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Con esos amigos...

Con la crisis de las embajadas, Castro echa por la borda la amistad de su mejor apoyo en Europa.

20 de agosto de 1990

"Si algo necesita Cuba en los momentos que atraviesa, es amistades. Pero es difícil conservar los amigos si se les da tanto garrote", afirmaba en La Habana un ciudadano de la calle. Su comentario iba dirigido a lo que ya se está llamando la "Crisis de las embajadas, un episodio que comenzó con la solicitud de asilo de 12 cubanos en la representación diplomática de Checoslovaquia, que deterioró severamente las relaciones cubanas con España.
El campanazo de alerta se produjo el lunes 9 en la embajada de Checoslovaquia, un país que sostuvo relaciones de socio con Cuba hasta finales del año pasado. Pero desde cuando las fuerzas del Foro Cívico accedieron al poder mediante elecciones libres, las relaciones de Praga con La Habana comenzaron un proceso de deterioro consistente.
Ese lunes, 12 cubanos entraron en la embajada, y un par de días más tarde, otros 5 ocuparon la residencia del encargado de negocios checo, Jan Domok. A tiempo que la representación checa les otorgaba apresuradarnente el status de refugiados, y disponía la repatriación de unos 50 checoslovacos, ("por razones de seguridad"), las autoridades cubanas aseguraban a los medios que los refugiados habían sido inducidos a pedir protección para salir del país por las "irresponsables ofertas de Domok".
Lo cierto es que quienes ocuparon la embajada checa, la abandonaron el martes 17, cuando se entregaron voluntariamente, ante el ofrecimiento de que no se tomarían represalias contra ellos.
Sin embargo, para ese momento el gobierno de La Habana ya debía enfrentarse con un problema de trascendencia mucho más profunda: desde la semana anterior, tres jóvenes cubanos habían ingresado también en la embajada española. Pero el sábado en la madrugada, policías cubanos irrumpieron en la sede diplomática en persecución de un ciudadano que acababa de buscar refugio en el recinto.
En esta ocasión, al contrario de lo sucedido con Checoslovaquia, las partes asumieron el problema con una prudencia inicial que evidenciaba los fuertes lazos que han caracterizado las relaciones hispano-cubanas. Las protestas y contraprotestas se desarrollaban en un tono eminentemente formalista, mientras Fidel Sendacorta, primer secretario de la embajada, afirmaba que los ingresados tenían status de "permanencia temporal" y no de asilados políticos.
Pero esa cordialidad fue flor de un día. El presidente Fidel Castro ya había advertido al cuerpo diplomático, con ocasión de la fiesta nacional francesa, que "por esa vía jamás saldrá del país ningún ciudadano, pues de otro modo se pondría en crisis el trabajo normal y la seguridad de las representaciones diplomálicas".
Lo que para muchos resultó claro es que Fidel se refería a que los ciudadanos que pidieron el asilo no calificaban dentro del concepto de refugiados políticos, y que si se admitía el procedimiento diplomático para dar curso a los emigrantes económicos, (elementos antisociales, para la terminología oficial) la situación podría llevar al caos.
El verdadero estallido de la crisis se produjo dos días más tarde, y el detonante fueron unas declaraciones del ministro de Relaciones Exteriores de España, Francisco Fernández Ordóñez, quien manifestó el lunes en Bruselas que España daría acogida y garantizaría la seguridad de los cubanos que quisieran entrar en su embajada en Cuba.
Esa declaración pareció sacar de casillas a Castro, quien había mantenido hasta entonces una cálida amistad con el presidente del gobierno español Felipe González. Un portavoz de la cancillería cubana afirmó que Fernández Ordóñez "está descalificado desde el punto de vista moral para cuestionar las garantías de que gozan los ciudadanos de nuestro país", y que por sus palabras, "parece hallarse bajo los efectos de un ataque de amnesia histórica". El portavoz emplazó al gobierno español, "si está dispuesto a convertir a su país en una cloaca, que responda en forma inmediata" a la propuesta de Castro de acordar el traslado de los "antisociales" que deseen emigrar.
Esa reacción, calificada de insólita, acabó con la buena voluntad del presidente González, quien ya enfrentaba fuertes críticas por haberse limitado a aceptar las excusas cubanas sobre la violación de su embajada. González no sólo dispuso llamar a consultas a su embajador Antonio Serrano de Heras, sino también suspender la reunión de la Comisión Mixta de Cooperación Hispano-Cubana, que debería celebrarse el miércoles.
Con la crisis de las embajadas,, aún sin resolverse, muchos observadores internacionales apuntaban que la reacción de Castro, que consideraron completamente exagerada, se convirtió en el peor síntoma de que el viejo caudillo comienza a sentirse acosado por el creciente aislamiento internacional de su régimen. Pero esta vez, las iras de Castro se dirigieron contra su mejor socio en el continente europeo, uno que ha estado con él en las duras y en las maduras.
Hoy esos mismos observadores recuerdan que ni en los momentos de mayor tensión ideológica, la España de Francisco Franco, con su ultraderechismo, rompió relaciones con la Cuba comunista de Castro. Pero por lo que parece, el régimen de Cuba, en su terca oposición a la apertura democrática, está perdiendo la percepción de quienes son sus amigos, y quienes sus enemigos.