sean iluminados” y “reconozcan a Jesucristo como salvador de todos los hombres”.

Pero esto no es lo único que demuestra que Benedicto XVI vira cada vez más hacia el tradicionalismo que su antecesor Juan Pablo II, se esforzó en superar. Cómo declaró a El País de España el teólogo rebelde Hans Küng el perdón papal "no tiene en sí importancia, aunque es significativo en un contexto general de restauración, continua marcha atrás y cada vez mayor rigidez del Vaticano". Sus intenciones de beatificar a Pío XII, el polémico Papa a quien se acusa de haber guardado silencio ante el exterminio de judíos durante la Segunda Guerra Mundial, sugiere que el endurecimiento del Vaticano y el retroceso a la postura ultraconservadora, son algo deliberado.

De poco han servido las medidas desesperadas del Papa, que presionado por la opinión pública, ha salido a repudiar las declaraciones del obispo lefebvriano. El mismo Williamson, ante las reprimendas de su propia Fraternidad, se ha visto obligado a pedir perdón al Vaticano por sus comentarios “imprudentes”. Pero a nadie satisfacen las disculpas, y la pugna ha subido de tono con las recientes declaraciones del sacerdote italiano Floriano Abrahamowicz, también lefebvriano, quien aseguró que las cámaras de gas en los campos de concentración nazis sirvieron para desinfectar. En días recientes, y ante la insatisfacción de la opinión pública, el Vaticano ha declarado que no se tenía conocimiento de la posición de Williamson en el momento de las rehabilitaciones, y el Papa ha exigido al obispo lefebvriano que se retracte de sus afirmaciones, a riesgo de no poder ejercer como prelado de la iglesia.

Esta es la segunda crisis que enfrenta Benedicto XVI desde que asumió el papado, y la primera, curiosamente, también tuvo que ver con su resistencia al diálogo interreligioso: en 2007, ante un auditorio en su ciudad natal, Baviera, en Alemania, hizo algunos comentarios inoportunos sobre el Islam, lo que provocó una tensión con la comunidad musulmana que todavía no termina de disiparse.

Y mientras el Vaticano trata de sortear –al parecer sin mucho éxito– la crisis a la que se enfrenta a causa de sus medidas regresivas, en el resto del mundo las criticas y las dudas aumentan. Tanto, que en su natal Alemania, donde su elección hace dos años fue recibida con manifestaciones de júbilo, su popularidad ha descendido estrepitosamente. No hay que olvidar que en ese país, responsable de la tragedia de los judíos en la Segunda Guerra Mundial, negar el Holocausto es delito.

Está bastante claro ya que las decisiones de este papado, antes que hechos aislados, son parte de un nuevo ímpetu tradicionalista. Ello, sumado a que Benedicto XVI no parece acudir al consejo de asesores en temas de especial sensibilidad, permite augurar que la polémica acompañará a Joseph Ratzinger hasta el fin de su pontificado.