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La zona fronteriza entre Corea del Norte y Corea del Sur es hoy uno de los sitios más peligrosos del mundo. | Foto: Orlando Gómez/SEMANA

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Corea: miedo en la última frontera

La zona fronteriza es hoy el sitio más peligroso del mundo. Orlando Gómez, de SEMANA, estuvo allí.

Orlando Gómez
14 de abril de 2013

Los coreanos, de ambos lados, están siempre preparados para el combate. Es un estado de alerta que ha existido desde el 27 de julio de 1953, cuando se acordó un  armisticio para acabar la guerra de tres años entre los dos hermanos. Pero ese tratado no ha sido sustituido por uno de paz definitivo, por lo que ambos bandos permanecen técnicamente en guerra, desde hace seis décadas.

Ahora, cuando el régimen estalinista de Kim Jong-un, en Corea del Norte, ha vuelto a colocar a su vecina Corea del Sur y Estados Unidos en el punto de mira de sus misiles, la frontera más militarizada del mundo que, irónicamente, es conocida como Zona Desmilitarizada (ZDM), recobra actualidad.

Se trata de Panmunjon, la franja terrestre de unos cinco kilómetros de largo y 250 de ancho, que separa a las Coreas, dos mundos cada vez más diferentes. Al mismo tiempo, es una división ficticia a través del también imaginario Paralelo 38.

Lo primero que se observa al llegar allí es una alambrada electrificada y grandes depósitos de explosivos a cada lado de la excelente carretera que desde Seúl, la desarrollada capital de Corea del Sur, lleva hasta Pamunjon. También hay un ferrocarril, en cuya estación hay que registrarse y mostrar todos los documentos.

Límite e historia

Pamunjon es como un  cuartel lleno de soldados coreanos y estadounidenses en traje de campaña. Hay un edificio donde las partes en conflicto se reúnen (o se reunían) para hablar. A un lado permanecen los guardias del norte que miran recelosamente a sus pares del sur. Y también es un lugar con varias salas de conferencias, donde los militares proyectan películas para indicar a los visitantes cómo es la zona y recordarles un poco de historia: por ejemplo, que Washington y Moscú, en 1945, tras derrotar a los japoneses que ocupaban el país desde 1910, propusieron la línea divisoria.

La parte norte de la península quedó para los soviéticos y el sur para los estadounidenses. Cinco años más tarde, las tropas comunistas, con ayuda de la Unión Soviética y China, intentaron apoderarse del sur y se inició la guerra de Corea, un conflicto que duró tres años y separó a familias enteras. Los historiadores recuerdan que unos ocho millones de personas se vieron afectadas por la situación. Los soldados estadounidenses estuvieron bajo el mando del general Douglas MacArthur.

Allí estuvo presente Colombia -el único país latinoamericano, junto a otras 18 naciones del mundo-  cuyo gobierno, presidido por Laureano Gómez, envió 4.314 combatientes al lejano conflicto asiático. 111 oficiales y 590 suboficiales participaron en operaciones de guerra y el resto en la vigilancia del armisticio. El saldo final para el llamado Batallón Colombia fue de 639 bajas en combate: 163 muertos en acción, 448 heridos, 28 prisioneros que fueron canjeados y 47 desaparecidos.

Un monumento en Panjumnón recuerda a los militares colombianos, cuya intervención todavía es criticada. ¿Qué tenía qué ver un país suramericano en una guerra en Asia?, se preguntan muchos internacionalistas.

En este particular sitio, cada día cientos de turistas se toman fotos junto a vestigios de la guerra, convertidos en monumentos, o adquieren souvenirs -como postales, gorras o chaquetas tipo militar-, en las tiendas existentes.

Turismo y terrorismo

La guía coreana que me acompañaba decidió que visitáramos uno de los cinco túneles descubiertos, debajo de la DMZ, que los norcoreanos utilizaron varias veces para infiltrarse. Hay que colocarse un casco blanco y acomodarse en un pequeño ferrocarril y luego bajar unos 200 metros.

Allí, en medio de la humedad por el agua que baja por las paredes, los soldados indican a los ‘viajeros’ cómo entraron los ‘enemigos’ y cómo fueron repelidos. También recuerdan que en la parte surcoreana hay muchos terroristas infiltrados y, lo que es peor: que al otro lado hay misiles cargados con armas biológicas que pueden ser lanzados en cualquier momento. No descartan, tampoco, la amenaza nuclear.

El capitán Joshua Smith, del contingente estadounidense, explica que el equipo militar de las tropas norteamericanas y surcoreanas  es superior al de Corea del Norte; sin embargo, el problema es de números: Pyongyang cuenta con un poco más de un millón de soldados, mientras Estados Unidos y Corea del Sur tienen en total unos 600.000 tropas. “Los norcoreanos perfectamente podrían avanzar en oleadas sobre la frontera si quisieran, pero, claro, sería un suicidio”, comenta y sostiene que “otra guerra le costaría la vida a miles de personas en ambos lados, especialmente cerca de la ZDM”.

“No creo que se atrevan”, indica explicando que las recientes y continuas subidas de tono -así como los últimos actos hostiles- de Corea del Norte, responden, más que a su intención real de atacar, a una estrategia política del Régimen para fortalecer su posición en el interior del país y hacia el exterior.

Mientras tanto, en una alambrada cerca de la ZDM un anciano coreano mira hacia el norte y llora. Viene aquí cada año para observar el horizonte, nada más. Toda su familia se encuentra al otro lado y sabe que tal vez nunca podrá reencontrarse con ellos.