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COMIENZA LA BATALLA

Al posesionarse el Congreso, los republicanos, con Newt Gingrich a la cabeza, se disponen a descabezar la presidencia de Bill Clinton.

6 de febrero de 1995

TAL VEZ DESDE QUE EL PRESIDENTE DEMOcrata Franklin Delano Roosevelt lanzó su famoso 'New Deal' (o 'Nuevo Trato') en los años 30, no se había hecho tanto alboroto acerca de la instalación del Congreso de Estados Unidos. Pero la semana pasada, cuando se inauguró la versión número 104 de ese organismo legislativo, las expectativas llegaron a niveles aún superiores. La razón es que los republicanos están dispuestos, con el presidente de la Cámara, Newt Gingrich, a la cabeza, a desmantelar buena parte del gobierno y de los programas de asistencia social creados por las administraciones demócratas a través de los años.
Se trata del resultado del descalabro sufrido por el Partido Demócrata -y por tanto por el gobierno de Bill Clinton- en las elecciones de noviembre, cuando -por primera vez en 40 años- ambas cámaras quedaron en poder del Partido Republicano.
Gingrich ha lanzado una campaña para que en los primeros 100 días de sesiones se modifique sustancialmente la relación de los estadounidenses con su gobierno, al que acusa de paternalista y sobredimensionado. Se trata del llamado 'Contrato con Estados Unidos', entre cuyos puntos está el presupuesto balanceado, una vieja idea que requerirá que el gobierno y el Congreso se limiten en sus gastos a sus ingresos.
También se habla de la prohibición de enviar tropas bajo bandera de la ONU y la recuperación del presupuesto militar para "mantener la credibilidad en el mundo". En el aspecto tributario, recortes de impuestos para ingresos por 200.000 dólares anuales y disminución para las ganancias de capital. En cuanto al seguro de desempleo, el programa quiere desestimular la maternidad de las adolescentes, al prohibir que reciban subsidios, y prefiere el establecimiento de orfanatos, lo cual, según la presidencia, afectaría a cinco millones de infantes. A los dos años de estar en 'welfare' los subsidios terminarían sin derecho a que, como quisiera el plan de reforma de Clinton, el gobierno les ofrezca trabajo. En el aspecto criminal, a cambio de los programas de prevención favorecidos por el gobierno, los republicanos quieren levantar las restricciones que evitan los abusos en la consecución de pruebas y la extradición expedita de los extranjeros delincuentes.
Esos puntos cubren otros como el desmantelamiento de más de 100 programas sociales de carácter federal. Según los analistas, esos cortes en el sector social tienen una incidencia mínima ante otros que afectarían a las clases ricas. Como quien dice, los que pagarán serán los pobres.
Pero, ¿quién es ese hombre que no teme ser considerado un villano sin corazón con tal de llevar a la realidad su propia idea de lo que debe ser Estados Unidos? Newt Gingrich parece llevar sobre sí la carga de todos los problemas sociales que quisiera ignorar. Resulta paradójico y muy diciente que el hombre que quiere eliminar los beneficios sociales para las madres adolescentes -y sus hijos- nació en 1943 cuando su madre, Kathleen Dougherty, era una estudiante de bachillerato de sólo 16 años, y su padre, Newton McPherson, un mecánico de 19 que, por ser hijo ilegítimo, nunca conoció a su propio progenitor. El matrimonio duró sólo unos cuantos días y Newt fue adoptado por el segundo marido de Kathleen, un militar llamado Robert Gingrich.
La vida con su padrastro le enseñó a respetar las estructuras militares y le significó mayores incongruencias: el hombre que vería con buenos ojos el regreso al aislacionismo estadounidense vivió toda su primera juventud en diferentes lugares, tanto en el interior como en el exterior de su país y a pesar de su admiración por el ejército nunca hizo parte de él, entre otras cosas por sus pies planos y su miopía.
Gingrich comenzó a interesarse por la política -a la cual siempre ha considerado como una forma de guerra- desde que ingresó a la Universidad de Emory, en Atlanta. Desde entonces, a principios de los años 60, Gingrich inició un camino en el que nunca perdió una oportunidad para ascender en el Partido Republicano, armado con los trucos más clásicos del mañzanillismo, dispuesto a aplastar a sus oponentes y a usar a sus amigos hasta cuando le fueran útiles. Después de dos intentos fallidos, en 1974 y 1976, llegó por primera vez a la Cámara de Representantes en 1978, y desde entonces no la ha dejado. O sea que el mismo hombre que quiere limitar el número de períodos de los congresistas ha estado allí durante 16 años.
Clinton promete una pelea dura porque, de todos modos, tiene a su favor el derecho al veto. Su estrategia será moverse hacia el centro, sobre todo en cuanto al seguro de desempleo, a tiempo que tratará de denunciar el extremismo republicano, con énfasis en mejorar su capacidad de comunicación con las masas.
Las cartas de triunfo parecen estar firmemente en manos de los republicanos, pero la historia, tanto la reciente como la remota, indica que el electorado estadounidense no entrega cheques en blanco. Por eso se espera una batalla muy dura en los dos años que quedan de la presidencia de Clinton. Al final se sabrá si éste, o alguno de sus enemigos republicanos, será el próximo líder del país más rico del mundo.


"SOLO ENTRE NOSOTRAS"
UN CURIOSO incidente puso la nota picante en medio de las tensiones creadas por la instalación del Congreso de Estados Unidos. Connie Chung, una de las presentadoras del noticiero CBS, entrevistaba a la señora Kathleen Gingrich, de 68 años, madre del representante Newt Gingrich, cuando le preguntó qué opinaba su hijo sobre el presidente Bill Clinton.
La señora le contestó que "lo único que me ha dicho es que es listo. Que es un hombre inteligente. Que no es muy práctico, pero es inteligente". Entonces añadió: "Yo no le puedo contar lo que dijo sobre Hillary". Picada por la curiosidad la entrevistadora le dijo: "¿No puede?", a lo que la Gingrich dijo: "No, no puedo". Entonces la periodista insistió: "¿Por qué no me lo susurra, sólo entre usted y yo?" Entonces fue Troya. La señora Gingrich contestó: "Es una perra".
Semejante respuesta produjo sensación en todo el país de inmediato, si bien los directamente afectados quisieron echarle tierra al asunto. Gingrich, como era de esperarse, pasó por encima del hecho de fondo, es decir, si había dicho o no lo que su madre reveló, y a cambio sacó su vieja antipatía por los medios, a los cuales considera excesivamente liberales, al exigir de la CBS una disculpa para su madre. "Creo que es poco profesional y francamente despreciable ir a una madre, que no es política, y pedirle que le susurre para luego compartir lo dicho con todo el país", dijo el senador. CBS se defendió con el argumento de que la señora había ofrecido voluntariamente un punto de vista no solicitado inicialmente.
Pero las palmas se las llevaron Clinton y Hillary al quitarle toda trascendencia a un hecho que hubiera podido agriar el ambiente en un momento político de indudable tensión. El Presidente se rió del asunto y la primera dama, en la inauguración de una escuela, dijo a los niños, en una alusión indirecta, que "la mejor manera de manejar las críticas es no olvidar la regla de oro".