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Caos en la Casa Blanca

Insultos, vejaciones y obscenidades campean entre los funcionarios de la Presidencia y el propio Trump. Mientras ofrecen un espectáculo inverosímil, una derrota humillante acerca del Obamacare en el Congreso añade sal a la herida.

29 de julio de 2017

La semana pasada irrumpió en el escenario de locos que parece ser hoy la Casa Blanca un nuevo personaje que parece resumir en sí mismo toda la problemática que ataca al centro del poder norteamericano. Se trata de Anthony Scaramucci, el nuevo jefe de Comunicaciones, un hombre de negocios sin experiencia política, pero muy seguro de sí mismo, a quien Trump contrató porque lo vio un día en la televisión y le gustó su estilo. Sin duda, su paso por la Casa Blanca será recordado por su imprudencia y su estilo soez, muy en el tono que el propio Trump le ha impreso a su gobierno. Porque lo que hizo en los últimos días, solo dos semanas después de entrar a trabajar allí, supera todo lo imaginable.

“Algunos hermanos son como Caín y Abel”. Con esas palabras Scaramucci describió el jueves en una entrevista con CNN su relación con el jefe de Gabinete, Reince Priebus, quien en el organigrama es su superior inmediato. La noche anterior lo había acusado de filtrar su declaración financiera, una información pública en su calidad de funcionario, y también lo había amenazado con mandarle al FBI. Y ese día había lanzado un diagnóstico lapidario sobre la Casa Blanca. Pues según él, los únicos que no “apestan” en la residencia del presidente son él y el propio Trump.

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Scaramucci odia a Priebus, uno de los políticos de carrera que aún quedaban en la Casa Blanca, porque este se opuso férreamente a su nombramiento. En otras condiciones sería un rifirrafe normal entre dos altos funcionarios, que su jefe común resolvería sin problemas. Pero este es Donald Trump, quien precisamente esta misma semana había humillado públicamente a su propio procurador general, Jeff Sessions, por haberse recusado en el tema de la influencia de los rusos en las elecciones. Tal vez convencido de que a Trump le gusta ese tono, Scaramucci quiso que su enfrentamiento con Priebus fuera público, y le dedicó a su rival varias andanadas de una vulgaridad propia del bajo mundo de Nueva York, de donde procede. Así quedó registrado en un artículo que el periodista Ryan Lizza escribió para The New Yorker, en el que cuenta una conversación que sostuvieron la noche anterior, en la que Scaramucci trató a su contrincante de “jodido (fucking) paranoide” y de “esquizofrénico”.

Trump aparentemente contrató a Scaramucci para ‘limpiar’ a la Casa Blanca de funcionarios poco leales a él, los responsables de las filtraciones que han revelado el desastroso funcionamiento de la Casa Blanca. Según Lizza, Scaramucci lo llamó muy molesto porque había informado por Twitter sobre una cena a la que asistieron el presidente, su esposa Melania y algunas personalidades de la cadena Fox. “¿Quién te habló de esa comida?”, le preguntó varias veces. Cuando el periodista se negó a contestarle, le dijo con tono amenazante: “Pues lo que voy a hacer es que voy a eliminar a toda la gente del equipo de comunicaciones para comenzar desde cero”. De hecho, fue tanta la presión, que el jueves Priebus tuvo que renunciar y el viernes Trump nombró en su lugar al general John Kelly, quien hasta entonces se había desempeñado como asesor de Seguridad Nacional.

Pero la cosa no paró ahí, pues Scaramucci también usó palabras de grueso calibre para referirse a Steve Bannon, el antiguo hombre fuerte de Trump, que también se opuso a su nombramiento. “Yo soy diferente de él, no estoy tratando de mamarme mi propia verga”, le dijo a Lizza. “No estoy tratando de hacer rancho aparte a expensas de la puta fortaleza del presidente”. Y aunque el jueves aceptó que a veces usaba un lenguaje algo fuerte, no se retractó ni trató de suavizar ninguna de sus palabras.

Pero no por ser el único que tiene patas arriba el gobierno del magnate. De hecho, su pelea con Priebus se suma a la guerra fría que desde hace meses sostienen Bannon y el asesor y yerno de Trump, Jared Kushner, que varias veces se han enfrentado a los gritos y compiten constantemente por la atención del presidente. Y a esas pujas se suman los constantes desplantes del mandatario, que en varias ocasiones ha puesto en ridículo a sus subalternos.

Trump contra todos

La bronca entre Scaramucci y Priebus se conoció justamente durante una semana en la que el jefe de ambos mostró su lado más beligerante. En efecto, en menos de cinco días Trump matoneó en público a su fiscal general, echó a 15.000 miembros de las Fuerzas Armadas por Twitter, y les pidió a 40.000 niños y jóvenes en un mitin en Virginia Occidental abuchear a Barack Obama.

Para comenzar, desde el miércoles de la semana pasada, el presidente sorprendió a propios y extraños con trinos venenosos contra Jeff Sessions, su fiscal general y uno de sus seguidores más leales. Entre otros, lo trató de “atribulado”, le exigió investigar “los crímenes de Hillary Clinton y sus relaciones con Rusia”, y lo acusó también de “haber adoptado una posición MUY débil” hacia ella.

¿Por qué no le dijo todo eso en persona? Porque esos mensajes no tienen nada que ver con su desempeño. Por el contrario, lo que tiene furioso a Trump es que Sessions tuvo que recusarse del Rusiagate por estar él mismo implicado en esa trama. Y eso llevó a que el fiscal encargado para ese caso, Rod Rosenstein, nombrara como fiscal especial al exdirector del FBI Robert Mueller, quien el martes pasado (o sea, un día antes de que comenzaran los ataques contra Sessions) dio a entender que iba a investigar las finanzas de Trump. Como le dijo el magnate a The New York Times: “Eso es muy injusto con el presidente”. Y en ese sentido su estrategia para controlar el caso es sencilla: humillar a Sessions de tal manera que no le quede otra alternativa que renunciar, pues eso le permitiría nombrar a un nuevo fiscal general que sí pueda intervenir en el Rusiagate para frenar a Mueller.

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Sin embargo, sus ataques cayeron muy mal entre los republicanos, pues Sessions no solo fue el primer senador en respaldar la candidatura presidencial, sino que es un héroe de la base ultraconservadora que lo llevó a la Casa Blanca y una figura muy apreciada. Entre ellos, el republicano Lindsey Graham marcó la parada con una declaración inusualmente dura, según la cual “si Trump echa a Sessions, se armará un lío de los mil demonios”. Y en la misma dirección se expresó el presidente del Comité Judicial de esa entidad, el también conservador Charles E. Grassley, quien le advirtió a Trump que su oficina no aprobaría ningún reemplazo para el cargo de Sessions, lo que en plata blanca significa que Rosenstein pasaría a desempeñar sus funciones. Previsiblemente, el líder de la minoría demócrata en el Senado, Chuck Schumer, respaldó a Grassley y afirmó que su partido utilizaría todos los instrumentos a su disposición para impedir que Trump cambie de fiscal general.

Sin embargo, esta no fue la única ocasión en la que una decisión del presidente produjo rechazo entre tirios y troyanos. El miércoles, el magnate utilizó Twitter para ordenar que desde entonces los transexuales quedaban excluidos de todas las dependencias del Ejército. Y esto, según sus propias palabras, porque “los militares deben centrarse en la victoria y no puede ncargar con los tremendos costos médicos y las perturbaciones que ellos implicarían”.

El trino cayó muy mal por varias razones. En primer lugar, la noticia tomó por sorpresa al Estado Mayor del Ejército, que no tenía ni idea de los planes de Trump (este solo le avisó con 24 horas de anticipación a su secretario de Defensa, James Mattis). En segundo, porque adoptó durante la campaña presidencial un discurso afín al movimiento LGBT y, tras la matanza del club Pulse de Orlando, prometió hacer “todo lo que estuviera en su poder” para proteger a esa minoría. En tercero, porque el argumento económico que expuso en su trino es falso, pues según un estudio que el Departamento de Defensa encargó en 2016, las operaciones y los tratamientos de los transexuales representan apenas el 0,04 por ciento del presupuesto sanitario del Ejército.

Y a eso se suma que la mayoría de los estadounidenses ha cambiado sus percepciones sobre la transexualidad. Por eso, independientemente de su filiación política, el brutal mensaje del presidente hirió las sensibilidades de muchas personas. Incluso en el Ejército, donde el jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, Joseph Dunford, dijo el jueves que no modificaría la actual política hasta que Mattis no le comunicara oficialmente la decisión de Trump.

Pero las excentricidades violentas del magnate no terminaron ahí. El lunes, en la Reunión Nacional de los Scouts en Virginia Occidental, Trump pronunció ante 40.000 niños de entre 12 y 18 años un discurso en el que los animó a abuchear a Obama y les dijo que había que limpiar la “alcantarilla” de Washington. A su vez, les habló de las fiestas más “calientes” de Nueva York y de William Levitt, un amigo muy rico que hizo travesuras en su yate de las que no les podía hablar, aunque luego agregó con aire salaz que “ustedes, los ‘scouts’, conocen la vida”. Ante la avalancha de críticas y de quejas de los padres de familia, el jueves el jefe de los Scouts de Estados Unidos, Michael Surbaugh, se disculpó con “todos aquellos en la familia ‘scout’ que se hayan sentido ofendidos por la retórica política que se introdujo en nuestro campamento”. 

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Mientras tanto, el presidente recibió otras dos noticias que pusieron en evidencia la anarquía de su administración. Por un lado, en el Senado naufragó el proyecto que pretendía acabar con el Obamacare, una de las promesas que los republicanos les hicieron a sus seguidores desde que esta ley fue aprobada hace siete años. En buena medida, ese fracaso se debió al voto en contra de John McCain, el senador de ese partido de quien Trump se burló en la campaña, y que puso de lado la polarización para evitar dejar sin seguridad social a 20 millones de estadounidenses (ver recuadro). Y por el otro, el presidente ruso, Vladimir Putin, anunció el viernes que su gobierno había tomado las primeras represalias por las sanciones económicas que el Senado estadounidense aprobó el jueves contra su país por la injerencia en las elecciones de 2016 a favor de Trump, con lo que su proyecto de acercarse a Moscú quedó en el limbo.

La estrategia del magnate no es nueva, pues esta no es la primera vez que él o sus asesores lanzan ataques virulentos al verse asediados. Sin embargo, sí resulta llamativo que el presidente del Comité Judicial del Senado, el jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas y hasta el conservador líder de los scouts lo critiquen abiertamente. Y eso es un claro indicio de que los aliados más cercanos del presidente podrían estarles prestando más atención a sus metidas de pata que a sus discursos incendiarios y a los pajaritos que suele pintar en el aire. Pero nada parece indicar que el magnate se esté dando por enterado de esa situación. 

El legado de McCain

El senador republicano de Arizona aplazó su tratamiento contra un tumor cerebral para dar el voto que dio el golpe definitivo para evitar el hundimiento del Obamacare. Su voto marcará la historia del Congreso norteamericano.

Trump recibió una derrota muy contundente en la noche del jueves en el Congreso. Y en ello fue decisivo John McCain, uno de los senadores republicanos de mayor trayectoria en la política estadounidense, quien, además de demostrar la firmeza de sus convicciones, evidenció que es un político capaz de poner sus responsabilidades por encima de su salud. En un acto emotivo y de visos históricos, y en una sesión maratónica que duró hasta la madrugada, dio el No que enterró la reforma al sistema de salud impulsado por los republicanos y el presidente Donald Trump, con un resultado final de 51 a 49. Hace unos días salió de una cirugía de cerebro, pero eso no impidió que detuviera su tratamiento posoperatorio y fuera al Congreso para votar.

En un comunicado publicado después, McCain hizo un llamado claro y necesario: “Debemos volver a la manera adecuada de legislar, y eso significa devolver la ley al comité, celebrar audiencias, retroalimentarnos desde ambos lados y producir un proyecto de ley que finalmente ofrezca salud accesible al pueblo norteamericano”. Se refería a la enorme ligereza con que sus colegas republicanos habían intentado acabar con el sistema de salud sin alternativas reales e inmediatas para el cuidado de millones de compatriotas.

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El llamado llega en un momento de gran polarización dentro del Congreso, sobre todo entre los senadores republicanos. McCain, ya con 80 años y 4 cirugías relacionadas con tumores, sabe lo importante de un diálogo bipartidista, como lo demuestra su acercamiento, antes de la votación, con el senador Chuck Schumer, líder de la minoría demócrata. Sin embargo, esa postura contradice totalmente a Donald Trump, quien en un tuit, momentos después de la derrota republicana, afirmó que “3 republicanos y 48 demócratas le han fallado al pueblo norteamericano. Como dije desde el comienzo: dejen que implosione el Obamacare, luego negocien. ¡Miren (lo que voy a hacer)!”. Las críticas de Trump y algunos republicanos contrastan con los muchos elogios que recibió el veterano de Vietnam, prisionero por varios años allá. El senador republicano Orrin Hatch dijo que “McCain es uno de los grandes héroes del país, así no siempre estemos de acuerdo”, y otros políticos demócratas han expresado su admiración y respeto por su intachable e ininterrumpida carrera política desde 1982. En 2008 se enfrentó a Barack Obama para las elecciones presidenciales, y demostró ser un contrincante de altura. Esta semana, confirmó que es un luchador político capaz de dar un giro drástico cuando el momento histórico lo exige.