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Policías civiles detienen a presuntos saqueadores en la ciudad de Recife. | Foto: AP

PROTESTAS

Brasil: fuera de lugar

A menos de un mes del comienzo del Mundial, una huelga policial sumió a Recife en el caos, las protestas se extienden y las obras están incompletas . La Fifa ya encendió las alarmas ante los peligros que enfrenta el máximo evento deportivo.

17 de mayo de 2014

Ya está lista la canción oficial, se sabe cuáles son los jugadores convocados y se conoce el precio de la boletería. Algunos coleccionistas han incluso llenado su álbum Panini. Casi todo está preparado para la mayor fiesta futbolística del planeta, cuya inauguración será el próximo 12 de junio. Solo falta un detalle: Brasil.

A finales de la semana pasada, los oscuros nubarrones que planeaban sobre el certamen  se concretaron con multitudinarias protestas en 50 ciudades, con picos de violencia en Recife, donde una huelga de la Policía Militar favoreció los desmanes y los saqueos, que han dejado un saldo de 11 muertos, 234 detenidos y un “clima de temor y tensión”, según el diario O Globo, que obligó a desplegar al Ejército para garantizar la seguridad. En São Paulo, las protestas reunieron a miles de manifestantes y terminaron en enfrentamientos que dejaron 54 detenidos.

Y es que el apoyo al Mundial se ha desplomado a medida que pasan los meses. Una encuesta de la consultora Datafolha revela que menos del 50 por ciento de los brasileños apoya el Mundial, lo que contrasta con el 80 por ciento que lo hacía en 2007, cuando se anunció que el país iba a organizarlo.

La frase “Não vai ter Copa” (No vamos a tener Copa) se ha convertido en un estribillo que si bien no se cumplirá, sí es un fuerte indicio de que esta “Copa de Copas” –como la han llamado los organizadores– tiene el Cristo de espaldas. Los 300.000 desplazados que han dejado las obras y la ya consabida brutalidad homicida de la Policía no han hecho más que echarle gasolina al fuego.

Para muchos brasileños, la organización de la Copa de Confederaciones, del Mundial y de los Juegos Olímpicos en un lapso de tres años no ha sido la gran oportunidad nacional que los políticos y los empresarios han visto. Más bien al contrario. Desde junio del año pasado –cuando decenas de miles de personas protestaron por la subida en los precios del transporte, la corrupción y el descomunal presupuesto consagrado a esos certámenes– la oposición al Mundial no ha hecho más que crecer y las manifestaciones se han multiplicado. 

Aunque según datos del Banco Mundial la pobreza bajó en el gigante suramericano en más de un 10 por ciento entre 2007 y 2012 y la tasa de desempleo no ha hecho más que disminuir desde 2005 para ubicarse hoy por debajo del 7 por ciento (la de Colombia ronda el 10 por ciento), los brasileños sienten que ‘el país del futuro’ solo ha beneficiado a unos pocos. Y las estadísticas les dan la razón, pues según la Cepal, el suyo es después de Honduras el segundo país más desigual de América. En ese contexto, los sobrecostos de hasta el 300 por ciento en las obras que no se han terminado han enfriado la fiebre futbolística y encendido los ánimos de las reivindicaciones sociales.

Según una investigación publicada el pasado martes por el diario paulista Folha, muchas de las obras proyectadas para el Mundial presentan atrasos alarmantes. De las 167 construcciones planeadas en una matriz constituida en 2010, solo 68 están listas. De las restantes, 60 están incompletas, 28 estarán terminadas para después del Mundial y 11 fueron sencillamente abandonadas. Los atrasos más importantes, que tienen con los pelos de punta a los funcionarios de la Fifa, son los estadios sin terminar de São Paulo, Cuiabá (donde Colombia jugará contra Japón) y Curitiba, cuyo estatus de sede llegó incluso a ser puesto en duda en febrero por el secretario general de la Fifa, Jérôme Valcke, quien dijo que organizar este evento ha sido “un infierno”. 

Para algunos especialistas, la incertidumbre actual ha sido sobredimensionada y es comparable con la que precedió eventos similares, como los Juegos Olímpicos de 2012 o el Mundial de 2010, y es previsible que la crisis actual se desvanezca cuando comiencen los partidos. Para otros, sin embargo, este tipo de megaeventos revela una creciente brecha entre los dirigentes y los gobernados, que parecen estar hablando idiomas distintos. Según le dijo a SEMANA David Roberts, profesor de la Universidad de Toronto y autor de un estudio sobre los efectos del Mundial en Sudáfrica, “ser sede de esos certámenes masivos contribuye muy poco a aliviar las desigualdades sociales y económicas, y en la mayoría de los casos exacerba los problemas ya existentes”. Algo de lo que pueden dar fe los habitantes de algunas favelas, que han recibido notas de expulsión de sus casas con los logos del Mundial.