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Foto: Jerónimo Rivero.

CRÓNICA

Cultos mineros y rituales de producción en las minas bolivianas

Bolivia es un país minero. El 81% de los mineros trabajan bajo una organización cooperativista. Pasamos unos meses con ellos, en el departamento de Oruro.

Thomas Prola
14 de septiembre de 2010

La mina es un mundo aparte, reino de deidades particulares con quienes el minero mantiene una relación contractual, con un objetivo productivo y para preservarse de accidentes. A través de un recorrido por la mina, descubrimos a los principales señores del socavón y las relaciones que mantienen con los mineros por medio de rituales cotidianos.

Bolivia tierra de minerales
 
Los Andes se abren en dos ramales, formando el altiplano boliviano, inmensa llanura dorada limpia por el viento helado de los 4000 metros. Como islas en medio de este mar de tierra, surgen cerros de piel arrugada y verde, con cicatrices rocosas quemadas por el sol. Las colinas albergan en su seno gran parte de la materia prima de la historia social de Bolivia: Plata, Estaño, Plomo, Zinc, etc. Mineral extraído desde tiempos de las civilizaciones pre-colombinas y que marcaron el destino de una nación entera.
 
Bolivia tiene en su suelo las montañas más ricas del mundo. El célebre Cerro Rico de Potosí por cuyas bocas salió, según la leyenda, un puente de plata que podría unir Potosí con Madrid, o el cerro Juan del Valle en Llallagua, cuya explotación convirtió a Simón Patiño en el primer millonario de Bolivia. Toneladas de mineral que contribuyeron al crecimiento económico de otros, en Europa y Estados Unidos, y dejaron exhausta a la sociedad boliviana. No es coincidencia si los dos cerros citados se encuentran en el departamento más pobre del país: Potosí.
 
Bolivia es un país cuya economía depende todavía del sector minero (en 2007, 30,86% de las exportaciones del país, según el Ministerio de Minería y Metalurgia). Después de la crisis de los años 80 y el quiebre de la COMIBOL, empresa minera del Estado, los mineros potenciaron un tipo de organización diferente de las empresas públicas o privadas: las cooperativas mineras. El 81% de los mineros trabajan hoy en cooperativas autogestionadas, en un contexto económico donde la minería continúa siendo muy dependiente del mercado internacional y de las cotizaciones del mineral, lo que tiene como consecuencia una gran variabilidad del número de cooperativistas, entre 40 mil y 80 mil trabajadores, según si suben o bajan las cotizaciones.
 
En las cooperativas mineras cada socio es su proprio patrón y se enfrenta individualmente o con su cuadrilla de trabajo a los peligros de la mina y al imperativo de encontrar mineral para ganarse la vida. En este contexto, los mineros cooperativistas trabajan muchas veces como arquitectos forjando en la roca del socavón: chimeneas para ventilación, puentes para protegerse de la caída de piedras, galerías de comunicación para extraer mineral y parajes para descansar. Además de las precauciones técnicas entra en consideración otro aspecto: la ayuda de los dioses. Trabajar en la mina no es solamente conquistar riqueza mineral. En el silencio y la oscuridad del socavón, el minero tiene que acomodarse con las fuerzas subterráneas, deidades que componen el universo del subsuelo, mientras el dios católico queda en la puerta de la bocamina.
 
Interior mina

Seguimos a una cuadrilla de seis hombres a su entrada en la mina. Los cuerpos rudos de los mineros desaparecen en la oscuridad. Bajamos al “paraje”, el lugar de trabajo, “a pique”, o sea, caminando. El camino es un callejón de un metro cincuenta de altura por dos de ancho, hay que agacharse para pasar. Al fondo aparece una sala alta, roja y seca, una catedral de piedra cavada en los tiempos de la COMIBOL. Adivinamos cortes abruptos en el camino; seguimos bajando escaleras.
 
Cuando camina, el minero no habla. Se escucha su respiración y el ruido de las botas pisando piedras para alejarse del mundo exterior. A la vuelta de una curva, el aire fresco nos abandona. Un olor a arsénico y un calor sofocante nos rodea. Es el aliento de “la vieja” —así es como llaman los trabajadores a la mina— que sube de las profundidades. El túnel o galería es de color amarillo debido a la formación de mineral de cobre en sus paredes. Después de la última escalera, pisamos botellas de plástico, señal de que nos acercamos al paraje de trabajo. El polvo, sobre todo durante las perforaciones, obliga a los mineros a hidratarse copiosamente. Una vez allí, nos invitan a compartir un pinjcheo (a mascar hojas de coca) en una galería anexa. El pinjcheo de la mañana es también una ch'alla, una ofrenda que sirve para rendir culto a los principales dioses del subsuelo, identificados por los mineros como el Tío de la mina y la Pachamama o madre tierra. Sirven coca y alcohol a la Pachamama, mojando la tierra con algunas gotas del precioso líquido. Entre los labios rojos del Tío un trabajador enciende un cigarro y deposita a sus pies algunas hojas de coca y alcohol. Los hombres consumen también.


La mina, reino de las deidades del subsuelo

Aparece en el fondo, bajo serpentinas de colores que datan de las ch'allas de carnaval, una estatua de barro con aires diabólicos: es el Tío de la mina, quien acompaña al minero durante todo el día y, como nos cuenta Eleazar (trabajador de la mina) “lo ve todo” y “lo sabe todo”. Es el dueño de la mina. Su silueta de hombre sentado reina sobre el destino de los mineros. En la imagen del tío resalta el pene en erección, preparado para fecundar a la Pachamama, es decir, para producir mineral. Los dioses se complementan, y existe una continuidad entre la cosmología minera y las creencias del campo: ambas perciben el subsuelo como un mundo salvaje, peligroso y lleno de riquezas
 
Rituales de producción y comunicación con los dioses

Esos gestos recuerdan que la producción de mineral es el resultado de un intercambio entre hombres y dioses. La relación contractual entre los mineros y las deidades del subsuelo se reactualiza mediante rituales cotidianos, semanales y anuales con la finalidad de preservar tanto la integridad física como la fuente de trabajo. Es una relación económica asimétrica, mantenida por obligación, en la que los mineros son siempre deudores de las deidades. “Las ofrendas de los hombres retribuyen la ayuda de las deidades y compran su futura colaboración”, como recuerda la antropóloga francesa Pascale Absi. Nadie se enfadará si a pesar de las ofrendas los dioses no ofrecen su ayuda.
 
“Mientras nosotros con tanta fe nos jallallamos [mascar coca, tomar alcohol, fumar cigarros para rendir culto a los dioses], mientras estamos jallallando, el Tío trabaja. Entramos a trabajar y ya está hecho, aparece la veta, o la carga, siempre aparece.” nos dice Ronaldo, minero de la Nueva San José, cooperativa de Oruro. El Tío enseña la veta si el minero muestra devoción y sometimiento a su dueño. La relación con los dioses pasa por la alimentación: en las ch'allas los mineros ofrecen “mesas” al Tío con alcohol, coca y cigarros, pero también fetos de llama y dulces. La mina y sus dueños (la Pachamama y el Tío), piden sangre para alimentarse. Mediante los sacrificios de llamas para Carnaval y 31 de Julio, los mineros agradecen la ayuda de los dioses y, al mismo tiempo, intentan saciar su hambre. Dar de comer a los dioses, y sobre todo al Tío, para que no se coma al minero.

En la sombra del socavón, los arquitectos del subsuelo trabajan siempre pensando en mañana; los cultos a los dioses del subsuelo buscan resolver la incertidumbre e inseguridad inherente al trabajo minero. Los que trabajan en las entrañas de la tierra pactan cada día con los dioses por el bienestar de sus familias y de sus labores.  
 


Thomas Prola es antropólogo y periodista francés.
Las fotografías de Jerónimo Rivero correspondientes a esta crónica se pueden ver en:
http://jeronimorivero.com/galeria/mostrarFotorreportaje/numero/12.html