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Con base en la curvatura de los restos, algunos expertos han concluído que la catástrofe se debió a una explosión dentro del avión.

ORIENTE MEDIO

El misterio detrás del avión ruso que se cayó en Egipto

¿Fue una bomba, o una falla mecánica? Las hipótesis sobre el desastre abren un nuevo frente de confrontación diplomática entre Rusia y Occidente y podrían cambiar el curso de la guerra en Siria.

7 de noviembre de 2015

“Créanme, la situación en el Sinaí está bajo nuestro total control”, dijo el martes el presidente de Egipto, Abdel Fatah al Sisi, tres días después de que el vuelo 9268 de la compañía rusa Metrojet se desplomó en esa península egipcia, entre los mares Rojo y Mediterráneo. A bordo viajaban 224 pasajeros, en su gran mayoría rusos, que se dirigían hacia San Petersburgo tras haber despegado del aeropuerto de Sharm el-Sheikh, una localidad turística que se ha convertido en un importante centro de veraneo para los ciudadanos de ese país. Pero las palabras del mandatario egipcio, lejos de tranquilizar las aguas, subrayaron la profunda angustia que ha causado el siniestro.

Durante toda la semana, las autoridades de ese país y de Rusia han insistido en que todas las líneas de investigación están abiertas. Sin embargo, el propio Al Sisi ha tildado de “propaganda” las versiones según las cuales el atentado fue un ataque terrorista, y las ha desautorizado alegando que buscan afectar “la estabilidad, la seguridad y la imagen de Egipto”. Por su parte, el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, había dicho el martes que eran “inapropiadas” y que “no estaban basadas en hechos” las teorías según las cuales el siniestro podía ser una retaliación de Isis por la presencia militar de ese país en el conflicto de Siria. El viernes, sin embargo, el propio Vladimir Putin se vio obligado a contradecir implícitamente esa posibilidad al suspender todos los vuelos entre su país y los aeropuertos egipcios, lo que dejó a 45.000 turistas rusos varados en Sharm el-Sheikh.

Y es que ya desde el miércoles las agencias de seguridad de Reino Unido y Estados Unidos habían apoyado esa hipótesis, que con el paso de los días ganó fuerza. Según afirmó el propio primer ministro británico, David Cameron, era “probable” que la causa del siniestro fuera una bomba colocada en la bodega de equipaje por algún miembro de Isis. A su vez, su gobierno anunció que quedaban cancelados todos los vuelos entre Sharm el-Sheikh y su país, una medida que afectó a 20.000 británicos que tampoco tienen claro cómo saldrán del Sinaí. A finales de la semana, varias aerolíneas irlandesas, francesas y alemanas decidieron hacer otro tanto.

Previsiblemente, el tema marcó el jueves el encuentro en Londres entre Al Sisi y Cameron, que evitaron, sin embargo, confrontar sus posiciones y se limitaron a hablar de la cooperación en seguridad entre los dos países y de los mecanismos que se pondrán en marcha para repatriar a esos turistas. Se trata de un tema particularmente sensible para el gobierno egipcio, que desde hace años está tratando de relanzar su maltrecho pero crucial sector turístico, que emplea a cerca del 12 por ciento de su gente, y cuya recuperación ya había sufrido un duro revés cuando el Ejército mató por error a 12 turistas mexicanos tras confundirlos con miembros de Isis. De ahí la insistencia del presidente de que la situación está bajo su “total control”.

El jueves, Barack Obama siguió la misma línea de Londres y dijo en una entrevista radial que era “posible” que hubiera una bomba en el avión. Pero a diferencia de los británicos, la Casa Blanca no anunció restricciones aéreas, pues el Sinaí ya se encuentra en su lista negra de territorios peligrosos para la aviación civil. De hecho, desde hace meses el Ejército de Egipto sostiene intensos combates con el grupo terrorista Provincia de Sinaí, una filial de Isis, que el mismo día de la tragedia emitió un comunicado para atribuirse el atentado. Ante la resistencia de Moscú y El Cairo a admitirlo, reforzó el martes su autoría con un otro mensaje retador: “Prueben que no fuimos nosotros o si no demuestren por qué cayó”.

Y es que la hipótesis de que Isis –o alguno de sus afiliados– ejecutó el atentado contra el avión ruso de Metrojet es altamente probable. Aunque por la altura a la que viajaba la aeronave los expertos han descartado un misil de los que tiene Isis, ha prosperado la idea según la cual alguien en el aeropuerto de Sharm el-Sheikh habría plantado un artefacto explosivo en la bodega del avión. Esa hipótesis aún no está probada pero resulta muy razonable en el contexto geopolítico actual y ha encendido las alarmas en otros países, que comienzan a considerar la necesidad de enfrentar con mayor decisión la amenaza de Isis. Francia, por ejemplo, envió su portaaviones nuclear Charles de Gaulle a la región para apoyar los bombardeos contra ese grupo, ante el temor de que esté ahora en condiciones de realizar atentados de gran envergadura en Europa y Estados Unidos.

Las reticencias del gobierno de Putin para admitir abiertamente la posibilidad de que Isis sea el responsable del desplome del vuelo de Metrojet se deben al enorme costo político que trae consigo esa hipótesis. Por un lado, eso significaría un fuerte golpe para la autoestima de un país que, tras la humillante derrota de la Unión Soviética en la Guerra Fría, ha basado la reconstrucción de su imagen en el patriotismo y en la proyección internacional. A ese argumento se agrega la dificultad de explicar por qué Moscú no les advirtió a sus ciudadanos sobre el peligro de veranear en una región infestada de los terroristas más sanguinarios de la actualidad, que además ya habían invitado a atentar contra objetivos rusos para distraer al Kremlin de sus objetivos en Siria.

Para empeorar las cosas, Putin tiene en su propio patio trasero la amenaza de sus propios extremistas islámicos, que estarían listos a revivir un conflicto que permanece latente en sus territorios del Cáucaso. De hecho, Putin ascendió a la Presidencia a principios de la década pasada tras liderar, como primer ministro, la segunda guerra de Chechenia, cuando pacificó a sangre y fuego esa región habitada por musulmanes. Allí, el movimiento separatista había evolucionado hacia el islamismo radical y amenazaba con extenderse al resto del país.

En ese sentido, el regreso de esa amenaza significaría a su vez el retorno a una época de zozobra para Rusia, cuya intervención en Siria no había tenido hasta ahora consecuencias para sus ciudadanos. Del mismo modo, la pérdida masiva de vidas podría evocar la debacle soviética de la guerra de Afganistán en los años ochenta, cuando la guerrilla islámica de ese país (los muyahidines) les asestó una derrota histórica a las tropas rusas, que en últimas fue una de las razones de la disolución de la Unión Soviética.

Como dijo a SEMANA Mark N. Katz, autor del libro Leaving without Losing: The War on Terror after Iraq and Afghanistan, “si Estados Unidos, con todos sus recursos no ha podido en esta década pacificar Irak ni Siria, ¿cómo podría Rusia con medios mucho menos sofisticados salir mejor librada de Siria?”. Y ante la imposibilidad de cambiar las cosas en Oriente Medio y confrontada al miedo que los ataques terroristas producen en la sociedad civil, la sociedad rusa podría quitarle a Putin el apoyo masivo con el que cuenta su intervención en Siria, que a mediados de octubre superaba el 70 por ciento.

Sin embargo, nada de eso significaría que Putin siquiera considerara retirar sus tropas, sino todo lo contrario. Como le dijo a esta revista Gregory Simons, profesor del Centro de Estudios Rusos y Eurasiáticos de la Universidad de Uppsala en Suecia, “existe la posibilidad de que el gobierno manipule el dolor y la ira para presentar esta acción terrorista como un síntoma del éxito de la intervención militar. Y en ese contexto, la eventual bomba del vuelo 9268 de Metrojet podría intensificar las acciones militares del Kremlin en esa región”.

Más allá de eso, el desastre del avión de Metrojet podría significar un punto de quiebre en la guerra contra Isis. En efecto, el denominador común de las reacciones desde París hasta Washington es que la amenaza de ese grupo terrorista está saliéndose de todos los límites. Mientras los comentaristas a ambos lados del Atlántico piden la presencia de tropas de tierra para acabar con los yihadistas de una vez por todas, la situación entra en un terreno incierto y, ante los intereses encontrados de las potencias en la región, solo puede complicarse aún más.