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Bienvenidos a Gatolandia

En la isla de Aoshima hay seis veces más gatos que personas. Sus habitantes los adoran, pero temen la llegada de turistas.

7 de marzo de 2015

En japonés Aoshima quiere decir 'la isla azul'. Sin embargo, lo primero que ven los viajeros que descienden del ferri que la conecta con la ciudad de Ozu, al sur de Japón, es el pelaje amarillo de los 120 gatos que viven en la localidad.

Por eso también se la conoce como Kyattoshima, es decir 'la isla de los gatos'.

Sus primeros ancestros llegaron hace unas décadas para controlar la peste de roedores que se había apoderado del lugar. Según el testimonio de sus habitantes, los ratones amenazaron la supervivencia económica de la localidad, pues estaban ahuyentando a los barcos pesqueros que se reaprovisionaban en su puerto.

Hoy, los felinos se pasean con libertad por los muelles, los techos de las casas y cuanto recoveco hay en esa isla alargada. Y aunque se trata de animales salvajes, la ausencia de depredadores les da un aire tranquilo, casi vagabundo.

De hecho, la única otra especie que habita el lugar son los humanos, que son en su mayoría pensionados. A diferencia de otros coterráneos, los actuales aoshimenses no emigraron hacia los centros urbanos nipones tras la Segunda Guerra Mundial, cuando la isla llegó a sumar 900 habitantes.

Sin restaurantes, ni carros, ni tiendas, Aoshima no es exactamente un destino turístico. Sin embargo, los felinos que pueblan sus calles han atraído a centenares de visitantes, que efectúan un viaje de un día hasta su puerta.

"Aquí hay una montón de gatos. Y está también esa especie de 'bruja de los gatos' que los alimenta," le dijo a Reuters Makiko Yamasaki, una turista de 27 años. "¡Por eso me gustaría regresar!".

Hoy, los felinos tienen resueltos sus problemas de alimentación. Pese a que hace años los roedores desaparecieron, los gatos de Aoshima sobreviven con las bolas de arroz, las barras energéticas, las colas de pescado y las papas que los pensionados y los turistas les regalan.

Sin embargo, no todos están contentos con la gatomanía. "Si la gente que viene a la isla quiere curar a los animales, no hay problema" dice Hidenori Kamimoto, un expescador de 65 años. "Pero me gustaría que su presencia no se convierta en una carga para los que vivimos acá".