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Por información que conduzca a la captura de Abubakar Shekau, el líder de Boko Haram, el gobierno de Estados Unidos ha ofrecido hasta 7 millones de dólares. El secuestro de cientos de niñas desencadenó la indignación de personalidades de la lucha de género, como la paquistaní Malala Yousafzai.

NIGERIA

“Voy a vender a sus hijas”: Boko Haram

El secuestro de centenares de niñas y las multitudinarias masacres perpetradas por los islamistas de Boko Haram sumen a Nigeria en el horror y escandalizan al mundo entero.

10 de mayo de 2014

Solo porque saqué a unas niñitas de su educación occidental todo el mundo se ha alborotado”, grita entre risas cínicas un hombre de traje camuflado, con un fusil Kalashnikov terciado y un vehículo de combate al fondo. En su mano izquierda sostiene unos papeles a los que de vez en cuando echa un vistazo. Mueve la derecha frenéticamente, señalando a la cámara con un gesto entre despectivo y desafiante, arreglándose una y otra vez el gorro que lleva en la cabeza o frotando los bolsillos de su pantalón. A su lado hay dos hombres con el rostro cubierto, que también exhiben rifles de asalto. Luego continúa su sermón sarcástico diciendo: “Yo secuestré a sus hijas y, por Alá, las voy a vender”.

Curiosamente el robo de las niñas, ocurrido el 14 de abril, solo acaparó las primeras planas desde que la agencia AP publicó ese escalofriante video, que escandalizó al mundo entero. El hombre que habla con actitud abiertamente desafiante es el líder de la organización islamista Boko Haram , Abubakar Shekau, y se refiere a las víctimas del secuestro múltiple perpetrado en un internado católico de la localidad de Chibok, en el remoto estado nororiental de Borno. Los rebeldes se llevaron a 339 niñas y jóvenes, de las cuales solo 53 lograron escapar al saltar de los camiones en los que las transportaban.

El episodio logró por fin abrir los ojos de la comunidad internacional a la sangrienta campaña de terror que esta organización viene adelantando en África central, caracterizada por decenas de atentados terroristas en mercados y edificios de gobierno, con saldos de centenares de víctimas mortales. El pasado martes, un día después de publicado el video, el grupo perpetró otra matanza, también en el estado de Borno, en la que murieron 310 personas. Como los enfrentamientos con este grupo han dejado más de 3.000 víctimas fatales desde 2009 (cuando se lanzó la ofensiva contra Boko Haram), el mundo se ha tomado al pie de la letra la amenaza de vender como esclavas a las pequeñas secuestradas.

Tanto el video como la magnitud del secuestro desencadenaron manifestaciones y una gran movilización en las redes sociales, a la que se han sumado los principales líderes mundiales, encabezado por el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, y los presidentes o primeros ministros de Estados Unidos, China, Francia, Reino Unido y Canadá, que además han ofrecido tropas y drones para encontrar a las jóvenes. A ellos se han unido líderes civiles como la joven paquistaní Malala Yousafzai, herida por extremistas islámicos por reclamar su derecho a la educación en Pakistán en 2012. “Si nos mantenemos en silencio, entonces esto se extenderá y acabará pasando más y más veces”, dijo en Birmingham el pasado miércoles. La mayor autoridad del islam suní, el gran jeque de Al-Azhar, dijo en un comunicado que hacerles daño a esas niñas “era totalmente contrario a las enseñanzas del islam y sus principios de tolerancia”. Como le dijo a SEMANA Chinyere G. Okafor, profesora de Estudios de la Mujer y Religión de la Universidad Estatal de Wichita, “este no es un problema solo de Nigeria, es una cuestión global y el mundo debería afrontarlo con el fervor que ha demostrado en otros graves abusos de derechos humanos y de ataques terroristas”.

La indignación mundial por el secuestro contrasta con la actitud del presidente Goodluck Jonathan y otras autoridades de Nigeria. Para el nobel de literatura de su país, Wole Soyinka, conocido como ‘la consciencia de su país’, el gobierno “está en una negación mental”, según le dijo a la periodista Christiane Amanpour el martes pasado. Para comenzar, cuatro días después del secuestro, el general Chris Olukolade, portavoz del Ejército nigeriano, informó sin ningún fundamento que la mayoría de “las 129 niñas habían sido rescatadas”. El domingo pasado, Jonathan habló por primera vez sobre el rapto en una rueda de prensa en la capital Abuya, donde señaló que una de las razones por las que su administración no tenía idea del paradero de las secuestradas era porque los padres “no han sido capaces de darle a la Policía una clara descripción de la identidad de las jóvenes”. Su esposa, Patience Jonathan –quien además de ser primera dama es una protagonista de la política de su país– acusó incluso a los manifestantes de inventar los secuestros para desprestigiar al gobierno.

Corrompe y reinarás


Con 173 millones de habitantes distribuidos en una superficie equivalente a la de Venezuela y situada en una ubicación estratégica en el golfo de Bengala, Nigeria es el país más poblado de África y el séptimo en el mundo. Para mantener toda esa gente tiene la mayor producción agrícola del continente y, desde los años setenta, es miembro de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (Opep), pues produce cerca del 3 por ciento del crudo mundial. A principios de abril pasó a Sudáfrica como la primera economía africana.

Pero el país enfrenta una fuerte división entre el sur, de mayoría cristiana, y el norte, predominantemente musulmán, en un fenómeno que tiene además dimensiones socioeconómicas. El PIB del sureño estado de Rivers, en la desembocadura del Níger, es cuatro veces el de Borno, donde Boko Haram tiene su centro de operaciones, lo cual tiene consecuencias directas en los indicadores sociales: mientras que en la zona sur el 27 por ciento de la población es pobre, al norte lo es el 72 por ciento, un abismo que también reflejan los índices de salud y alfabetización. En cuanto a la organización legal, desde los años 2000 en el norte se aplica oficialmente la sharia, la versión más estricta de la ley islámica, que rige en países como Afganistán, Arabia Saudita o Sudán.

Una de las razones de tan marcada diferencia es que la zona petrolífera del país se encuentra en el delta del Níger, al suroriente, lo cual ha convertido a las elites locales en dependientes absolutas del crudo. En efecto, Nigeria es uno de los países más corruptos y desiguales del mundo. Pese a que el centro financiero de Lagos parece un pequeño Manhattan el país se ubica en la posición 144 (entre 177) del Índice de Transparencia Internacional, por debajo de Centroáfrica o Rusia. Del mismo modo, pese a tener recursos naturales y minerales con los que muchos soñarían, su Índice de Desarrollo Humano es uno de los más bajos del mundo. Todo lo cual es un caldo de cultivo perfecto para el surgimiento de movimientos tan extremistas como el fatídico Boko Haram, hoy por hoy tal vez el más odiado del mundo.

Boko Haram o el odio a occidente


Boko Haram significa ‘La educación Occidental es pecado’. Es una milicia fundada en 2002 por el clérigo musulmán Mohamed Yusuf, que busca imponer la sharia o ley islámica en los 36 estados de Nigeria, aunque también opera en Níger, Camerún y Chad. En un principio funcionó como una secta que solo contaba con una mezquita y una escuela islámica. Pero su verdadera intención era reclutar jóvenes para la guerra santa. En 2009 comenzó a realizar acciones terroristas, lo que desencadenó una severa reacción gubernamental, que condujo a la detención y asesinato tanto de Yusuf como de varios cientos de sus militantes, según denuncias de Amnistía Internacional. A partir de entonces asumió el liderato Abubakar Shekau, el hombre que en el video amenaza con “vender como esclavas” a las jóvenes secuestradas en abril, cuya muerte se ha anunciado en varias ocasiones y de quien se presume que cuenta con por lo menos un doble. Según cifras de Human Rights Watch, en sus cinco años de liderazgo las acciones de su facción han matado a más de 3.000 personas y han desplazado a decenas de miles. Entre sus acciones se encuentra un atentado en 2011 contra la sede de la ONU en Abuya, la capital administrativa de Nigeria, varios asesinatos de políticos o miembros de las Fuerzas de Seguridad disparando desde motos y el secuestro de europeos.