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Con Saddam en la mira

La agenda de Bush no es nada menos que la reafirmación del poder norteamericano en el mundo, e Irak es el siguiente blanco., 49828

11 de marzo de 2002

Se necesita: Un general iraqui (un coronel también puede servir) capaz de evadir la policía secreta, deponer a Saddam y unificar a los combatientes kurdos, sunitas y chiítas. Debe tener voluntad de hierro pero instintos democráticos. Se prefiere a un musulmán secularizado. Violadores de derechos humanos, abstenerse. ¿Suena exagerado? Encontrar el hombre perfecto que pueda tumbar a Saddam Hussein sin hundir a Irak en la guerra civil, y quien pueda complacer al mismo tiempo a Washington y a las masas antinorteamericanas de árabes no es tarea fácil. La retórica belicosa del presidente George W. Bush ha producido una ola de incredulidad y desaprobación entre expertos, funcionarios y diplomáticos retirados . Bush no puede estar diciendo en serio eso de sacar a Saddam. ¿O no?

Sí puede. El gobierno de Bush aún no ha imaginado el “cómo” o el “cuándo”, pero el presidente parece decidido a acabar con el iraquí. El timetable, dice un alto empleado, no está “ni en los días ni en las semanas pero tampoco en los años”. La consejera Nacional de Seguridad, Condoleeza Rice, ha dicho que el presidente “es un hombre paciente”, pero otro asesor dijo a Newsweek que “el tiempo no está de nuestra parte. No podemos darnos el lujo de esperar a que Saddam consiga una bomba atómica”. Disuadir a Saddam ya no es suficiente, dice. “El es capaz de cometer un monstruoso error de cálculo” como usar un arma de destrucción masiva contra Estados Unidos o sus aliados.

Detrás de las amenazas de Bush contra Irak —y de su guerra contra el terrorismo— hay una agenda más amplia, dicen sus consejeros. Y se trata nada menos que de la reafirmación de la preeminencia norteamericana en el mundo con mayor tendencia a usar la fuerza con o sin aliados y aun a costa de bajas estadounidenses. Algunos de los asesores creen que tras la guerra del Vietnam el péndulo se inclinó demasiado hacia el multilateralismo y el anti intervencionismo. Hoy ellos están tratando de traerlo de vuelta.

Esto ha resultado una sorpresa viniendo de un presidente que, como candidato, prometió ser fuerte pero “humilde” en temas extranjeros. Especialmente desde el 11 de septiembre, Bush ha mostrado un liderazgo sin disculpas. “A mí no me importan las encuestas”, les dice a sus consejeros. (Lo cual es fácil , concede uno de ellos, cuando la aprobación es de más del 80 por ciento). Pero en Irak, al menos, existe la posibilidad de que el presidente se exceda. Tumbar a Saddam podría transformar el Oriente Medio , asegurar los intereses norteamericanos, darle un empujón al comatoso proceso de paz palestino-israelí. Pero podría conducir a un cataclismo de dimensiones inesperadas.

Los principales proponentes de esta nueva actitud, el vicepresidente Dick Cheney y el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, han esperado por esta oportunidad por largo tiempo. Hace más de 25 años, cuando Cheney y Rumsfeld era brillantes jóvenes del gobierno de Gerald Ford (Cheney como jefe de gabinete y Rumsfeld en el puesto de hoy) la “presidencia imperial” estaba en retirada. Vietnam y Watergate habían dañado al poder ejecutivo. El Congreso y la prensa iban en ascenso. Los escándalos y el juego de las recriminaciones eran la rutina diaria. En el Pentágono y la CIA, que habían sido los bastiones del espíritu pendenciero del “sí se puede” la burocracia se congeló, se volvió más lenta y adversa a los riesgos. Rumsfeld y Cheney llegaron a creer que ante los ojos del mundo Estados Unidos se había vuelto un tigre de papel. Hace más de un año, cuando fue escogido como secretario, Rumsfeld le dijo a Bush que era inevitable la llegada de una crisis y que el nuevo presidente debía estar dispuesto a “echarse hacia adelante” para mostrarle al mundo que Estados Unidos dejaría de sacarle el cuerpo a la confrontación. Bush estuvo de acuerdo con el corazón, recordó Rumsfeld a Newsweek. Esa crisis arribó el 11 de septiembre.

En estos días el ambiente guerrerista en los niveles más altos del gobierno Bush parece sacado de los años 50. La escogencia de las palabras de Rumsfeld son reveladoras. “Echar para adelante” es un eufemismo de la Guerra Fría: los funcionarios de la CIA en los años 50 y 60 recibían instrucciones de “echar para adelante” en sus memos dirigidos a sus superiores. Tras un largo período de dudas y decadencia, la CIA está disponiéndose para realizar acciones encubiertas —sombras de los planes de la Agencia para derrocar los gobiernos de Irán (1953) y Guatemala (1954). Está regresando “la guerra sicológica”, toda esa ira de los años iniciales de la Guerra Fría, cuando el capitalismo y el comunismo competían en el mundo por los “corazones y las mentes”. Cuando los periodistas que cubren el Pentágono cuestionaron el papel de la recién creada Oficina de Influencia Estratégica, Rumsfeld aseguró que su departamento no diseminaría historias falsas. Pero el consultor de relaciones públicas contratado por el Pentágono, el Rendon Group, tiene historia en el manejo de “operaciones negras”, sostienen fuentes de inteligencia. Entre ellas está una campaña de rumores después de la guerra del Golfo para convencer a los iraquíes de que Saddam es impotente. (El Rendon Group niega entregar ninguna falsedad a los medios).

¿Será que el gobierno de Bush se echa demasiado para adelante en la persecución del mal? Los “trucos sucios” de la CIA suelen salir por la culata. En los últimos 50 años la agencia contrató unas estrellas de cine porno para mostrar al presidente Sukarno teniendo relaciones sexuales con prostitutas. La película estaba destinada a hacer que Sukarno pareciera depravado ante sus seguidores musulmanes. Pero los indonesios se entusiasmaron ante la aparente fuerza sexual de su líder. Más dañosa resultó ser la reputación de la CIA de respaldar regímenes de derecha contra revolucionarios populares.

En el caso de Irak, podría existir un factor de contrapeso en la máquina de Bush: el secretario de Estado Colin Powell. Como presidente del Estado Mayor Conjunto en la administración del Bush ‘41’, el general Powell fue un defensor de la prudencia, y trabajó para enfriar a los que creían que la intervención armada podía ser barata o fácil. Hoy los moderados han contado con Powell para dominar a los halcones del Bush ‘43’. Por eso hubo sorpresa y decepción en círculos del establecimiento cuando, en entrevistas y declaraciones ante el Congreso, Powell le hizo puntual eco a la retórica presidencial del “eje del mal” y advirtió que Estados Unidos se enfrentaría a Irak, sin aliados si fuera necesario. Algunos dicen que Powell, como buen soldado, simplemente se ha cuadrado en asentimiento a la campaña de su comandante en jefe. Pero un viejo personaje del mundillo vio en Powell a un operador más sutil.

“Las tácticas de Colin han cambiado”, dice esa fuente. “Pero su corazón no”. Maestro en el juego de Washington, Powell podría ver que la mejor manera de disuadir de una incursión precipitada y desastrosa es andar con la corriente. Bush ha ordenado a sus consejeros producir un plan para un “cambio de régimen” en Irak. Tras examinar las opciones el presidente, como Powell, puede estar convencido de que no hay forma fácil de salir de Saddam. Mejor seguir disuadiéndolo con sanciones y la amenaza de la fuerza.

Sin duda Saddam es un blanco difícil. Algunos asesores de Rumsfeld quieren aplicar las lecciones de Afganistán a Irak. Los Talibán fueron derrotados por pequeños grupos de Fuerzas Especiales unidos a insurgentes locales con armas electrónicas lanzadas desde aviones norteamericanos. En Irak, sin embargo, Estados Unidos podría tener problemas para encontrar una fuerza subrogada para atacar a la Guardia Republicana de Saddam, reconstruida desde la guerra del Golfo. El ex banquero Ahmed Chalabi, el líder del grupo de oposición más conocido, el Congreso Nacional Iraquí, es calificado como un oportunista sin ninguna ascendencia popular. La CIA, entre tanto, trabaja buscando su propio príncipe a caballo para que entre al galope a Bagdad. Es dudoso que haya voluntarios. Los kurdos y los chiítas aún se quejan del abandono en que los dejó la CIA tras la guerra del Golfo.

Los halcones aseguran que una vez la revolución estalle y las bombas comiencen a caer, el pueblo iraquí, mucho del cual odia a su dictador, se levantará contra él. En este escenario, la propia Guardia de Saddam marcharía a palacio. ¿Pero qué pasaría si las tropas permanecieran quietas y el pueblo no saliera a recibir a sus libertadores con los brazos abiertos? Los norteamericanos tendrían que abrirse paso casa por casa. En el Pentágono sienten escalofríos ante esa posibilidad. Black Hawk Down fue una película realista. El Estado Mayor Conjunto dice que invadir Irak requeriría entre 100.000 y 200.000 soldados. (En el Golfo Estados Unidos envió 500.000 soldados, pero eso fue exagerado, y las bombas son más inteligentes hoy.)

Es posible que Estados Unidos consiga la cooperación de Turquía y Kuwait. Arabia Saudita será más difícil. Como mínimo, Estados Unidos necesitará usar su espacio aéreo y el único puesto de comando en la región es el de la base Prince Sultan. Los príncipes sauditas ya se han opuesto a un ataque norteamericano sobre una capital árabe, Bagdad incluida. Se espera que el viaje de Cheney sirva para que cambien de opinión. Los sauditas querrán recibir seguridades de que Estados Unidos solucionará el caos tras la caída de Saddam. Y también podrían exigir apoyo para su plan de paz entre Israel y los palestinos.

A Bush ‘43’ le gustaría forjar una coalición como el nuevo orden mundial de su padre en la guerra del Golfo. Pero los aliados europeos de Estados Unidos amenazan con mantenerse al margen. Es concebible que Estados Unidos pueda conseguir apoyo al provocar un casus belli. Se espera que en la próxima primavera el Consejo de Seguridad de la ONU exija que Saddam permita la entrada a Irak de expertos en armas de destrucción masiva. Si el iraquí dice que no, podría haber más apoyo para la intervención. Pero algunos en la ONU temen que Saddam se haga el loco y diga que sí. Washington no quiere el juego que Saddam practicó con la ONU durante el gobierno Clinton. Un alto funcionario le dijo a Newsweek que Estados Unidos exigirá inspección “total, ilimitada, 24 horas al día y 365 días al año”.

Hay una incertidumbre más impresionante. El hombre fuerte de Irak no es un suicida. ¿Pero qué pasaría si se siente acorralado, con la creencia de que vienen por él vivo o muerto? ¿Podría usar sus armas de destrucción masiva? Antes de la guerra del Golfo, el secretario de Estado de Bush ‘41’, James Baker, advirtió a Saddam que si Irak usara sus armas, Estados Unidos no se sentiría impedido de usar las suyas. Pero los objetivos en 1991 no incluían “cambio de régimen”.

El equipo de Bush le podría advertir que Saddam carece de la capacidad para usar un arma masiva contra Estados Unidos . Pero la inteligencia es imperfecta y no podrán ofrecer garantías. El presidente deberá decidir por sí mismo. Ese será el momento en el que sopese el costo de luchar contra el mal y sienta el verdadero peso de ser el comandante en jefe.