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Los 115 cardenales se reunieron en la Capilla Sixtina, que Miguel Ángel pintó entre 1508 y 1512. | Foto: AP

ELECCIÓN

Cónclave: los secretos de una sorpresa

Cómo y porqué el Cónclave eligió papa al argentino Jorge Mario Bergoglio.

16 de marzo de 2013

Eran las 8:10 de la noche y lloviznaba sobre el Vaticano. Ya hacía una hora que un humo blanco, denso, se había escapado de la chimenea sobre el techo de la Capilla Sixtina. Más de 50.000 personas esperaban en la Plaza de San Pedro. La guardia suiza y la banda de guerra de los Carabinieri estaban firmes. Y 2.470 canales de televisión escrutaban el balcón de la basílica, con el afán de ponerle una cara y un nombre al reemplazo de Benedicto XVI. Todos pensaban ver a un italiano,  un brasileño o tal vez un canadiense. Pero vaticanistas, apostadores e incluso prelados se equivocaron. 

Nadie se imaginó que los 115 cardenales del Cónclave iban a escoger en tan solo dos días al argentino Jorge Mario Bergoglio, simplemente Francisco. Un papa latinoamericano, jesuita, de 76 años y con un solo pulmón no estaba en los planes de nadie. Pero la Iglesia tenía que salirse de los caminos trazados para vencer los pecados que la carcomen, la erosión de la fe y la conmoción que dejó la renuncia de Benedicto XVI hace cinco semanas. 

Angelo Scola, arzobispo de Milán, consentido de Joseph Ratzinger, entró a la Capilla Sixtina con la elección en el bolsillo. Le daban hasta 50 votos en la primera ronda. Pero, bajo El juicio final de Miguel Ángel, las cosas se complicaron para el italiano. En la capilla, aislada del mundo, entre rezos, corillos y negociaciones secretas, según el diario italiano La Stampa el Cónclave se dividió desde el principio en varios bandos.

Un grupo de purpurados, no europeos, buscaban una nueva dirección, más abierta al mundo, más transparente, menos retardataria. Algunos latinoamericanos sabían que esta era la oportunidad para reclamar el poder que les dan los 480 millones de católicos en el continente. Al otro lado estaban 28 italianos, con el peso electoral para reconquistar el trono de San Pedro después de 35 años de papas extranjeros y entregárselo al ultrafavorito Scola. 

Pero el clan itálico tenía heridas mortales. Pocos salieron inmaculados de los Vatileaks, de los escándalos financieros del Banco Vaticano o de las grescas por el poder. Unos días antes del Cónclave, en las Congregaciones generales ya habían enfrentado ataques de los cardenales “extranjeros”  por la “corrupción romana”. Si la Iglesia quería un cambio, difícilmente se lo iba a dar la vieja iglesia italiana, nutrida con los festines de la burocracia. 

Además los italianos no lograron formar un equipo. Los enfrentamientos de los últimos años entre Tarcisio Bertone (secretario de Estado de Benedicto XVI) y Angelo Sodano (secretario de Estado de Juan Pablo II) se trasladaron a la capilla. Y ninguno de los dos puso su maquinaria al servicio de Scola. 

Con esas perspectivas, como ya había pasado con la elección de Karol Wojtyla en 1978, se abrió una vía para un candidato inesperado. Según periodista italianos, el arzobispo de Milán dijo en el almuerzo del miércoles que no quería que la suya fuera una “candidatura de división” e invitó a “trabajar por la unidad”. Y el pontificado quedó en bandeja para el papa del  “fin del mundo”, como se describió el propio Bergoglio a los feligreses. Según el Corriere della Sera de Milán, Bergoglio barrió con más de 90 votos, muy por encima de los 77 requeridos. Para los cardenales, el argentino resultó ser una combinación perfecta, un compromiso ideal, para purgar la Iglesia. 

En efecto, al hacer carrera en Buenos Aires, siempre estuvo a años luz de las trampas del Vaticano, de la curia y de sus intrigas. El año pasado, en medio del escándalo de los Vatileaks, dijo que “el arribismo, la vanidad, lo mundano son los peores pecados de la Iglesia”. Palabras que estaban en sintonía con el cansancio de Benedicto XVI.   Además, al ser argentino y latinoamericano, pero de padres italianos, al haber estudiado en Alemania y al ser jesuita, una orden trasnacional con misiones en 127 países, resultaba perfecto para estas épocas de globalización. Ideal para una Iglesia romana de origen, pero que está en plena expansión en África y Asia y en medio de una lucha por mantener su peso en América. 

Bergoglio también tenía la carta del trabajo pastoral, de la humildad y de la cercanía con los pobres. En Buenos Aires sacó la liturgia de la soledad de las iglesias y la llevó a barriadas, plazas y estaciones de tren. Combatió desde la trinchera muchas batallas que la Iglesia tiene en el resto del mundo. En Argentina se enfrentó a una sociedad cada vez más secular, a un gobierno que impulsa reformas progresistas y al crecimiento imparable de los evangélicos. 

Para rematar Bergoglio trasciende las divisiones entre conservadores y moderados. Se opuso al matrimonio homosexual, rechazó el aborto y es cercano al poderoso movimiento tradicionalista italiano Comunione e Liberazione, pero pertenece a la Compañía de Jesús, considerada como una de las más liberales de la Iglesia. Como escribió El País de Madrid, Bergoglio es “conservador, ma non troppo”. 

Pero tal vez lo que terminó por inclinar la balanza a su favor fue su experiencia en el último Cónclave. Hace ocho años llegó a la final frente a Ratzinger, en una competencia que un cardenal comparó con “una carrera de caballos”. Después de varias rondas reñidas, decidió, “casi entre lágrimas”, dar un paso al costado. En ese momento tal vez pareció que se había quemado. En realidad ganó experiencia, dejó una base electoral, logró ser reconocido más allá de los muros del Vaticano y le hizo un favor a Ratzinger. Años después, cuando renunció al arzobispado de Buenos Aires por su edad, Benedicto XVI lo mantuvo en su puesto y dejó abierto su camino hacia el trono de San Pedro. 

Francisco desde ya marcó un cambio de estilo. Como le dijo a SEMANA Marco Politi, periodista vaticanista, “en la Capilla Sixtina, Bergoglio recién elegido recibió el homenaje de los cardenales de pie en lugar de sentarse en su trono papal. En la plaza se presentó con una simple cruz de metal. Fue a la basílica de Santa María Mayor en un carro sencillo y no en el potente Mercedes-Benz papal, el famoso Scv 001. Y todos notaron que ahora los lujosos mocasines rojos de Ratzinger quedaron archivados”.  (Ver entrevista)

¿Los suyos serán cambios cosméticos, que no toquen los problemas profundos de la Iglesia? El argentino es viejo y las fieras de la Curia pueden comerse un papa demasiado idealista. Tal vez para asegurar el éxito de su misión escogió su nombre en honor a Francisco de Asis. El italiano del medioevo no solo es recordado por sus votos de pobreza, su humildad y su fe. También logró domar a un lobo terrible y feroz que devoraba animales y hombres. Fue uno de los milagros del santo. Quizá también lo logre Francisco, el argentino. 

Pero no hay que ilusionarse con que Roma sea más abierta con los derechos homosexuales, con la inclusión de las mujeres o con la contracepción. Sin embargo, en las últimas semanas el Vaticano ha vivido transformaciones profundas. Que un papa renuncie y que lo reemplace un jesuita latinoamericano es una metamorfosis que socava dogmas, imaginarios y mitos. Aún no una revolución, pero en el Vaticano hay un aire de primavera que inunda los pasillos.