Home

Mundo

Artículo

CHINITOS REBELDES

Las manifestaciones estudiantiles agudizan el dilema de la modernización en la era de Deng Xiaoping

9 de febrero de 1987

Más de treinta mil estudiantes durante cinco días consecutivos marchando por las calles de Shanghai, gritando "¡democracia!... ¡libertad!", y miles de estudiantes más en Pekín, Beijing y las principales ciudades de la China repitiendo al unisono la misma demanda durante más de un mes, son quizás la muestra más fehaciente de que nuevos vientos recorren la China de Deng Xiaoping.

Tradicionalmente, los estudiantes chinos y en particular los de Shanghai se han lanzado a las calles bien a protestar por la presencia japonesa, como en 1915 y 1935, o a apoyar la Revolución Cultural de Mao como en 1966. Pero por primera vez en esta década y sobre todo desde la apertura económica de China a Occidente, se ha producido una movilización masiva de tan grandes proporciones y además con consignas que difícilmente podrían imaginarse como propias de una juventud educada dentro de los rigores de la ideología y la disciplina comunistas.

Las protestas de los jóvenes, que inicialmente tenían que ver con asuntos puramente estudiantiles como la no participación en la elección de sus representantes en los distintos organismos colectivos y la carencia de libertad para escoger sus lugares de trabajo después de graduarse, poco a poco se fueron convirtiendo en la expresión de un sentimiento mucho más profundo: la innegable expectativa creada por el anuncio de los cambios políticos que acompañarían las reformas económicas iniciadas por Deng Xiaoping. Aún vagamente definidos, estos cambios han empezado a ser vistos por la sociedad china, en su nueva etapa de apertura, no sólo como deseables sino además como necesarios.

Después de experimentar los riesgos y las responsabilidades que implica la gestión económica individual, los chinos se muestran deseosos de llevar también al terreno político su capacidad de decisión. Pero aunque Deng Xiaoping ha manifestado reiteradamente que se llevarán a cabo las transformaciones políticas necesarias, la dirigencia ha sido clara en manifestar que un verdadero cambio tardará probablemente dos o tres décadas.

Si la confianza en el sistema y en sus lideres parece haber llevado al pueblo chino a aceptar el paso lento de las transformaciones, para los estudiantes, sin duda alguna el sector más sensible frente a las expectativas de participación política, la espera al parecer resultar demasiado larga.

Es así como, siguiendo la linea de un gran número de intelectuales que en los últimos cinco años han venido reclamando una mayor descentralización en la toma de decisiones, se lanzaron finalmente al terreno donde sabían que sus actitudes tendrían más eco: las superpobladas calles de las grandes ciudades.

Aunque inicialmente la reacción de Pekin fue el silencio total el paulatino crecimiento de la movilización forzó por fin los pronunciamientos. Los editoriales del Diario del Pueblo, órgano oficial del partido, comenzaron asi a dejar entrever el dilema que afronta la China de hoy. Mientras el 15 de diciembre escribía, "por largo tiempo hemos considerado libertad y democracia como slogans burgueses. Fue un error", pocos días más tarde desde las mismas páginas, se exhortaba a los estudiantes a no recrear el anarquismo de la época de la Revolución Cultural y a no tratar de obstruir las acciones del partido, manifestando que quienes lo hagan "tendrán que comer su propio fruto amargo".

A los sectores más ortodoxos del partido, las demostraciones estudiantiles les han servido en bandeja de plata la oportunidad de reiterar sus advertencias sobre los peligros que encierra el proceso de apertura hacia Occidente, para la conservación de los valores que han inspirado y sostenido la revolución. A Deng Xiaoping, lo han colocado cara a cara frente al mayor reto de su administración: demostrar que, efectivamente, es posible tomar de Occidente lo que se quiere sin obtener, además, lo que no se quiere. En otras palabras, que la tolerancia al debate abierto e incluso a la disidencia no es sinónimo de desestabilización y puede lograrse sin que ello signifique menoscabo alguno en la capacidad de liderazgo del partido.

Aunque muy posiblemente las manifestaciones cesarán por un tiempo debido al comienzo de los exámenes en la mayoría de las universidades, para Pekin el dilema aun dista mucho de llegar a su fin. Tarde o temprano, las consecuencias inevitables de tocar a las puertas de la modernización teniendo como punto de referencia a Occidente se irán haciendo mas evidentes y Deng Xiaoping requerira de toda su habilidad para lograr establecer el justo equilibrio entre la China que defiende el control politico de la dictadura del proletariado y la que reclama "¡democracia!... ¡libertad!". --