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CORAZONES ROTOS

Veintidós años después del golpe militar el camino para la reconciliación en Chile cada vez está más lejano.

16 de octubre de 1995

HASTA EL SUR DEL CONTInente americano no parece llegar el refrán que reza que las pasiones, al igual que las heridas, sanan con el tiempo. En Chile cada año, desde que las Fuerzas Armadas dieron el golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende el 11 de septiembre se confrontan dos visiones sobre lo sucedido. El lunes pasado, al cumplirse 22 años desde aquellos sucesos, las pasiones revivieron con más fuerza. Como ya es costumbre, el presidente Eduardo Frei se ausentó del país para no comprometerse ni con ofensores ni con ofendidos.
Lo extraordinario de este 11 de septiembre fue el resultado. Por primera vez desde que Pinochet dejó el poder los actos terminaron con un muerto, un joven que protestaba contra la impunidad y fue baleado por carabineros. Otras cinco personas fueron heridas y hubo 169 detenidos. Este saldo era presumible pues durante los últimos cuatro meses la tensión entre el gobierno y la oposición de derecha, que apoyò a la candidatura, se ha incrementado día a día en Chile. Con la condena a prisión por parte de la Corte Suprema de dos ex militares, la derecha y las Fuerzas Armadas iniciaron una campaña para poner punto final a las investigaciones sobre las violaciones a los derechos humanos.
El gobierno envió en agosto al Congreso un paquete de reformas para solucionar los problemas pendientes de la transición. El paquete incluye: una reforma a la ley de las Fuerzas Armadas que otorga al Presidente facultades para llamar a retiro a generales de las Fuerzas Armadas, una reforma constitucional que acaba con los senadores designados por la dictadura y que modifica el Consejo de Seguridad Nacional y el Tribunal Constitucional, y una ley para acelerar las investigaciones sobre el destino de los detenidos desaparecidos. Pinochet y la derecha se han negado a aceptar la posible enmienda al régimen militar, por lo cual se desató una guerra de declaraciones. Días antes del 11 de septiembre el asunto cambió de color cuando un diputado de derecha agredió por la espalda a su colega Jorge Schaulsohn, quien es el presidente del Partido por la Democracia. Con esos antecedentes, el gobierno decidió nuevamente impedir que la manifestación de los sectores democráticos pasara el día 11 de septiembre por el lado del Palacio de la Moneda. Esa medida sólo logró que los grupos contestatarios reafirmaran su creencia de que el gobierno favorece a la derecha, pues temen que pretenda solucionar las violaciones a los derechos humanos favoreciendo a los culpables para no tener conflictos con el general Pinochet y las Fuerzas Armadas.
Ese día el General sembró la violencia cuando en un discurso de saludo a sus tropas acusó a las víctimas diciendo que "las groserías que lanzan aquellos que fueron derrotados y que estaban preparando la guerra civil.. ¡hoy ofenden! es por el resentimiento de ellos. Ellos fueron los causantes y ellos fueron los asesinos". Desde el mausoleo de Allende, Camilo Escalona, presidente del Partido Socialista, le respondió que "Naturalmente, no podemos dejar sin respuesta tal infamia, porque hasta el 11 de septiembre de 1973 no había detenidos desaparecidos, no había ejecutados políticos, ni había apremios ilegítimos (torturas) en los cuarteles secretos".
Las horas siguientes fueron difíciles. Mientras Pinochet almorzaba en un lujoso restaurante campestre, al otro extremo de la ciudad el acoso de las fuerzas policiales convirtió una liturgia en un campo de batalla. Los combates siguieron toda la noche en las barriadas pobres. Los daños materiales sobrepasaron los tres millones de dólares, pero el peor balance es el político. En eso coinciden gobierno y oposición: la reconciliación aún está muy lejos de lograrse. Tanto que el secretario adjunto para asuntos de seguridad internacional de Estados Unidos, Joseph Nye, se creyó obligado a recordar que "la preferencia de Estados Unidos por un control civil de las Fuerzas Armadas ha sido expresada claramente en una cantidad de mensajes".
Las misivas enviadas por el presidente Eduardo Frei desde México mantuvieron la tónica del llamado a la reconciliación. Sólo el día 12 llamó a fortalecer la democracia, diciendo que "es la principal garantìa de la dignidad de los hombres ... ".