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Dilma Rousseff Alexis Tsipras | Foto: Reuters

PARALELO

Brasil y Grecia: la cura peor que la enfermedad

Las profundas crisis que atraviesan las economías de ambos países tienen a sus gobernantes contra las cuerdas. Sin embargo, la caída de sus dirigentes podría ser peor.

22 de agosto de 2015

De lado y lado del Atlán- tico, Grecia y Brasil han acaparado los titulares de prensa de los últimos meses. Pese a las profundas diferencias de sus crisis, estos dos países tradicionalmente asociados con la alegría, la playa y el sol han mostrado una cara mucho más triste. Y, durante las últimas semanas, su drama ha emparejado a la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, y al primer ministro griego, Alexis Tsipras. De hecho, la situación de ambos parece confirmar el mantra de los pesimistas, según el cual toda situación por mala que sea es susceptible de empeorar.

El domingo, los manifestantes brasileños regresaron a las calles por tercera vez en lo que va del año. En una jornada pacífica, casi 1 millón de personas se volcaron a las plazas y avenidas de más de 250 ciudades para exigir el fin de la corrupción y la salida de Rousseff. A su vez, a finales de la semana pasada las oficinas de Odebrecht en Recife fueron allanadas por sospechas de corrupción en las obras de los estadios mundialistas. Esto agudizó la crisis de esa constructora, la principal del país, cuyos directivos han sido además detenidos a raíz del escándalo del petrolão, que se ha cobrado el 56 por ciento del valor bursátil de la petrolera estatal Petrobras.

Por el lado de los resultados económicos las noticias también fueron malas, pues el Banco Central de Brasil anunció el miércoles que el país había entrado en recesión técnica, tras dos semestres de resultados negativos. Consecuentemente, Moody’s revisó a la baja la nota de deuda nacional, y la dejó muy cerca del nivel basura. Dentro de sus argumentos para adoptar esa decisión, la agencia de calificación financiera citó una inflación interanual de casi el 10 por ciento y unos tipos de interés del 14,25 por ciento, su nivel más alto desde 2006.

A orillas del Mediterráneo, Tsipras ha vivido a su vez un verano extenuante. Por un lado, a las dificultades sociales que está atravesando el país se ha sumado la llegada masiva de inmigrantes provenientes de las costas de Libia, que huyen de las guerras de Oriente Medio y África. En particular, el arribo en pocos días de más de 21.000 personas a la diminuta isla de Kos ha significado un desafío humanitario y logístico de marca mayor para una economía de rodillas, como la griega, que también ha visto frustradas sus expectativas de mejorar las finanzas nacionales con las entradas provenientes del turismo.

Y como los problemas nunca vienen solos, la crisis económica y social que azota a su país desde 2009 se trasladó a Syriza, el partido de izquierda que Tsipras lidera y que este año llegó al poder con la promesa de acabar con la austeridad. De hecho, tras convocar un referendo a principios de julio para preguntarle a la ciudadanía si quería o no aceptar un tercer rescate, el propio Tsipras ignoró el contundente resultado de la consulta a favor del ‘No’, incumplió sus promesas electorales y aceptó un acuerdo aún más severo.

En efecto, el viernes de la semana pasada, Tsipras tuvo que afrontar la oposición de casi un tercio de los parlamentarios de su partido, que no respaldaron su iniciativa e insistieron en que el país salga del euro. Tras un álgido debate que se extendió hasta la madrugada, el rescate por 86.000 millones de dólares solo pasó gracias a los votos de la oposición. No aceptar el rescate, dijo, “sería cometer suicidio”.

Sin embargo, ante la falta de apoyo de su partido y la posibilidad de no lograr un voto de confianza en el Parlamento, el propio Tsipras convocó el jueves elecciones anticipadas para el 20 de septiembre y presentó su renuncia en un discurso televisado. Hasta entonces, la Presidencia del país está en la obligación de formar un gobierno, que será de transición debido a que los otros partidos con escaños en el Consejo de los Helenos tampoco cuentan con el apoyo necesario para gobernar.

Polémicos pero necesarios

Las crisis de Grecia y de Brasil se han centrado en las cabezas de sus dos líderes, que ya revelan en sus rostros el estrés extremo al que han estado sometidos. En particular, las huellas de la crisis han dejado a Rousseff con una popularidad inferior al 8 por ciento, y ¡Fora Dilma! (Fuera Dilma, en portugués) se ha convertido en una de las frases más repetidas en los últimos tiempos en Brasil. En efecto, muchos exigen su salida mediante un impeachment (o sea un juicio político), como el que marcó el fin del gobierno de Fernando Collor de Mello en 1992.

Sin embargo, se trata de un proceso complejo, que podría ser contraproducente. Por un lado, como le dijo a esta revista Paulo Sotero, director del Brazil Institute del Wilson Center, “en una democracia no se puede realizar un ‘impeachment’ con base en encuestas de opinión. Para que la presidenta pueda ser juzgada, es necesario que haya cometido un delito y que se le formulen cargos. Además, se trataría del segundo presidente juzgado en apenas 25 años de democracia, lo que supondría un duro golpe contra las instituciones del país”. Por el otro, las alternativas a Rousseff son peores, pues varios de los políticos que podrían reemplazarla sí están siendo investigados por el petrolão.

Para los griegos, Tsipras no infunde el repudio que se ha creado en torno a Rousseff, pues a pesar de sus reveses ha logrado consolidar la idea de que supo hacer frente a los “ataques” foráneos. De hecho, una encuesta publicada a mediados de julio por Metron Analysis (la última sobre intención de voto) mostró que Tsipras tiene la mayor popularidad entre los políticos de su país, pues el 61 por ciento del electorado apoya su gestión, y Syriza es de lejos el partido más popular entre el electorado griego. Y tal y como están las encuestas, es probable que Tsipras siga en su puesto. Como le dijo a SEMANA Elias Dinas, profesor de Política Comparada de la Universidad de Oxford, “sus intenciones son claras: convocó elecciones para limpiar su partido con listas renovadas, excluyendo la oposición interna y refrescando su mandato, basándolo en un nuevo acuerdo popular, que legitime y garantice la continuidad de su apoyo”.

Y aunque el propio Tsipras habló de la “obligación moral de permitirle a la gente juzgar tanto mis aciertos como mis errores”, lo cierto es que este político sabe que no hay una alternativa viable diferente de él, pues a los ojos de los votantes los líderes de los otros partidos son responsables del sistema que llevó a la crisis. “De hecho, el único oponente es Nueva Democracia, que podría reunir a toda la derecha liberal y popular de los sectores sociales favorables a la Unión Europea (UE). Pero es claro que ese partido está profundamente marcado por la derrota en el referendo, se encuentra en un proceso de transición y, por lo menos en el corto plazo, carece de un contrincante que pueda competir con Tsipras”, dijo Dinas.

A pesar de las diferencias de cada una de esas crisis, Brasil y Grecia tienen un fantasma común, que es el de las dictaduras que durante la segunda mitad del siglo XX dominaron su política. Sin embargo, si en algo coinciden todos los especialistas consultados por esta revista es en excluir la posibilidad de un golpe de Estado. Por un lado, los gobiernos del PT en Brasil han respetado escrupulosamente el trabajo de la Justicia, y hasta la fecha no ha habido denuncias de injerencia. Por el otro, como dijo Dinas, “si bien la UE no construyó en Grecia ni autopistas ni puentes, sí desarrolló las instituciones que hoy están ayudando a la democracia a consolidarse en una medida sin precedentes”.