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A R G E N T I N A

Con el agua al cuello

Con el agravante de graves inundaciones, la economía argentina tiene al país al borde del naufragio.

13 de agosto de 2001

Los argentinos esperan siempre que su nación sea la primera en todos los campos. Pero en este caso ese honor resulta extremadamente dudoso, incluso trágico. La semana pasada el país austral se ubicó al tope de la tabla de los países con ‘riesgo país’ más alto, al alcanzar 2.300 puntos, por encima incluso de Nigeria. Para los comentaristas llegar a ese nivel implica la cercanía de una cesación de pagos, o default, de consecuencias imprevisibles. En pocas palabras, la Argentina está quebrada.

En este clima se esperaba que la decisión del gobierno de Fernando de la Rúa de reestructurar la deuda externa aportara cierta tranquilidad a los mercados. La situación económica del país ha llegado al límite.

Y la gente lo siente. Gustavo Tondo tenía 500 hectáreas en la fértil provincia de Buenos Aires. El martes pasado, cuando el riesgo país trepaba por las nubes, Tondo se tiró a un aljibe y se quitó la vida. El día anterior le había llegado el embargo del banco por la falta de pago de sus deudas. Su campo, como un tercio de las tierras de la provincia, está anegado por la peor inundación de que se tenga memoria, sus vacas se ahogaron y el trigo se perdió.

Es la desesperación de los comerciantes, pequeños empresarios, trabajadores y desempleados, que ya no pueden pagar impuestos, deben las cuotas de las hipotecas o de los préstamos otorgados por los bancos y se encuentran al borde de la quiebra. En la calle la idea es que el ministro de economía, Domingo Cavallo, se debe ir, pero el comentario es “De la Rúa ya fue”. En medio de las negociaciones entre los gobernadores y el gobierno, en las que Cavallo casi termina a trompadas, la sensación es de desgobierno. “¿Aguanta de la Rúa hasta el lunes?” se preguntaba un comerciante en el barrio mayorista de Once, mientras la gente se apresuraba a sacar el dinero del banco.

Por las dudas, los gobernadores peronistas suspendieron una manifestación el viernes. “Si la hacemos, De la Rúa se cae”, dijeron. Varios diputados desempolvaron la ley de acefalía, que define la sucesión presidencial, pues en estos momentos no hay vicepresidente.

Con la salida de capitales extranjeros de los países emergentes desde 1998 Argentina entró en recesión. Bajó la producción, cayó la recaudación, aumentó el déficit fiscal y el servicio de la deuda externa (132.000 millones de dólares) empezó a asfixiar al país. Los intereses empezaron a subir, hasta 30 por ciento y 40 por ciento anual en dólares, lo que dejó sin crédito a la industria. La convertibilidad, bandera de Cavallo en el gobierno de Carlos Menem, agravó las cosas pues ata el peso al dólar e impide tanto emitir para financiar el déficit como devaluar para hacer más competitivas las exportaciones,

Hace meses, a tiempo que el Fondo Monetario Internacional le otorgaba un último crédito adicional por 1.500 millones de dólares, el Congreso votó la ley de déficit cero, según la cual sólo se gastaría la plata que ingresara, y aprobó una reducción del 13 por ciento en los sueldos públicos y las jubilaciones. Pero las medidas de Cavallo sólo profundizaron la recesión.

Para el economista Pablo Rosendo González, “la Argentina ya está en default” y la pretensión de que el peso argentino sea igual a un dólar “es un sueño irrealizable, porque los cambios fijos no funcionan en ningún lugar del mundo”. Para González, “el problema es político: un gobierno débil que perdió las elecciones, con un ministro de Economía de otro partido que también perdió las elecciones, autor de la ley de convertibilidad, que ahora lo está matando”.

Buscando salidas

El plan de salvación presupone un difícil acuerdo con los gobernadores para reducir las transferencias de la nación a las provincias en un 13 por ciento. La clave es lograr el apoyo para una reestructuración de la deuda externa, un reconocimiento consensuado de que Argentina no puede pagar en lugar de pegar el portazo y declarar el default unilateralmente. El economista Orlando Ferreres explicó a SEMANA que la idea es reducir los intereses que paga el Estado (12.000 millones de dólares, un 15 por ciento del PNB, cuando hace unos años era el 7 por ciento). Del total de la deuda estatal, 85.000 millones están en manos de residentes en el exterior. A ellos “se les ofrecería un bono cuyo pago sería garantizado por bonos del Tesoro norteamericano por un plazo de unos dos años, con lo cual la tasa de interés bajaría a un 6,5 por ciento”. Los bonos de la deuda actual se comprarían al precio de mercado o algo más (un 50 por ciento a un 70 por ciento del valor nominal).

Sobre los tenedores de bonos internos, se bajaría la tasa de interés a un 7 por ciento, cuando hoy está entre un 30 y un 40, y se reemplazarían los bonos en manos de los acreedores por uno nuevo a un rendimiento más bajo. Estas medidas, sumadas a un ahorro del 13 por ciento sobre los fondos que se remiten a las provincias, permitirían ahorrar unos 9.500 millones de dólares anuales. El problema es que no está claro que los tenedores de bonos acepten alegremente rebajar sus ganancias.

El tiempo se agota. La renegociación de la deuda está en veremos, las aguas suben y amenazan la cosecha, Fernando “de la Duda” no se define y el país espera poder sacar la cabeza, aunque sea para tomar aire.