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El congreso tiene un plazo máximo de 180 días para resolver si destituye a Dilma. Mientras tanto ella estará separada del cargo. | Foto: A.F.P.

BRASIL

La crisis que dejó la caída de Dilma

Al suspender a la presidenta, el cuestionado Congreso brasileño lanzó al país a un periodo de incertidumbre política. El siguiente paso podría ser la destitución del encargado, Michel Temer.

14 de mayo de 2016

Vestida de blanco, Dilma Rousseff abandonó el Palacio de Planalto en Brasilia con la dignidad de quien sale a dar batalla, y no con la vergüenza de una derrotada. Lo hizo tras la votación del Senado que dio comienzo a un juicio político en su contra y la separó durante 180 días del cargo.

La primera mujer presidenta en la historia del gigante latinoamericano denunció “un ‘impeachment’ fraudulento, un verdadero golpe”, comparó el dolor de la injusticia con el dolor de la tortura que sufrió durante la dictadura militar en los años sesenta, y prometió resistir y defenderse. “No cometí ningún crimen, no tengo cuentas en el exterior, no participé de la corrupción; este proceso es frágil y cursa contra una persona inocente, es el peor crimen que puede ser cometido contra una persona: condenar a un inocente, una injusticia y un mal irreparable”, declaró.

Con la separación de Dilma, culminó el primer y dramático acto de la gravísima crisis política brasileña, y se inició un segundo acto que promete mantener al espectador agarrado de su silla. Un nuevo capítulo que comienza con la posesión del vicepresidente Michel Temer, en un proceso plagado de irregularidades y escándalos que envuelven a toda la elite política brasileña, y que abre grandes interrogantes sobre la gobernabilidad de la octava economía mundial, la misma que se dispone a albergar los juegos olímpicos en agosto.

Escándalo

La contundente votación del Senado a favor del juicio político y la separación de Dilma, por 55 votos contra 22, anuncia el resultado más probable del juicio que se desarrollará en los próximos seis meses. En efecto, los votos superaron el umbral de los dos tercios necesarios para la destitución definitiva de la presidenta.

Lo irónico es que, en medio del mayor escándalo de corrupción de la historia de Brasil, la mandataria no ha sido salpicada por ninguna de las denuncias que manchan a la mayoría de la clase política, sino por un “crimen de responsabilidad”, consistente en transferir fondos de bancos públicos para cubrir programas de gobierno, lo que viola una ley de responsabilidad fiscal. Sin embargo, esa era una práctica hasta ahora habitual en todos los gobiernos brasileños.

Tan poco claros son los motivos para destituirla, en la votación de la Cámara de Diputados del 17 de abril se aprobó el inicio del juicio político por 367 votos a favor y 137 en contra, que casi ninguno de los congresistas se refirió a los cargos contra Rousseff. La mayoría fundamentó sus votos en Dios, sus padres o sus hijos. En el colmo de la desvergüenza, Jair Bolsnaro, un exsoldado, dedicó su voto al oficial que torturó a Dilma cuando ella estuvo presa durante la dictadura militar a finales de los años sesenta y comienzos de los setenta.

Las dudas sobre el proceso de juicio político aumentan, si se tiene en cuenta que para muchos, incluido el editorialista de The New York Times, los congresistas promovieron el impeachment porque Dilma respaldó la investigación por el escándalo de los contratos de Petrobras con las constructoras y los sobornos recibidos por una gran cantidad de parlamentarios. De 503 diputados, 313 tienen procesos o condenas, entre ellos, 37 de los 65 miembros de la comisión de diputados que decidió el juicio político, así como 49 senadores sobre 81. El principal promotor del juicio, Eduardo Cunha, presidente de la Cámara Baja y dirigente del PMDB, fue separado de su cargo después de la votación, el 6 de mayo, acusado de tener cuentas no declaradas en Suiza con millones de dólares. Tan irregular fue el proceso, que su reemplazo, Waldir Maranhao, también acusado dentro de la investigación del Lava Jato, anuló la votación el 9 de mayo, para desanularla pocas horas después, agregando una escena más a esta comedia de enredos.

“Ya que la Cámara fue transformada en un circo, los nobles diputados deberían votar al payaso Tiririca como presidente, pues es el único profesional del ramo y por lo menos sabe cómo hacer reír”, escribió un lector al diario Folha de São Paulo, refiriéndose a un famoso payaso brasileño.

La democracia brasileña, nacida en las potentes movilizaciones de los años ochenta tras 21 años de gobiernos militares, está a prueba una vez más. Y las opiniones encontradas abundan.

El diario O Globo, uno de los principales impulsores del juicio político, dijo que era “innecesaria” la preocupación de otros países suramericanos por la democracia brasileña, porque el juicio contra Rousseff era “ejemplar”. Lo mismo opinó el conocido analista brasileño Murillo de Aragao, al ser consultado por SEMANA: “El proceso tuvo el amplio respaldo de la Corte Constitucional (cuyos miembros fueron elegidos por Lula y Dilma), del Congreso y de la sociedad. La Constitución brasileña fue respetada en todos los momentos. Es una tontería considerar que fue un golpe”.

Sin embargo, Luis Almagro, el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), anunció que acudirá a la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). “La legalidad de las causas es un tema fundamental para entender las razones jurídicas del ‘impeachment’, que tiene que tener razones jurídicas, aunque sea un juicio político”, señaló, agregando el alto porcentaje de diputados que enfrentan procesos judiciales. En el mismo sentido, la senadora Gleisi Hoffman, del PT, afirmó que “el ‘impeachment’ es un juicio político, pero debe tener una base jurídica y constitucional. Si no hay una presunción jurídica, no se sustenta”.

La cuestión es hasta qué punto un presidente electo democráticamente, en el caso de Dilma con 54 millones de votos, puede ser enjuiciado y destituido por decisiones administrativas que, si bien pueden ser equivocadas o incluso ilegales, no constituyen crímenes. Como dijo el excanciller Celso Amorim, es posible usar “medios constitucionales para un fin anticonstitucional”.

El ocaso del PT

La salida de Dilma del gobierno parece ser el fin del ciclo del Partido de los Trabajadores (PT), que comenzó hace 13 años. Por primera vez en la historia un obrero metalúrgico, Luiz Inácio Lula da Silva, llegaba al poder, lo que despertó un enorme entusiasmo entre amplios sectores populares de Brasil y del continente. El PT venció en cuatro elecciones presidenciales consecutivas, con Lula y Dilma, que derrotaron al tradicional Partido Socialdemocrático Brasileño (PSDB) de José Serra, Aécio Neves y Fernando Henrique Cardoso.

En diez años, el PT logró sacar a 40 millones de brasileños de la pobreza, gracias al ciclo expansivo de la economía brasileña durante la primera década del siglo XXI. Pero el partido de Lula no pudo evitar la enfermedad del poder, la corrupción. Primero lo sacudieron los escándalos del Mensalão, en el primer gobierno de Lula en 2005, y diez años después el Petrolão, que le estalló como una granada en la cara a Dilma Rousseff apenas ganó la reelección. Por el primero, el PT sobornó a diputados opositores para que aprobaran sus políticas, y por el segundo, la contratación de Petrobras se convirtió en una feria de corruptela.

Además, la economía mundial dejó de tener el viento a favor y el país entró en recesión, lo cual frenó el ascenso social y generó el descontento de los más desfavorecidos y de las clases medias de las ciudades. Como consecuencia, “Brasil está hace seis años en una situación de estancamiento estructural, y desde hace tres experimenta una recesión profunda: en 2015 se contrajo 3,8 por ciento, y la tasa de crecimiento potencial a largo plazo ha caído a menos de 2 por ciento anual. Es una crisis orgánica, económica, política y fiscal. Este es el problema de fondo”, dijo a SEMANA el analista internacional argentino Jorge Castro.

A eso hay que sumar la crisis política. “El Congreso elegido en 2014 tuvo un gran peso de diputados conservadores, respaldados por el agronegocio, y de la Iglesia Evangelista, mientras se redujo la bancada del PT, en medio de las movilizaciones populares por el estancamiento de la economía”, señaló a esta revista el analista uruguayo Raúl Zibechi. Esto llevó a que Dilma perdiera el control del Congreso, al fracturarse la coalición oficialista de 13 partidos, encabezada por el PMDB.

Las perspectivas son de temer

Para empeorar las cosas, la figura del presidente interino no tranquiliza a nadie. Michel Temer (ver recuadro) representa al Partido por un Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), que desde 1994 no presenta candidato presidencial, y que cuando ha llegado al poder, en tres oportunidades, solo lo ha logrado por la salida o muerte del titular. Así sucedió en 1985, cuando José Sarney asumió como vicepresidente tras la muerte del titular Tancredo Neves, y en 1992, cuando Itamar Franco reemplazó a Fernando Collor de Mello, quien renunció antes de que terminara el juicio político contra él.

Temer, cuya popularidad es apenas del 8 por ciento, será presidente durante 180 días, pero si se confirma la destitución de su antecesora, estará en el Palacio de Planalto hasta terminar el mandato, en 2018. Su gobierno tendrá que lidiar con la parálisis económica, el avance del juicio político y las investigaciones judiciales contra dirigentes de su partido.

Guido Nejamkis, director del sitio de noticias Brasil 247 en español, dijo a SEMANA que Temer, “nunca va a perder la condición de ser un presidente débil, lo cual le impone límites a su posibilidad concreta de realizar reformas. El Congreso, tras la suspensión del mandato de Cunha, motor y cerebro del juicio político, va a agudizar su fragmentación, otro elemento adicional que complicará el futuro gobierno, que va a tener que negociar caso a caso”, señaló.

El plan del presidente interino es demasiado audaz para las circunstancias: “Temer va a empezar con grandes ajustes de presupuesto, intentará recuperar la confianza del sector financiero y el entusiasmo inversor de los empresarios, será un gobierno liberalizador, que dará impulso a las privatizaciones de aeropuertos, carreteras y de todo lo que sea infraestructura y va a tener que abrir bastante el mercado a inversores extranjeros”, agregó Nejamkis. El analista Murillo de Aragao no comparte esa opinión: “El gobierno Temer empieza con la amplia mayoría en el Congreso y la certeza de que el reto inicial es la cuestión fiscal. Muchas de las decisiones son de naturaleza administrativa y pueden ser adoptadas por el gobierno directamente. Otras van a tener el apoyo del Congreso que está mayoritariamente a favor de Temer”.

Pero además de las dificultades económicas y políticas, pende sobre la cabeza de Temer la amenaza de las investigaciones judiciales, que también persiguen a Aécio Neves, el líder del opositor Partido de la Socialdemocracia brasileña (PSDB). A ello hay que sumarle el juicio político a Dilma, pues la votación del 11 de mayo fue solo el comienzo, y quedan por delante seis largos meses de debates, acusaciones y defensa. Y para agregar un ingrediente, los militares ya levantaron la voz, al rechazar de plano a Newton Cardoso, de 36 años, el candidato de Temer para el Ministerio de Defensa. “Es increíble que un niño de 36 años venga a comandar a hombres de más de 60 años en un momento tan delicado de crisis en el país, en vísperas de una olimpiada”, señaló un general que no dio su nombre al diario Folha de São Paulo.

Con todo, el principal desafío de Temer será enfrentar la resistencia de los sindicatos, los movimientos sociales y del PT para imponer un duro plan económico que, según anunció, empieza recortando diez ministerios. Si bien la estrella roja del PT está muy abollada, Lula sigue teniendo una amplia popularidad, según las encuestas, y Dilma salió con la cabeza en alto, prometiendo dar batalla. Todo indica que las masas del PT no se quedarán quietas, que la legitimidad de Temer siempre estará en entredicho, y que el drama brasileño apenas comienza.

Avenida Brasil

Michel Temer, el impopular y relativamente desconocido presidente interino, tendrá que demostrar que es capaz de sacar al país de su crisis múltiple y evitar correr con la misma suerte de Rousseff.

Con el pelo canoso peinado hacia atrás, una tercera esposa 42 años menor que tiene su nombre tatuado en la nuca, cinco hijos de diferentes parejas y una carrera política tras bastidores, Michel Temer parece salido de la telenovela Avenida Brasil. Pero después de 35 años de papeles secundarios, al vicepresidente por fin le llegó la hora del protagonismo.

El jueves firmó la notificación en el Senado que lo posesiona como presidente interino mientras Rousseff queda relegada al Palacio de la Alvorada; y su sonrisa –y la de su nuevo gabinete– lo dijo todo. Ya en varias ocasiones Temer quiso alejarse de su aliada en momentos delicados. El 7 de diciembre se filtró “sin querer” una carta suya a la presidenta, donde se quejaba de ser un “vice de adorno” y una víctima del “menosprecio” y la “desconfianza” del gobierno. Luego, el 12 de abril envió “por error” un audio a un grupo de WhatsApp en el que ensayaba su eventual discurso de posesión para reemplazar a Dilma. Días antes, el PMDB, partido que ha liderado durante 15 años, había roto la coalición de gobierno con el PT. No por nada Rousseff lo acusó de ser “el jefe de la conspiración” en su contra.

Sin embargo, el desafío que se le avecina a este abogado constitucionalista de 75 años es enorme. Temer fue seis veces electo diputado y tres veces presidente de la Cámara. Pero como fiel representante de su partido más que un ideólogo se ha caracterizado por ser un operador político. Como dijo a SEMANA el director del Instituto de Brasil del Wilson Center, Paulo Sotero, “aunque es experimentado, ahora debe convencer a los brasileños de que no solo es un hábil político sino un estadista”.

En efecto, los números no le favorecen. Según una encuesta de Datafolha, solo el 2 por ciento de la población votaría por Temer en una elección presidencial, el 60 por ciento pide su renuncia y el 58 por ciento piensa que también debería enfrentarse a un juicio político. No hay duda de que el malestar es grande y que será una tarea titánica conquistar a la opinión pública y a los inversionistas. Deberá estabilizar una economía que se contrajo más del 3 por ciento, reequilibrar los saldos negativos del gobierno y unir a un país polarizado. Y aunque lo intentó con sus nuevos ministros –como el exdirector del Banco Central en el gobierno de Lula, Henrique Meireles, en el Ministerio de Hacienda y José Serra en el de Relaciones Exteriores– el proceso será largo y doloroso.

El ‘número dos’ afirmó que no se lanzará a las elecciones de 2018, lo cual le da un poco de legitimidad a su nuevo e impopular mandato, pero todavía no se sabe qué sucederá en Brasil. Los escándalos de corrupción no han dejado títere con cabeza, y Temer también ha sido implicado en supuestos sobornos políticos en 2009, en la firma de decretos que permitieron el maquillaje de las cuentas públicas y, como si fuera poco, el Tribunal Superior Electoral está analizando la presunta financiación ilegal de la campaña de reelección de 2014.

Pero, además de un posible impeachment de Temer, existe el riesgo de que se llame a elecciones anticipadas y el nuevo presidente interino no pueda cumplir el periodo hasta diciembre de 2018. En su discurso del jueves, afirmó que “el mundo tiene los ojos sobre Brasil”, y es necesario contener la inflación, reducir el desempleo e incentivar la economía con eficiencia. Pero eventuales decisiones de austeridad serían enormemente impopulares, tras 13 años de izquierda. Así que en una coyuntura de recesión, descontento social, zika y juegos olímpicos, si Michel Temer falla en su misión, pagará un inconmensurable precio político.

País tropical

Cazador cazado: Enemigo de Dilma, al exlíder de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, le salió el tiro por la culata. Fue el abanderado del juicio de la presidenta desde diciembre de 2015. Sin embargo, luego de lograr su cometido, el procurador general, Rodrigo Janot, lo suspendió por corrupción.

Sí pero no: Su sustituto, Waldir Maranhao, anuló el proceso de impeachment por prejuzgamiento. El presidente del Senado, Renan Calheiros,calificó la decisión de “chiste”. Horas después, Maranhao se retractó. Este personaje sería presidente si el Congreso destituye también a Temer.

El lugar: Palacio de la Alvorada, donde permanecerá Dilma con su equipo. Temer estará en el de Planalto.

El evento: los Juegos Olímpicos, motivo de preocupación en las circunstancias

La ausente: Marina Silva, muy popular excandidata, no se ha pronunciado. 

El aliado: Mauricio Macri fue el primero en “respetar” el cambio de presidente.

El fiasco: los 40 minutos de Lula como ministro de Gobierno para blindarse de la Operación Lava Jato. 

La plaga: las epidemias de dengue y zika

Voces de apoyo: The New York Times y El País de Madrid, entre otros, respaldaron a Rousseff. 

La frase: “Quieren tomar por la fuerza lo que no consiguieron por las urnas”, dijo Dilma en su último discurso. 

La foto: Michel Temer creó controversia por no haber nombrado a una sola mujer ni a un afrodescendiente en su gabinete.