Home

Mundo

Artículo

Para el presidente George W. Bush, los inmigrantes se han convertido en uno de los principales problemas políticos. Bush propuso reforzar la frontera con México con el envío de unos 6.000 hombres de la Guardia Nacional. Su propuesta generó malestar entre los centroamericanos, pero fue bien recibida por los conservadores de su país

controversia

Cerrando la casa

Con la construcción de un muro en la frontera con México y la militarización de la zona, Estados Unidos espera cerrar la principal puerta de entrada de los inmigrantes ilegales.

20 de mayo de 2006

El tema de los inmigrantes ilegales tiene dividida a la sociedad y la clase dirigente de Estados Unidos. La semana pasada, el Senado y el presidente George W. Bush dieron sus respuestas a la pregunta de qué hacer con los cerca de 12 millones que se encuentran en el país y cómo prevenir que sigan llegando de forma tan abrumadora.

Bush anunció el lunes, en un discurso a la Nación, el despliegue de 6.000 soldados de la Guardia Nacional en la frontera, para apoyar logísticamente a la Patrulla Fronteriza a partir de junio. Aunque aseguró que no llevarían a cabo tareas policiales y el número no parece muy significativo para cubrir una frontera de 3.200 kilómetros, la palabra 'militarización' produjo nerviosismo en los movimientos proinmigrantes.

Para aumentar las sospechas, especialmente entre los mexicanos, el miércoles el Senado aprobó la ampliación del muro limítrofe entre Estados Unidos y México. Fueron 83 votos a favor y 16 en contra. Además de los 595 kilómetros que tendrá el muro, el proyecto comprende levantar vallas e instalar cientos de cámaras infrarrojas y detectores de movimiento en unos 800 kilómetros más. Se trata de tomar el control de una frontera que en gran parte está abandonada a su suerte. Muchos culpan al propio Bush de esto. "La situación de los inmigrantes se le salió de las manos a Washington, en gran parte porque muchos donantes de la campaña de Bush controlan industrias que dependen de la mano de obra barata", le dijo a SEMANA Larry Birns, director del Council of Hemispherics Affairs.

Aunque el problema no sólo es causado por los mexicanos, ya que todos los días cientos de personas de todas partes del mundo entran en aviones y barcos sin intención de utilizar el tiquete de vuelta, México es el país de donde llegan más indocumentados. Además de los aztecas, muchos centroamericanos utilizan esta frontera como puerto de entrada al 'sueño americano'. Se estima que 75 por ciento de los ilegales son de origen hispano.

Unas 400 personas son detenidas diariamente en la frontera. En 2005 se llevaron a cabo cerca de un millón de detenciones y cerca de 500 inmigrantes murieron en alguna de las formas que toma esa pesadilla: tratando de cruzar el río Bravo, atravesando el desierto de Arizona, o a manos de las fuerzas de seguridad norteamericanas. Pero muchos más logran llegar. En ciudades como Nueva York, Los Ángeles o Miami, oír hablar español es cada vez menos raro.

El presidente mexicano, Vicente Fox, mostró su preocupación por las medidas anunciadas por sus vecinos, y los cancilleres de México, Costa Rica, Honduras, Guatemala y Nicaragua se reunieron en Ciudad de México para expresar sus reservas. Mientras tanto, en Estados Unidos varios conservadores se frotaban las manos. "Buenos muros hacen buenos vecinos", dijo Jeff Sessions, senador republicano. Para la derecha de ese país, la valla se ha convertido en su estandarte y en el símbolo de una postura que encuentra inaceptable cualquier propuesta de regularizar la situación de los ilegales. Pero, aunque algunos lo ven como una amnistía disfrazada, es innegable que este proceso será adoptado tarde o temprano. Tanto es así, que la semana pasada, a pesar de la oposición que generan las iniciativas en ese sentido, también se avaló una propuesta en la que se excluyó de los futuros programas de legalización a aquellos inmigrantes que hayan sido juzgados por un delito grave o tres menores.

En este clima polarizado, hay quienes creen que Bush está tratando de quedar bien con todas las partes, pero hasta el momento no se ha ganado la confianza de ninguna. Una encuesta publicada después del discurso del Presidente reveló que 39 por ciento de los encuestados están de acuerdo con el tratamiento que le ha dado al tema, mientras un idéntico porcentaje está en desacuerdo y el restante 22 por ciento estaba indeciso.

Una frase del discurso del Presidente es muy diciente. "Estados Unidos puede ser una sociedad de leyes y una sociedad acogedora al mismo tiempo". Precisamente este tipo de aseveraciones son las que para muchos suenan a contradicción. Ni los conservadores ni los que están del lado de los inmigrantes se sienten identificados con sus palabras.

El Senado tratará de sacar adelante una ley migratoria el próximo 27 de mayo, de la cual muchos, empezando por el Presidente, esperan que sea integral. O sea que refuerce las fronteras y legalice al mismo tiempo a los indocumentados. Pero ahí no parará el asunto. Después de que el proyecto del Senado sea firmado, se deberá sintetizar con el que aprobó la Cámara baja en diciembre y que ha sido criticado por los grupos proinmigrantes, por su dureza. En este, a los ilegales se les da trato de criminales y se castiga a quienes les prestan ayuda, así sea humanitaria.

El de los inmigrantes se ha convertido en uno de los problemas políticos internos más serios de la gran potencia. Va a resultar muy difícil conciliar posiciones frente a un tema sobre el cual no están de acuerdo ni siquiera las bancadas, y más en un año de elecciones legislativas, en el cual muchos harán del debate su caballito de batalla. Entre la legalización y la deportación, la polémica sigue abierta en un tema tan difícil de conciliar como el agua y el aceite.