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Obama ha tenido que capotear la crisis económica. En la foto, junto al secretario del Tesoro, Timothy Geithner, al momento de dar declaraciones sobre los polémicos bonos a los directivos de la aseguradora AIG

ESTADOS UNIDOS

Cohete en problemas

Desde su posesión, Barack Obama ha tomado muchas medidas para mejorar las cosas en Estados Unidos, pero surgen dudas sobre su capacidad para sacar al país de la crisis económica.

21 de marzo de 2009

El 10 de marzo, Barack Obama cumplió 50 días como presidente de Estados Unidos y por estos días abundan todo tipo de evaluaciones en la prensa y en las encuestas de opinión. Lo mismo ocurrirá cuando llegue a los 100 días, un lapso mítico desde aquel lejano 1933, cuando el también demócrata Franklin Delano Roosevelt le dio la vuelta a un país sumido en la más grave crisis desde la Guerra Civil a mediados del siglo XIX.

Desde su posesión el 20 de enero, Obama ha trabajado de sol a sol. Ha tomado decisiones sin parar, marcado diferencias frente a su antecesor y cumplido casi todo lo que prometió en la campaña. Ha sido un auténtico huracán. "Nadie, desde Roosevelt, ha tenido unas semanas de apertura como él", escribió en The Baltimore Sun el columnista Thomas Schaller. Y agregó: "En julio de 2001, Bush prohibió la investigación con células madre. Fue uno de sus momentos claves y sólo llevaba seis meses en el cargo. Obama acaba de reversar esa política y eso es sólo una lucecita en la pantalla del radar". Pero eso no significa que Obama esté caminando por un sendero de rosas, y los críticos han empezado a alzar su voz. En ambos lados del Atlántico, dicen que a pesar de la popularidad del líder demócrata, buena parte de los norteamericanos considera que su política económica no llevará al país a buen puerto.

Las dificultades no son de poca monta. La tasa de desempleo supera el 8 por ciento y es la más alta en décadas, y el desastre financiero no tiene nombre. Ahí está el desplome de las compañías hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac, y el de firmas como Lehman Brothers. También el descalabro de instituciones financieras como el Citigroup o de industrias como la General Motors y la Chrysler. Además del fraude de pirámides multimillonarias como la de Bernard Madoff o el Grupo Stanford. Y la debacle de dos guerras, una en Irak, otra en Afganistán. Y el caos mundial: Europa naufraga en la recesión, los japoneses palidecen y se calcula que 50 millones de personas perderán su trabajo en el mundo.

La tarea de Obama se ha centrado en tres aspectos fundamentales: la economía, la política internacional y los asuntos sociales.

En materia económica, lo más importante ha sido el plan de estímulo por el cual el Estado conseguirá inyectar 787.000 millones de dólares para crear empleo, construir infraestructura y ayudar con descuentos tributarios a quienes han dejado de pagar sus hipotecas.

También le ha puesto freno a la codicia de los banqueros de Wall Street. La semana pasada impulsó un proyecto de ley para que los directivos de la aseguradora AIG devuelvan los 165 millones de dólares que recibieron como bonificaciones a pesar de que llevaron la firma a la quiebra. Y debió salir en defensa de su secretario del Tesoro, Timothy Geithner, a quien acusan de no haber hecho nada para detener a tiempo esos pagos.

Otro punto crucial fue el anuncio el 13 de marzo del vicepresidente Joe Biden de una inversión de 1.300 millones de dólares para mejorar los trenes en la Costa Este, algo a lo que siempre se opusieron Bush y los republicanos. Esto constituye un cambio de filosofía. Los demócratas prefieren este medio de transporte más masivo que el automóvil y de más fácil acceso para todo el mundo.

En política exterior, Obama ha hecho cambios drásticos. Pocas horas después de posesionarse, prohibió la tortura en las cárceles secretas de la CIA y ordenó el cierre de la prisión en la base militar de Guantánamo, donde están recluidos varios sospechosos de actos terroristas.

Días más tarde, anunció que quería dialogar con Siria e Irán, otro giro de 180 grados en relación con Bush que se negaba a entenderse con Teherán mientras siguiera con el plan de enriquecer uranio y que fue víctima de los ataques permanentes del presidente Mahmoud Ahmadineyad. "Creo que hay que hablar con esos dos países. La estabilidad de la región no debe discutirse sólo con los amigos. Los adversarios también deben estar involucrados", le dijo a la revista francesa Paris-Match.

Pero no sólo eso. La primera semana de marzo Obama envió a su secretaria de Estado, Hillary Clinton, a Egipto, Israel, Bélgica, Suiza y Turquía. El propósito del viaje a Oriente Medio era "escuchar" a los dirigentes, algo que había prometido Obama en una entrevista que le dio al canal Al-Arabiya. Pocas veces había sucedido algo así.

Por si algo faltara, esa semana se supo que Obama le había remitido una carta a su colega ruso Dimitri Medvedev en la que le prometió congelar la construcción en Polonia y la República Checa del escudo antimisiles iniciado por Bush siempre y cuando Moscú ayudara al desmonte del programa de cohetes nucleares de largo alcance planteado por Irán. Eso, cuatro meses atrás, habría sido impensable.

No contento con eso, el jueves de la semana pasada, aprovechando el año nuevo en Irán, Obama difundió un mensaje en video, transmitido a ese país con subtítulos en lengua farsi, en el que ratificó su interés en sentarse a la mesa con los líderes iraníes y en el que prometió "un nuevo comienzo" y "un nuevo amanecer" en las relaciones de Washington con Teherán.

¿Y las guerras? Obama autorizó el envío de 17.000 soldados más a Afganistán y el 27 de febrero dejó clara su estrategia en Irak. "Voy a ser lo más preciso posible: el 31 de agosto de 2010 habrá terminado nuestra misión de combate en ese país", advirtió en Carolina del Norte.

En los asuntos sociales también se ha dejado sentir. Tres días después de posesionarse levantó la prohibición de enviar dinero al exterior para las clínicas que promueven la planificación familiar y practican abortos. Y el 9 de marzo autorizó la investigación con células madre, una iniciativa que Bush tenía suspendida.

En principio, todo eso explica la opinión favorable que tienen de su Presidente el 68 por ciento de los norteamericanos, una cifra un poco mayor a estas alturas que las de George W. Bush y Bill Clinton, y menor que las de Bush papá y Ronald Reagan. Pero a Obama le va costar mucho trabajo salir adelante. "La gente empieza a dudar de sus iniciativas", según escribió en el diario El País Carlos Mendo, uno de los europeos que mejor conoce la política gringa.

En Estados Unidos hay una inquietud similar. En un artículo publicado hace una semana por The Wall Street Journal, Douglas Schoen y el encuestador Scott Rasmussen advierten que la opinión neta a favor de las políticas de Obama (la que queda al restarle al porcentaje de "apoyo total" el de "rechazo total") es de sólo un 6 por ciento. Lo más grave del asunto es que el 83 por ciento de los consultados considera que las medidas económicas no van a servir.

¿Por qué el desfase entre la opinión favorable sobre Obama y la desconfianza frente a su política económica? Es comprensible. El gringo promedio ve al Presidente como un hombre muy inteligente, moderado, ético, dialogante y conocedor del trabajo social. Incluso como un líder fresco, capaz de bromear con Jay Leno en su famoso Tonight Show de la NBC como en la noche del jueves.

Sin embargo, hay quienes creen que, como Obama no ha sido un gran negociador (dicen que su máxima experiencia fue el contrato para escribir sus dos libros), y como pretende poner en marcha una política de intervención en la economía predicada por John Maynard Keynes y ahora por Paul Krugman, las cosas se le pueden complicar mucho ante una crisis colosal. Pero Obama no se rinde y aguarda los resultados. n