Home

Mundo

Artículo

CUATRO MILPAS...

La demora en las negociaciones hace que los zapatistas, hasta hace poco arbitros de la situación en Mexico, estén perdiendo el terreno ganado.

4 de septiembre de 1995

LAS CALLES EMPEDRADAS, las casas coloniales pintadas de blanco y colores pastel, los caminantes de rostro indígena, son el panorama del sur de México en el que todo está tranquilo. Con este telón de fondo, cada mes un grupo de enmascarados y de voceros oficiales se encuentra en San Andrés Larraizar para sentarse a unas negociaciones sobre la paz o la guerra que por interminables parecen ser un suceso más del realismo mágico de América Latina.
Porque todo apunta a que México tiene hoy una guerrilla sin capacidad militar ni armas con qué pelear, pero que esgrime una gran idoneidad en marketing político para obligar al gobierno de Ernesto Zedillo a sentarse a escucharla una vez al mes.
El Ejército Zapatista de Liberación Nacional -EZLN- se proyectó el primero de enero de 1994 como la imagen heroica de esa insurgencia que habita en cada mexicano cansado de que el Partido Revolucionario Institucional -PRI- siga manejando su destino después de 66 años. Sin embargo, un año y medio más tarde, los rebeldes se han desgastado en medio de especulaciones según las cuales son una fuerza de papel tal vez creada por alguno de los poderes políticos para sus propios fines.
Los rumores se basan, por ejemplo, en que después de las tomas a las poblaciones de Chiapas ocurridas el primero de enero de 1994, se descubrió un campo de entrenamiento montado con toda una puesta en escena que en términos económicos significa una inversión respetable.
Jorge Castañeda, uno de los politólogos que lideró un grupo de intelectuales por la democracia en el asunto de Chiapas, dijo a SEMANA que "las armas no existieron, el Ejército Zapatista no es ni fue nunca una fuerza militar. Pudo, durante un tiempo, cosechar los frutos de una espléndida operación escénica -la toma de San Cristóbal-. Pudo luego contar con la convergencia de diversos intereses creados, pero nada más".
El deterioro de la imagen de los zapatistas se refleja en la prensa que cada vez le da menos espacio a sus agresivos comunicados que contradicen su actitud en la mesa de negociaciones.
Para el periodista mexicano Marcos Romero, subdirector de la agencia italiana Ansa, los términos zapatistas "rayan entre el apocalípsis y la paranoia, porque tienen un tono fatalista, dicen que si no se les atienden sus demandas habrá guerra y volverán a tomar las armas. Una prolongación tan larga del conflicto, aunque no haya balas resulta difícil de soportar y por eso algunas de las bases zapatistas han desistido".
El gobierno a su vez asegura que hay luces que predicen el éxito y persiste en su estrategia de que el EZLN se convierta en un partido político propuesta que no parece encajar en los planes de la insurgencia como si temiera que su fuerza se reduciría sustancialmente para ser uno más de los débiles interlocutores del PRI.
La estrategia del gobierno mexicano ha sido desde el principio hábil, ya que está dispuesto a escuchar, pero no a ceder. Ha designado a tres interlocutores, Manuel Camacho Solís, el polémico priísta que las malas lenguas califican como el padre del zapatismo actual; Jorge Madrazo, al que el EZLN ignoró, y Marco Antonio Bernal, el vigente y quien en el panorama nacional tiene fama de hombre duro.
La última posición del subcomandante Marcos, el líder máximo de los guerrilleros, es ahora que el mismo pueblo diga qué va a pasar con ellos y qué rumbo deben tomar, y ha convocado a una consulta popular de la que muy pocos estan enterados, pero que según el analista Carlos Monsivais busca "obtener de la sociedad civil lo que a los zapatistas les interesa en este momento: el mandato de paz. Quieren que sea la sociedad la que los inste ya a concretar los puntos del diálogo y a incorporarse lo más pronto que sea posible al movimiento de los partidos". Amanecerá y...