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BERLIN ES UNA FIESTA

Los tanques de la perestroika no se detienen: ahora derriban el muro de Berlín.

11 de diciembre de 1989

"¡El muro ha caído, el muro ha caído!", gritaba Erika Schultz, de 36 años, mientras corría, fuera de sí, por una calle de Berlín oriental, en tanto que su hija Ulrika, de 8 años, la miraba con asombro. Lo que hacía que esa mujer perdiera momentáneamente su férreo autocontrol germánico, era lo mismo que movía a miles, millones de alemanes a celebrar un verdadero carnaval de invierno. Champaña, abrazos y bailes callejeros, matizados por una que otra lágrima por los caídos al tratar de atravesar el muro, eran el telón de fondo de una ocasión histórica que podría marcar el comienzo del fin, ahora sí de una vez por todas, del orden político establecido al final de la Segunda Guerra Mundial.
"Tal vez se trate de la noticia más importante de lo que va corrido de 1945 hasta ahora", subrayaba el editorialista de un periódico británico, en un comentario compartido por todos los analistas occidentales. Pero,aparte de las consideraciones geopolíticas, las escenas vividas en Berlín oriental tuvieron una fuerte carga emocional. No solamente celebraban los jóvenes para quienes el muro era una realidad desde que nacieron, sino quienes, como Erika, recordaban en su infancia las lágrimas de su madre, quien de un momento a otro, en la mañana del 13 de agosto de 1961, se vio separada del resto de su familia, que por un azar del destino vivía en el sector ocupado por los aliados occidentales. Como decía a SEMANA un periodista alemán, "resulta difícil para quien no haya vivido el fenómeno de un país dividido o, más aún, de una ciudad dividida, entender lo que el muro significaba para nosotros".

TODO COMENZO...
Los acontecimientos se han desencadenado en la RDA a una velocidad inusitada. Lo primero que había ocurrido en la semana era la renuncia de la "gerontocracia comunista", que es como había llegado a conocerse al gabinete de Erich Honecker, remplazado hace tres semanas por su heredero político Egon Krenz. Para mayor paradoja, el mismo día en que se conmemoraba la entrada victoriosa de los comunistas al poder, los viejos luchadores de la Segunda Guerra Mundial, los otrora héroes antifascistas, caían desplomados de la cúpula gobernante de la Alemania oriental, condenados probablemente a pasar a la historia como los verdaderos villanos que trataron hasta último momento de impedir que el pueblo estealemán ganara su segunda batalla por la libertad.
El pesimismo de la oposición,las constantes manifestaciones multitudinarias en Leipzig y la propia Berlín Este y el incontenible éxodo de compatriotas hacia la República Federal, pero sobre todo el viaje que hizo a Varsovia y a la Unión Soviética, terminaron por convencer a Egon Krenz de que había que tomar medidas, y que había que hacerlo cuanto antes. Sobre todo, se afirma que su reunión con Mijail Gorbachov tuvo un efecto demoledor sobre la actitud "dura" con que había llegado al poder. Tal parece que el líder de la perestroika advirtió a su colega estealemán que "los hechos son tozudos", como dijera en alguna ocasión Lenin.
De esa forma, el mismo Krenz,que se había declarado de acuerdo con la violenta represión con que se aplastó a los estudiantes reformistas de China a mediados del año, regresó a su patria hablando tímidamente de la necesidad de diálogo y apertura. Pero, por lo que parece, los hechos avanzaban más rápido de lo que el mismo Krenz esperaba. No bien se anunció a comienzos de la semana que se volvían a abrir las fronteras (salvo la interalemana) para permitir la salida de los ciudadanos al exterior,la represa que se había formado se convirtió en avalancha.Tan pronto como se conoció la noticia, 30 mil alemanes dijeron "apague y vámonos", acicateados por el temor, expresado en múltiples ocasiones, de que la apertura fuera "flor de un día" y de pronto el impredecible Krenz regresara a los viejos métodos estalinistas.
Pero la salida hacia Alemania occidental tampoco parece ser la panacea de la felicidad para los últimos miles de emigrantes, pues el país receptor ya ha dado síntomas de llegar al límite del número de inmigrantes que su economía es capaz de "digerir" en términos de empleo y de vivienda.Los observadores occidentales coinciden en afirmar que, con cada día que pase, la vida de los emigrantes estealemanes, que llegan por cientos en sus minusculos automóviles "Trabant", será más y más difícil.
El gobierno de Berlín,por su parte, comenzó a tomar en serio las protestas populares con la destitución de la ministra de Educación,Margot Honecker, la esposa del anterior jefe de Estado. Otros cuatro altos funcionarios presentaron su renuncia el fin de semana antepasado, pero las palabras de Krenz, a su llegada de Varsovia, resultaron desalentadoras cuando apenas se limitó a decir: "Creo que todos los países socialistas deben aprender unos de otros". Este hecho dio origen a que algunos miembros del Partido Comunista comenzaran, motu proprio, a buscar contactos con los líderes de la oposición.
Para muchos el problema radicaba en que mientras Krenz pretendiera resolver la crisis sin renunciar al monopolio del poder por parte del Partido Comunista, estaba aplazando peligrosa mente la necesidad de solucionarla. Porque el pueblo germanooriental, a juzgar por las consignas de las recientes manifestaciones en donde se gritaba "¡queremos vivir sin el SED!", tenía claro que lo único que podía evitar una hecatombe era la convocatoria a unas elecciones libres que sirvieran de transición hacia un sistema democrático.

EL GRAN PASO
Por eso las promesas de diálogo, de apertura de fronteras y la renuncia de la gerontocracia comunista parecen haber llegado demasiado tarde. Probablemente esto es lo que hizo que la totalidad del Politburó, reunido al día siguiente de la caída en pleno de los ministros, haya resuelto asumir una posición audaz que podría costarle a más de uno su propia cabeza. En un acto histórico, anunció la apertura inmediata de la frontera con Alemania occidental, lo que en otros términos significa que muy pronto desaparecerá el muro. Además, se ha dicho que se avanzará hacia un auténtico estado de derecho. Y como si fuera poco, para que no quedara duda de que el Politburó ha tomado las cosas en serio, se dijo que la RDA entrará en la onda de la perestroika.
Las cosas se están poniendo de tal color en la RDA, que ha empezado un proceso autocrítico que puede llegar a arrasar hasta con el propio Egon Krenz. El encargado de anunciar los cambios a la prensa,Gunter Schabonski, admitió que "el Partido Comunista de la RDA había pervertido el principio fundamental: la democracia interna".Y fue aún más allá:afirmó que "los implicados en los errores del pasado serán.iuzgados e, inclusive, de ser hallados culpables, serán castigados sin consideraciones".

YO NO FUI
Tal vez por esta razón también están apareciendo a última hora personas que hace tan sólo tres semanas,antes de que se iniciara la era Krenz, se caracterizaban por sus posiciones represivas y hoy están hablando de "ser favorables a la reestructuración y a las reformas", como lo hizo la semana pasa da Rudi Wittig, viceministro de Seguridad y cabeza visible de la temida "Stassi", la policía secreta de Alemania Democrática. O como el jefe comunista de Berlín, que ha afirmado ahora: "El Estado no puede hacer óídos sordos a estas grandes manifestaciones ni a las voces disidentes del partido".
Esas declaraciones hubieran sorprendido al mundo entero hace unos cuantos meses,pero hoy reflejan la ansiedad de muchos dirigentes comunistas este alemanes que tratan desesperadamente de evitar que el tren de la historia los deje atrás. El drama de esos viejos comunistas quedó evidenciado al final de la semana pasada, cuando el diario Bild, de Bonn, reveló el suicidio de dos funcionarios allegados a Honecker:Helmut Mieth, jefe del partido en la ciudad de Paitzen, en el sureste del país, se suicidó tres días después de una manifestación en su contra. Gerhard Uhe, jefe de Terlebergh, no resistió la presión sicológica de las últimas semanas y también se autoeliminó.
Se trata de un drama que afecta a viejos combatientes del antifascismo de la primera mitad del siglo como Erich Mielke, Alfred Neumann y Herman Axen, quienes de gloriosos combatientes de la guerra civil española -en las Brigadas Internacionales- y en la Segunda Guerra Mundial, pasaron a ser tratados de "cerdos fascistas", como los llamó públicamente el cantante y poeta disidente Wolf Biermann, luego de que se le impidiera llegar hasta la manifestación del 2 de noviembre,en la que medio millón de personas gritaba "¡Elecciones libres!" y "¡Abajo el monopolio del comunismo!".

¿QUE?
Tarde o no, lo cierto es que el gobierno de Egon Krenz pasará a la historia como el que terminó con "el muro de la ignominia", en una medida destinada, tal vez a regañadientes, a poner a Alemania oriental a tono con los aires de renovación que atraviesan a Europa de] Este.
Las consecuencias de este suceso histórico seguramente serán de gran importancia. Una y otra vez los observadores occidentales han senalado que lo único que justifica la división de Alemania es la existencia de un Estado comunista a un lado y de uno capitalista al otro. Pero al decretarse la intención de buscar una democracia pluralista y un estado de derecho en Alemania oriental, todas esas premisas podrían desaparecer. Como por otra parte parece evidente la voluntad alemana de reunificación, esta podria ser la prueba de fuego tanto tiempo esperada para las politicas de apertura preconizadas desde el Kremlin. Todo indica que ahora sí se sabrán los extremos a los que está dispuesto a llegar Gorbachov en la liberalización del antiguo feudo soviético de Europa oriental, aunque desde ya se sabe que Guennady Guerasimov, su vocero oficial, ha declarado a los periodistas extranjeros que las fronteras de Europa son inmodificables.Hoy muchos en las cúpulas políticas de esos países se preguntan, como lo hizo Lenin a comienzos del siglo:" ¿ Qué hacer?".

FUNERALES CON MUSICA
Todo el mundo anda muy contento con la noticia de que el marxismo ha muerto. Y se citan ejemplos, testimonios de gente que lo ha visto morir. Hay fotos. En Alemania oriental,las muchedumbres saltan el muro en busca de los supermercados de Occidente. En Hungría el Partido Comunista se rebautiza Partido Socialista. En China siguen matando, bueno, si: pero se abren cada día más restaurantes privados de cocina cantonesa.Las multinacionales invierten en Polonia. La Unión Soviética, pesada como un buque, vira hacia el liberalismo de mercado. Los mismísimos cubanos de Fidel, tan ortodoxos en sus cosas, no vacilan en narcotraficar para conseguir divisas.
Eso es así, sin duda, pero por que ha ocurrido exactamente lo contrario: ha triunfado el marxismo. Este propone, en efecto, que la historia se mueve solamente por fuerzas económicas. Lo demás -las ideas, las pasiones políticas, el arte, las instituciones y las leyes, el vértigo religioso- es mera superestructura. Y es esa tesis central la que queda corroborada por los ejemplos citados más arriba: la economía es lo único que importa. Lo que ha muerto es la intuición de Marx y de los marxistas según la cual una vez descubierto que el motor de la historia es la economía, ese motor se apagaría en el acto; y de ahí en adelante la historia empezaría a moverse precisamente por aquellos motivos por los cuales, según Marx, no se había movido nunca. Pero esa intuición no sólo no es marxista, sino que es rigurosamente antimarxista.
Bueno (se aceptara a regañadientes): tal vez no sea el marxismo lo que ha muerto, sino el socialismo. No las tesis de Marx, si no sus consecuencias prácticas. El socialismo real (y desde un punto de vista materialista histórico no puede haber otro) hiede, y hay que enterrarlo. (Aunque, insisto, eso confirma que Marx tenía razón, puesto que el socialismo real no está basado en la economía, sino en la ideología: en la superestructura).
Pero no hay razón para alegrar se de la muerte del socialismo, ni para celebrar con música sus funerales. Al revés: todos deberíamos estar muy tristes. Porque el socialismo era la esperanza de una vida mejor, en tanto que el capitalismo que hoy lo entierra es la confirmación de que la vida que hay es la única posible y,la verdad, no es como para ponerse a dar saltos de alegría.
El capitalismo encierra toda suerte de delicias, claro está. Pero no vienen del sistema. También ofrecía delicias el feudalismo, por ejemplo, y no digamos ya el despotismo oriental. Ese misterioso "modo de producción asiático" que Marx no supo nunca explicar a derechas pero que -lo sabemos- culminaba en mil y una noches de placeres con Scherezade y su adolescente hermana Dinarzada, entre perfumes delicados y almohadas de pluma, con unas tañedoras de rabel en el fondo, tras un velo translúcido, recitando versos.¿Se lo pasa mejor, por ejemplo, la señora Thatcher, campeona del capitalismo, que Harún al Raschid? Sinceramente, no lo creo.
Pero en fin:también en el capitalismo hay gente que se lo pasa bien, no cabe duda. Lo que sucede es que el capitalismo no garantiza el pasárselo bien, como parecen creer esos alemanes orientales que saltan a Occidente. En cambio el socialismo sí lo garantizaba; o al menos lo prometía. Ah, ese "estadio superior del socialismo" con su "a cada cual según sus necesidades", que sonaba como para relamerse los labios. Ahora resulta que tampoco era cierto, claro.Pero el horror del socialismo real no convierte en virtudes las lacras del capitalismo real.
Queda, eso sí, la otra vida.Muy largo me lo fiáis, como decía don Juan Tenorio.