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CUMBRE BORRASCOSA

La reunión de presidentes de Miami perdió brillantez ante la situación interna de Estados Unidos. La gran ganadora podría ser la OEA.

26 de diciembre de 1994

CUANDO EL PRESIDENTE ESTADOUNIDENse Bill Clinton anunció la Cumbre de las Américas, muchos pensaron que por fin le había llegado el turno a Latinoamérica en la imprevisible agenda de Washington. Incluso algunos creyeron que esta sería la gran oportunidad para sentar las bases de una integración hemisférica y para comprometer definitivamente a Estados Unidos en la eliminación de barreras comerciales y arancelarias.

Aunque no han pasado más de seis meses desde la convocatoria, las expectativas sobre la Cumbre han perdido altura y ahora son pocos los que creen que en Miami comenzará el 9 de diciembre una nueva era en las relaciones entre el Norte y el Sur.

La razón del desaliento surge principalmente del hecho de que el anfitrión del banquete no tiene mucho que ofrecer a los invitados que vienen en busca de un plato fuerte, el mercado libre, y están muy poco interesados en pasabocas de discusión ofrecidos por Clinton, como la corrupción, el narcotráfico y la ecología de la región.

Para Moises Naim, director de los programas latinos del Carnegie Endowment for International Peace en Washington, Clinton podrá tener muy buenas intenciones, pero la última palabra en tratados comerciales la tiene es el Congreso de Estados Unidos, donde son pocos los que quieren hablar de free trade o propuestas para desmontar subsidios y barreras comerciales.

Pruebas del desdén parlamentario por el tema han sobrado en los últimos meses. La más contundente se produjo hace menos de dos, cuando el Congreso se negó a ratificar las facultades extraordinarias que tiene el Presidente para presentar acuerdos comerciales a su gusto y medida con la prerrogativa de que el Congreso puede rechazarlos o aprobarlos pero no reformarlos.

Estas facultades, conocidas como fast track, le quitaron impulso a los bríos de Chile, por ejemplo, que esperaba de primero en la fila para unirse al Tratado de Libre Comercio firmado por Canadá, Estados Unidos y México.

La otra señal de mal augurio para la Cumbre ha sido el aplazamiento de la aprobación del Acuerdo General de Comercio y Tarifas (Gatt, por su sigla en inglés), una especie de Corán del comercio internacional que tiene como objetivo la liberalización mundial de éste y del cual se parte para elaborar normas de integración regional y tarifaria.

Como si eso fuera poco, los republicanos están haciendo sentir su histórica victoria en el Congreso al imponer condiciones a la aprobación del Gatt. No es que los miembros del partido de Oposición no simpaticen con las iniciativas de integración. El problema es que el Partido Republicano, con la mira puesta en la reconquista del poder, no traga enteros los proyectos de un gobierno demócrata porque siempre cree que van saturados de ambigüedades y de riesgos para la muy protegida industria nacional.

No es, pues, un buen momento para hablar de mercado libre, y eso lo han entendido varios gobiernos latinoamericanos que, a falta de temario, llegarán a Miami con propuestas de su propia cosecha. Venezuela presentará un plan anticorrupción, Colombia impulsará un programa de lucha contra el lavado de narcodólares, Argentina quiere que se instituya una brigada latinoamericana de cascos blancos para atender emergencias alimenticias en la región y Costa Rica tiene una agenda ecológica.

Por estas razones muchos países no van a concentrar todas sus energías en hacer fila frente al mercado del Norte, como le pasó a Chile, sino que tratarán de reforzar acuerdos regionales con sus vecinos que, mal que bien, están en marcha.

En esas condiciones, resultan paradójicas las palabras del experto Sidney Weintraub, del Centro para Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington: "Esta es la perfecta oportunidad para forjar el entendimiento de comercio hemisférico. Los países latinoamericanos, Estados Unidos y Canadá están hablando el mismo lenguaje de cooperación. Esta confluencia no existía antes y, si se desperdicia, no podrá ser recuperada pronto ".

El problema es que si cumplir con la intrincada lista de asuntos técnicos que rige el proceso -desmonte de barreras comerciales, aranceles, tarifas, la definición de lo que es un producto nacional y la protección a la industria local- es extremadamente difícil, las ilusiones se desplomarán ante la escasa capacidad de maniobra del gobierno de Clinton.

Hay expertos que afirman que si los países de América Latina resuelven fortalecer sus acuerdos regionales, se enfrentan al problema de cómo acoplarse después al Tratado de Libre Comercio. Para Weintraub, la "expandida multiplicidad de acuerdos bilaterales, plurilaterales y subregionales complica la tarea de establecer un cuerpo de normas consistentes para el comercio hemisférico". Desde ese punto de vista, los acuerdos de cooperación regional que ya existen, en lugar de ser una ventaja, podrían convertirse en un obstáculo para los gobiernos que aspiran a vincularse al TLC.

Por otro lado, hay países de la región que no están preparados para abordar el tren del TLC debido a que están atrasados en el proceso de eliminación de barreras comerciales, así como en las regulaciones de inversión extranjera, arreglo en disputas comerciales, estándares de seguridad de los productos y protección de la propiedad intelectual.

En medio de semejante maraña de intereses cruzados, quien surge como verdadero protagonista de la Cumbre es el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), César Gaviria, quien ha insistido en que la reunión debe utilizarse para fijar fechas a los planes de integración y, sobre todo, para darle un rumbo a organismos como la OEA.

Gaviria está empeñado en justificar finalmente las expectativas que se crearon con su nombramiento hacia el fortalecimiento de la OEA, y la coyuntura no parece ser más favorable. Gaviria se ha encontrado con que el principal obstáculo por vencer es el Consejo Permanente, constituido por los embajadores acreditados ante el organismo y dominado por un ambiente burocrático anquilosado en las viejas épocas de la OEA y, por tanto muy poco ágil. El proyecto del flamante secretario general, apoyado por Estados Unidos, es que los mandatarios latinoamericanos firmen un documento por el cual otorguen a Gaviria las facultades suficientes para gestionar el gran sueño de libre comercio continental.

Resulta diciente que en una reunión con el consejo editorial del periódico The Miami Herald, Alexander Watson, subsecretario de Estado para América Latina, y Charles Gillespie, ex embajador en Colombia, afirmaron que el protagonista de la Cumbre iba a ser Gaviria. Y el propio vicepresidente Al Gore, en un reciente discurso ante el foro interamericano, contribuyó con sus palabras a la idea de que, ante las circunstancias que atraviesa el gobierno de Clinton, el estandarte ha quedado en manos de Gaviria.

Aún así, resulta imposible no pensar que la muy publicitada cumbre de países 'democráticos', que se convocó controversialmente en Miami para subrayar la exclusión de Cuba (ver recuadro), no tendrá el mismo brillo que se pensaba cuando se anunció.

A esa sensación se suma que los dos gigantes económicos, México y Brasil, tendrán una representación precaria. El primero, porque su nuevo presidente, Ernesto Zedillo, se habrá acabado de posesionar, y el segundo, porque Itamar Franco estará ad portas de entregar el poder. De ahí que, para muchos, la cita hemisférica de dimensiones históricas podría quedar, al menos para los espectadores más desprevenidos, como una nueva y monumental 'foto de familia'.-

De La Habana viene...
LA PAPA CALIENTE DE LA cumbre de Miami es el tema subyacente de las sanciones contra Cuba. Al fin y al cabo, el gobierno de Bill Clinton concibió la reunión en parte para contrarrestar la presencia de Fidel Castro en todas las ocasiones en que se han reunido los jefes de Estado de Iberoamérica y para subrayar que la isla es el único país que no tiene una democracia partidista al estilo occidental.

Con ese objetivo, la ciudad de Miami parecía el lugar ideal, sobre la base de que para el gobierno de Estados Unidos, Miami es "la capital de Latinoamérica", un concepto que, por otra parte, suena muy mal en esta parte del continente. Pero en Miami vive un millón de cubanos, entre quienes sigue existiendo un sector importante que quisiera promover una agresión aún mayor que el bloqueo que sufre la isla desde 1961. Por eso, para efectos de la Cumbre, Miami resultó ser un verdadero polvorín.

Lo curioso es que, aparte de esos grupos extremistas. nadie parece interesado en que la Cumbre se cubanice. Para el gobierno de Clinton, no se descarta que si se toca el tema abiertamente, el resultado sea un nuevo desastre para Washington, en la medida en que varios foros internacionales, como el Parlamento Europeo, la Organización de Naciones Unidas (ONU), el Grupo de Rio, se han pronunciado recientemente contra el mantenimiento del bloqueo comercial. Muchos observadores estadounidenses temen que, en ausencia de una agenda concreta, la reunión derive hacia un pronunciamiento favorable a Cuba.

Pero tampoco el gobierno de Fidel Castro quiere que la Cumbre se cubanice, porque teme que las organizaciones de extrema derecha, como la Fundación Cubano-Americana del millonario Jorge Mas Canosa aprovechen la reunión para enrarecer aún más el clima del exilio y para incrementar las acciones agresivas contra los sectores que se inclinan por el diálogo con La Habana. Para aumentar la incertidumbre que se vive a ese respecto, los cubanos citan las declaraciones del organizador de la reunión, el cubano Luis Lauredo, quien dijo a la estadounidense Radio Martí que "el propio diseño de la Cumbre está destinado a agredir a Cuba".-