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En las calles parisinas, decenas de personas se enfrentaron a la Policía para protestar por 30 años de fracasos en la lucha contra el calentamiento climático. En Berlín también hubo manifestaciones. | Foto: A.P.

MEDIOAMBIENTE

Cumbre de París: el esquivo acuerdo que cambiaría al mundo

Resulta increíble la dificultad para encontrar soluciones al cambio climático. Semana le explica por qué este es el asunto más clave de la política internacional.

5 de diciembre de 2015

Pocos temas reúnen tanto consenso como el objetivo de salvar el planeta del calentamiento global. A su vez, pocos asuntos producen tantos y tan conmovedores discursos como la necesidad de detener despilfarro de recursos, de crear modelos sostenibles de desarrollo y de evitar que el mundo se convierta en un desierto. La XXI Conferencia de las Partes (COP21) sobre el Cambio Climático, que reunió esta semana a 150 líderes y a cerca de 30.000 diplomáticos en las afueras de París, confirmó esa realidad.

El lunes, el presidente de Francia, François Hollande, abrió el evento anunciando que “nunca antes el mundo había enfrentado un desafío tan grande”. El martes, su colega estadounidense, Barack Obama, afirmó que este podría ser “el momento en el que por fin decidimos salvar nuestro planeta”. Y el mismo día, haciendo eco de muchos de los discursos pronunciados, el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, señaló que el fin de la reunión era “escribir el guion de un nuevo futuro de esperanza, seguridad y dignidad para todos”. El nuevo director de la Agencia Internacional de Energía, Fatih Birol, fue incluso más explícito al señalar que la cumbre de París era “nuestra última esperanza”.

Pero como su nombre lo indica, la COP21, no es la primera vez que los líderes mundiales se reúnen para debatir la cuestión. De hecho, en 1992 los mandatarios de 150 países se reunieron en la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro para “prevenir interferencias humanas peligrosas en el sistema climático”. Y desde 1995, cuando se celebró en Berlín la primera conferencia de seguimiento sobre ese tema, año tras año centenares de presidentes, cancilleres y ministros se han reunido para intercambiar ideas sobre una catástrofe ambiental cada vez más evidente.

Pero lo cierto es que, además de dialogar y de tomar apuntes, es muy poco lo que se ha avanzado en la búsqueda de herramientas efectivas para detener un proceso destructivo sobre cuyas causas y consecuencias existe un consenso casi generalizado. De hecho, según una encuesta publicada este año por el Pew Research Center (PRS) la mayoría de los habitantes de 40 países sondeados ve el calentamiento climático como un problema muy serio. Y razones no les faltan: la mayoría de los glaciares están perdiendo sus casquetes, un tercio de las tierras cultivables han dejado de serlo, las continuas inundaciones tienen a muchas islas del Pacífico a punto de ser inhabitables, y las sequías azotan a metrópolis como Los €Ángeles o São Paulo.

Las razones por las que ha sido tan difícil avanzar son variadas y revelan tanto la enorme complejidad del tema, como los desafíos políticos sin precedentes que plantean encontrar soluciones. Para comenzar, se trata de un problema que los gobiernos no están preparados para lidiar, pues aunque la conciencia del peligro es grande, los incentivos políticos son pocos y los beneficios relativamente intangibles. Como le dijo a SEMANA Jeffrey A. Frankael, profesor de la Universidad de Harvard, “por un lado, cada país sabe que sus acciones individuales no harán gran cosa para resolver el problema. Por el otro, las verdaderas consecuencias de no hacer nada están lejos, en el futuro. Y a ningún político le da votos evitar algo que sucederá dentro de varias décadas”.

A su vez, se trata de un tema que tiene profundas consecuencias para las finanzas públicas y para las grandes fortunas privadas. Martin Beniston, director del Instituto de las Ciencias Ambientales de la Universidad de Ginebra, afirmó en diálogo con esta revista que “las cuestiones económicas suelen eclipsar cualquier otra preocupación mundial. Y como el carbón y el petróleo son los grandes causantes del calentamiento climático pero también los principales fuentes energéticas de nuestras economías, es fácil que los políticos se dejen presionar por los poderosos ‘lobbies’ pagados por el sector industrial para que no adopten medidas que afecten sus negocios”.

En efecto, las reticencias de los aspirantes republicanos para la Presidencia de los Estados Unidos a reconocer el calentamiento climático se explica porque entre sus mayores contribuyentes se encuentran las principales empresas petroleras y carboneras de su país. Y eso marca la tendencia de su partido. Según la encuesta del PRS, mientras que el 45 por ciento de los estadounidenses piensa que “el cambio climático es un problemas muy serio”, apenas el 20 por ciento de los republicanos respalda esa afirmación. Esa diferencia sería anecdótica en un país con un bajo nivel de contaminación, pero se vuelve central pues Estados Unidos es uno de los responsables históricos del calentamiento climático.

También, uno de los países que podría sabotear los acuerdos de esta cumbre. “Los republicanos han dicho con claridad que si alguno de ellos llega a la Casa Blanca tratará de hacer todo lo posible por revertir las políticas ambientales desarrolladas por Obama”, dijo Beniston. No se trata simplemente de una cuestión ideológica, pues ese grupo es el que menos dispuesto está a renunciar a un modo de vida basado en la abundancia de bienes materiales, cuyo consumo desaforado es insostenible desde el punto de vista ecológico.

Lo más grave es que un patrón similar se repite en otras democracias de países ricos que lideran los escalafones de emisiones, como Australia y Canadá. En buena medida, los años 2000 fueron una década perdida en materia ambiental por la resistencia de esos países a cortar sus emisiones, e incluso a su saboteo de los tímidos avances que se habían logrado en la materia, como el Protocolo de Kioto, que Canadá abandonó y Estados Unidos no ratificó.

Sin embargo, aun cuando todas las naciones estén de acuerdo en que es necesario actuar, existen fuertes diferencias sobre a quién corresponde el grueso de la responsabilidad. India, en particular, ha insistido en que no ve por qué debe dejar a 300 millones de sus ciudadanos en la miseria debido a un problema que crearon los países más ricos mientras se desarrollaron en el siglo XX. Pero ese argumento, que en teoría parece razonable, significa que el país no piensa dejar de quemar carbón a menos que las principales economías le subvencionen una forma de desarrollo sostenible. Lo que en plata blanca significa el traspaso de miles de millones de dólares a su economía. Una verdadera papa caliente que ha encontrado la vehemente oposición de muchos políticos europeos y estadounidenses, que temen que ese dinero se pierda debido a los altos niveles de corrupción en los países en vías de desarrollo.

A eso se suma un hecho ampliamente conocido por muchos latinoamericanos, africanos y asiáticos, y es que muchas veces las leyes o no se aplican o solo se cumplen a medias, según el criterio de poderes locales, señores de la guerra, narcotraficantes o miembros de grupos armados. El problema es que la humanidad no se puede dar el lujo de esperar a que se resuelvan todos sus problemas sociales y políticos para tomar decisiones de fondo en materia ambiental. Por ahora, todo indica que sea cual sea el consenso alcanzado en París el próximo 11 de diciembre, el verdadero desafío comenzará cuando se traten de llevar a la práctica las buenas intenciones expresadas esta semana por los líderes mundiales.