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CAPITULO CERRADO

Bloqueadas por fin sus fronteras, se teme estallido social en Alemania Oriental.

6 de noviembre de 1989

Dicen que Erich Honecker, el líder indiscutido de Alemania Oriental durante casi 30 años, ha perdido el ánimo de vivir. No es para menos, sostienen los observadores que defienden esa tesis. Honecker hacía parte del gobierno que selló a comienzos de la década de los 60 la frontera entre las Alemanias y erigió en el corazón de Berlín el famoso muro. En esa época el líder celebró el éxito inmediato que tuvo esa medida draconiana para frenar el éxodo incontrolable de alemanes orientales hacia la República Federal, en un momento histórico difícil. Pero casi 30 años más tarde, y a pesar de los logros del socialismo, los estealemanes de la generación siguiente aprovecharon el primer resquicio para abandonar precipitadamente el país. Eso, dicen los obvservadores, resultaría descorazonador para cualquier dirigente en sus condiciones.

Lo grave es que ni Honecker, a los 77 años y recién operado de cálculos biliares, es el mismo de 1961, ni el mundo funciona de acuerdo con las reglas de la guerra fría. Lo que en aquella época se podía solucionar con unas toneladas de ladrillos y argamasa y unas cuantas compañías de soldados de fronteras, hoy requiere una aproximación mucho más compleja.
Ya ni siquiera Moscú es lo que era, pues, quién lo hubiera creído entonces, precisamente del Kremlin provino todo el movimiento de apertura en Europa Oriental. Por eso sus viejos aliados de ese bloque, que otrora hubieran colaborado sin restricciones no parecen ya confiables. Primero Hungría y luego Checoslovaquia y Polonia abrieron, cada uno a su manera, sus fronteras para que la avalancha humana continuara.

La semana pasada el turno correspondió a Praga. Alemania Oriental tiene con Checoslovaquia un sistema de intercambio de viajeros que le permite a los ciudadanos de ambos países viajar simplemente con su tarjeta de identidad. Para sorpresa de todo el mundo, esa facilidad no fue suspendida por las autoridades de Alemania Oriental en las Semanas anteriores, a pesar del espectáculo de miles de ciudadanos emigrando por Hungría.
Cuando esta frontera finalmente se cerró, por lo menos 11 mil estealemanes recurrieron a Checoslovaquia.
Pero, aun cuando ya se sabía que ello iba a ocurrir, el gobierno de Berlín se tomó todavía otra semana para suspender los privilegios de viaje entre los dos países.

Entre tanto, oleada tras oleada humana se tomó en Praga, en dos oportunidades por lo menos, la embajada de Alemania Occidental. Las autoridades de ese país organizaron el traslado de sus nuevos ciudadanos en trenes especiales que deberían atravesar, precisamente, el territorio de Alemania Oriental. Pero a apesar de que ello hizo temer por incidentes políticos en el viaje, al cierre de esta edición aún no se había reportado ninguno.

Con las restricciones recién adopta das para viajar a Checoslovaquia, y con las medidas similares tomadas en días pasados sobre las otras fronteras, el éxodo de 1989 parece cerrado, con cerca de 40 mil emigrados "ilegales" desde mayo. Pero para el gobierno de Alemania Oriental, que se preparaba la semana pasada para celebrar los 40 años de la fundación de la República, los dolores de cabeza apenas comienzan. Algunos analistas piensan que los dirigentes estealemanes sabían que la apertura de la frontera de Hungría iba a facilitar el éxodo de sus habitantes hacia el oeste, pero que sus análisis del comportamiento social les indicaba que restringir a priori la libertad de desplazamiento - uno de los derechos más preciados por los estealemanes - iba a producir malestar. Error craso, dirán algunos, pues aunque salieron casi 40 mil personas, y eso es ya suficientemente grave, el éxodo dejó atrás otros miles de descontentos que comenzaron a salir a las calles, como en Leipzig la semana pasada, a pedir mayores reformas al régimen, a pocos días de la llegada del presidente soviético Mijail Gorbachov. Y el cierre de la frontera checa podría convertir a Alemania Oriental en una caldera de presión sin válvula de escape.

La visita de Gorbachov era esperada al final de la semana con gran expectativa. Al fin y al cabo, para muchos es evidente que el líder soviético ha mantenido un respaldo tácito al éxodo, como una medida de presión para que Alemania Oriental siga el camino de reforma y democratización de otros Estados de la órbita socialista. Pero los voceros de Berlín insisten en que el país reformó hace tiempo su economía y que eso posibilitó que el país tuviera un desarrollo relativo superior a los demás países del área.

La lenta reacción del gobierno de Berlín hace que los observadores internacionales apunten hacia un aparente vacío de poder. Para muchos, el enfermo y anciano Honecker carece de un heredero político visible. Un miembro del Politburó, Gunther Mittag - inválido tras una reciente operación -, parece haber recibido alguna delegación de poder, pero es tan viejo como Honecker. Egon Krenz, otro del Comité Central, también es mencionado como posible sucesor, pero se dice que también está enfermo y hace meses está en vacaciones.
Pero, en cualquier caso, ambos son ideólogos de la línea dura. Para muchos, eso parece indicar que la dirigencia estealemana podría tener dificultades para enfrentar los tiempos que corren.